Fidel

(Reflexión de 2006, cuando enfermó, pero cuyo contenido considero vigente y apropiada

en este momento en que le decimos: ¡Hasta el socialismo siempre, Fidel!)

 

En estos momentos, en que Fidel Castro libra consigo mismo una de las más importantes batallas de su vida, y ha librado muchas, procuro recordar cuándo fue la primera vez que escuché su nombre y no puedo precisarlo, pues para mí y mi generación él siempre estuvo ahí, porque nosotros nacimos el mismo año que la Revolución Cubana. Y Fidel es la encarnación de esa revolución.

Fidel representa como nadie el viejo debate de los historiadores sobre "el papel de la personalidad en la historia". Ya se ha dicho hasta la saciedad, hay épocas y acontecimientos que se encarnan en una persona, o personas que sintetizan en su vida un período determinado de la historia. En ese sentido, Fidel, la Revolución Cubana y casi cincuenta años de lucha antimperialista de Latinoamérica, están íntimamente relacionados.

Probablemente le conocí en aquellas emisiones de Radio Habana, que mi padre ponía bajito, pues en los años sesenta ser comunista era casi un delito. Tiempo después conocí campesinos de la serranía panameña que tuvieron en esa emisora su primera escuela política. Escuchábamos con deleite esos encendidos discursos del mejor orador que he conocido, y sobre todo el más emotivo: La Segunda Declaración de la Habana, cuando Cuba se hizo socialista.

¿O tal vez vi su imagen en algún diario, o revista (¿Bohemia?) o en la televisión que por entonces también nacía? Seguramente el reportaje buscaba denigrarle pero, ¿Cómo no sentir simpatía por ese grupo de jóvenes barbudos que intentaban, cual Quijotes, acabar con la injusticia que abruma al mundo?

Inspirados por Fidel, el Ché, Camilo y su revolución, muy a inicios de aquella década, lo mejor de la juventud estudiantil panameña subió al cerro Tute y ofreció su vida para que tuviéramos todos el derecho a la felicidad. ¿Cómo no encontrar rastros de aquella influencia en la heróica Gesta del 9 de Enero de 1964, gracias a la cual una generación de muchachos secundaristas nos legaron, con su valentía ante la metralla yanqui, un país y un Canal sin gringos, sin colonia y sin bases militares?

Años más tarde, ya adolecente, conocí también gracias a Radio Habana, otros procesos. El sacrificio del Ché y sus compañeros en Bolivia, y mis primeras lecciones sobre el internacionalismo. Recuerdo haber seguido día a día la visita de Fidel al Chile presidido por Salvador Allende, y los debates entre el Partido Comunista y el MIR sobre los métodos de hacer la revolución. También recurrimos a ese medio, en busca de consuelo y de la verdad, cuando conmocionados supimos del sangriento golpe de Pinochet.

Aunque a Omar Torrijos siempre le reprochamos, algo injustamente, no dar la talla, comparado con Fidel, hay que admitir la emoción de la visita del general panameño a la isla y la restauración de las relaciones diplomáticas plenas, a principios de los setenta. Eran tiempos de duro debate en el movimiento estudiantil entre reformistas y revolucionarios. El influjo del Ché pesaba: "O revolución socialista o caricatura de revolución".

A Fidel le conocimos personalmente (al fin!) en Cuba, durante un encuentro continental de estudiantes sobre el tema de la deuda externa, allá por 1985. El comandante, disciplinadamente escuchó todas las intervenciones durante los tres días de debate y luego nos impresionó con un cierre en el que no sólo hizo gala de los datos que probaban el saqueo que la deuda externa significa, sino que recordaba con precisión, sin buscar en sus apuntes, las intervenciones de diversos delegados.

