Llegó la séptima hora para soltar a las bestias con encías rancias cargadas de incidías y colmillos de traiciones; detrás de tales engendros, los pájaros rapaces con garras de hostilidad e intrusión; es decir, los demonios se soltaron y quienes no los reconozcan se los llevan a las catervas de la desgracia y el sufrimiento de la huerfanidad. Brasil, una nación que le ha costado superarse en un Continente donde su idioma no se configura de manera fácil con el español, a pesar de que sus orígenes estuvieron unidos hacen cientos de años en una misma lengua. Brasil, es potencialmente independiente, su economía gravita sobre un modelo híbrido entre capitalismo y socialismo, cosa un poco contradictoria si se dice de ésta manera; pero la verdad es, que dentro de esa convivencia cruzada se ejercen pugnas en sus núcleos para lograr vencer un sistema al otro; en pocas palabras, la eterna batalla social de las clases entre el explotado y explotador.
Luiz Ignacio Lula da Silva, asume las riendas de la primera autoridad de su país el 1ro de enero del 2003 luego de varios intentos electorales, un año que fue muy convulsivo en América del Sur por las profundas arremetidas contra el Gobierno Bolivariano de HUGO CHÁVEZ, intentos que se dieron para desarticular las revoluciones en la región. El Gobierno de Lula fue sin duda la puerta para visibilizar los movimientos sociales y detener el avance estrepitoso de las grandes corporaciones trasnacionales que ejercían el control económico en el país sureño engendrando pobreza y concentrando fortunas para un grupo pequeño de familias; sin embargo, la revolución de los trabajadores tenía un gran defecto y era la inmensa ausencia de los debates ideológicos, lo que hizo minarla con pensadores reformistas. Las discusiones dentro del Partido de los Trabadores se enfocaban en la mera retórica pero con la deserción de la acción; el Partido lo concibieron como un motor electoral divorciándose de las masas que buscaban prepararse en el campo ideológico, generándose así, una falta de defensa argumentativa y posición de sus dirigentes al momento de escudar a los trabajadores en las arenas de la beligerancia. Las escuelas ideológicas se las entregaban a los románticos como un premio panfletario.
El Capitalismo no posee valores sociales ni morales; por lo tanto, se le es fácil morir y volver nacer o lo que es peor, puede transformarse; pero tal mutación consiste únicamente en las posiciones ambiguas o conciliadoras de los reformistas en cada ala, sea izquierda o derecha por ser sus catalizadores necesario. Es por ello que, la corrupción en el Capitalismo es aceptada con distinción; hay que recordar aquella absurda frase: “con los adecos se vivía mejor porque robaban y dejaban robar” o “pónganme donde haiga” (sic). No obstante, en el Socialismo es contrario, porque su valores están sustentadas en lo moral; es decir, un Revolucionario no puede ser corrupto y cuando ese sistema es el que gobierno y sus liderazgo son reformistas, se cae en el abismo de la corrupción, el amiguismo y las conciliaciones; al poco tiempo, se entra en los laberintos de las confusiones y la esencia comienza a heder a mortecina. Al compañero Lula le debe estar dando vuelta todas esas decisiones reformistas que tuvo que hacer; algunas por impericias, las que obraron por adulaciones, quizás unas por ambiciones y no faltaran las acogidas por pragmatismo. La Revolución de los Trabajadores se enfocó en burocratizar a su dirigencia y desde ahí se orquestaba el apaciguamiento de sus líderes naturales con las lisonjeas que le daban los empresarios y sus trasnacionales; la moral del sindicalismo se redujo ante la presencia de la vanidad que ofrecía el capitalista, lo que dio por inicio una escalada hacia la dejadez de las luchas trabajadoras;, sus calles quedaron desoladas y sin el frenesís del revolucionario.
Lula y la Revolución de los Trabajadores no avizoraron la gran importancia que tiene un país en su sistema de gobierno; los poderes públicos no pueden estar aislado de una Revolución; estarlo, sería la crónica de una muerte avisada; un gobernante que desee una verdadera Revolución para su Pueblo no puede pensar gobernar por un periodo constitucional ni mucho menos sin una ideología fundamentada y motivada; hacerlo, sería correr el riesgo de que se monte en ese autobús los reformistas y terminen siendo ellos el chofer. La Revolución de los Trabajadores debe enderezar el camino y vislumbrar su sistema de gobierno para conquistarlo; clarificar y profundizar su ideología para indicar la vía; reducir el control económico de las grandes corporaciones teniendo un plan de acción y revisar la estructura jurídica para identificar los nudos legales que sean contradictorios al proyecto de Revolución, recordemos que la leyes son las mejores herramientas del capitalista para poder dominar al Pueblo.