En Cisjordania - Palestina, el gobierno de Israel inició desde el año 2002 la construcción de un muro (condenado por la ONU y la Haya) de más de 700 kilómetros de longitud, esto mantiene aislado a millones de palestinos quienes para poder salir y entrar de este gueto de ignominia, deben someterse a los múltiples procesos de control que tiene el Ejército de Israel; en medio de esta situación deshumanizante existe otro mundo inmerso en la sedición del conflicto armado que azota a esta tierra, se presenta al mismo tiempo como estampa esperanzadora y de desconsuelo, de triunfo y frustración, de ira y conmoción; he aquí la historia de Isaac y Mohamed:
Trémulo pasó su pequeño brazo con mucho cuidado, algo rozó y lo rasguñó por lo reducido del lugar. Unos toques sobre la piel lo cortejaban indicando la existencia al otro lado del muro, era el inicio del juego vespertino. En ocasiones pasaba una pequeña varita embadurnada en su punta de miel envuelta con nueces, dátiles y ajonjolí, el extremo se movía como indicio de los sorbetes y lamidas. Peloticas de colores, lápices abrillantados, pitos, carritos de metal, soldaditos mutilados, guirnaldas de cotufas y galletas también eran trasportados por el minúsculo orificio. El ojo de este lado era verde, el del otro, negro como las noches sin luna en las frías arenas del desierto. La muralla es alta, incalculable para sus testigos, demasiado grande en su significado, avasallante entre los mundos que separa, despiadada para los sueños que de cada lado agonizan. A veces se decían palabras, murmullos, oraciones sin importancia, la curiosidad era lo esencial y vital. En ese espacio de ilusiones encontradas de cada patio separado por la muralla, la cual fue erigida con prepotencia por quienes ven la fuerza como única forma de su existencia, la aniquilación como su mejor consigna, tenía la sombra de un viejo olivo, muy cercano a éste pero truncado su acicalamiento natural por el armatoste de cabilla y hormigón se encontraba otro con cables entrecruzados de artificios tecnológicos contemporáneos, muestra indiscutible de cómo este milenario árbol se resistía a morir entre este paisaje caluroso y friolento incomunicado por la necedad del hombre.
Por las noches Isaac mira a través de su ventana la menuda luz que se ve por el orificio de la muralla, desde el patio el pequeño boquete se convierte en un flautín desafinado, el viento gélido realiza un zumbido que se funde con el del movimiento de los árboles que se agitan y dejan ver a la luna que se asoma traslucida formando sombras fantasmagóricas en el suelo. Mohamed lava los platos, mañana es la escuela bien temprano y debe terminar los oficios del hogar para culminar las tareas a la luz de las velas, guarda unos higos en sus bolsillos que sobraron de la cena y dormirá con el anhelo de que los pueda pasar por el diminuto catalejo que separa su amistad con Isaac.
Las noticias de la tele, el mensaje que difunde este artilugio indigesto de rayos catódicos testifica desde su perspectiva cíclope, señalamientos edulcorados por un patriotismo sustentado en el dogmatismo donde se definen enemigos y métodos para enfrentarlos, nada distinto ocurre con las noticias que lee Isaac por accidente en el periódico que deja tirado su padre en la sala con el uniforme del ejército y las insignias de un alto rango que para ese momento sólo significan en la cabecita de Isaac una colección de parches de colores y chapitas doradas. Los dos se disponen a dormir, la ubicación de las casas permite que desde sus ventanas puedan ver el hoyo, Mohamed enciende su linterna desde la obscuridad de su cuarto haciendo señales intermitentes, Isaac le responde prendiendo y apagando la luz de su cuarto mientras brinca en su cama. Estas dos escenas son reducidas al diámetro que permite el orifico incrustado en la pared como testigo silente de estos inocentes seres sin una aparente conciencia de lo que significa esta testaruda muralla para los Palestinos e Israelíes. Mohamed antes de dormir dice sus oraciones, mira con nostalgia la foto de su hermano muerto en las calles de las barriadas de Cisjordania por el tiro certero de un francotirador. Isaac observa los dibujos que hace los domingos en casa de su abuela: caballos, jirafas, payasos y leones cruzando aros de fuego; más allá, en el rincón de su cuarto, reposa su uniforme del colegio con el escudo y la bandera con la estrella blanca y tonos azulados. Sale el sol y suenan los aviones, las sirenas, las madres de Mohamed e Isaac dicen casi al unísono “hoy no habrá escuela”.
Mohamed sale al patio y lleva los higos más algunas metras de colores verdes y azules, Isaac por su parte unos serpentines blancos, la sorpresa para ambos fue tremenda, el orifico fue tapado, un friso húmedo de cada lado obstaculizaba la pequeña ventana y conexión permanente de estos dos pequeños seres víctimas en vida de la prepotencia de los adultos. Mohamed dice “debemos empezar de nuevo”, Isaac busca un trozo de metal y trata de tumbar el cemento con mucha cautela para que no lo repriman, adentro se escuchan las noticias, las consignas, los tiros, las cifras, la política sin ética, la ética sin dolientes, los dolientes sin memoria... Todo se cunde nuevamente de olor a pólvora.