Recuerdo que sentó a su lado a una compañera colombiana, la única que argumentó contra la política de anular la deuda, y, como un padre que conversa y aconseja a su hija, Fidel fue desmontando cada uno de sus argumentos. Al final la chica estaba derretida de la emoción. Creo que volvió más fidelista que todos. También fue emotiva la visita al Palacio de la Revolución donde estrechó la mano de cada uno de los asistentes al encuentro. Lamento todavía no haber sacado una foto.

Por supuesto, reconocer la grandeza de la figura de Fidel y su simbiosis con la Revolución Cubana, no significa que estuviéramos de acuerdo en todo. No es propio de marxistas la adulación incondicional. Desde el movimiento trotsquista, al cual adherimos durante aquellos agitados años, le criticamos especialmente cuando dijo, frente a la Revolución Sandinista triunfante, que "Nicaragua no debía ser otra Cuba" y cuando a fines de los ochenta se comprometió más de lo debido con el general Noriega.

Tal vez el más importante aporte hecho por Fidel a la causa del socialismo haya sido sostener a la Cuba revolucionaria cuando llegaron los años de retroceso de principios de los noventa. Nuestra generación, que tanto luchó y tantas esperanzas tenía, vio desaparecer a la ex URSS, a China convertirse al "socialismo de mercado", la invasión a Panamá, la derrota electoral del sandinismo, la "pacificación" de la revolución salvadoreña y guatemalteca, el ascenso del neoliberalismo de la mano de Salinas de Gortari, Menem y Fujimori, la Guerra del Golfo, etc.

Y, mientras muchos "oportunistas" de izquierda renegaban, cuando muchos caían en el desaliento, cuando la ideología de "el mundo cambió" parecía salirse con la suya, cuando la mayoría le creía a Fukuyama que había llegado el "fin de la historia", ahí estaba Cuba socialista y Fidel, como un faro, aislados en medio de la tormenta, pero iluminando todavía.

Por ello, cuando en 2001 Fidel visitó Panamá, miles de personas acudimos al Paraninfo universitario a rendirle homenaje, por todo lo que él y la Revolución Cubana significan para quienes luchamos por un mundo mejor. Nadie se atemorizó, pese a que se puso al descubierto el plan de Posada Carriles y sus compinches, aupados por Estados Unidos, para volar el auditorio con una poderosa carga de explosivos.

La consigna que nos congregó era hermosa: "En América Latina hay millones de niños de la calle, pero ninguno es cubano". Allí Fidel nos habló, entre tantas cosas, de su anterior estancia en Panamá, a inicios de los años 50, y el influjo que recibió del movimiento estudiantil panameño, muy poderoso por aquel entonces.

Hoy, el mundo, y en especial América Latina, empiezan a cambiar y el optimismo vuelve a cundir de la mano de Chávez y la Venezuela bolivariana, en Bolivia, en Ecuador, Perú, México, Argentina, Panamá inclusive. Los tiempos políticos son distintos a aquellos años sesenta. Pero ahí está la Revolución Cubana todavía, con las banderas de la dignidad y la soberanía en alto, dándonos una muestra de los logros sociales y económicos que un sistema sin capitalistas puede ofrecer a la humanidad, pese al más brutal bloqueo del imperialismo norteamericano.

Es difícil en estos momentos imaginar a Cuba sin Fidel, a Latinoamérica y al mundo sin Fidel. Siempre ha estado ahí. Pero lo que sí podemos vaticinar, sin ser magos, es que pase lo que pase, haga lo que haga el imperialismo yanqui y sus secuaces, millones de revolucionarios cubanos y latinoamericanos le sabrán hacer frente, inspirados por el legado de Fidel y la Revolución Cubana. Los revolucionarios no son eternos, pero son muchos más, por ello el día que uno cae, siempre hay otro que toma su lugar.

Mientras, sólo podemos desearle a Fidel que se recupere pronto, porque no hay duda de que Cuba es más fuerte con él al mando. Fidel, como decían los combatientes de la Revolución española, te desamos "salud y revolución".

 



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Olmedo Beluche


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