Compilador Germán Saltrón Negretti
Tras un descenso prolongado durante más de una década, el hambre en el mundo parece estar aumentando de nuevo, afectando a un 11% de la población mundial. El hambre en el mundo aumenta: se estima que el número de personas subalimentadas pasó de 777 millones a 815 millones en 2016. Junto con el aumento de la proporción de la población mundial que padece hambre crónica (prevalencia de la subalimentación), el número de personas subalimentadas en el mundo también aumentó hasta los 815 millones con respecto a los 777 millones de 2015.
Estas noticias tan graves llegan en un año en el que la hambruna ha golpeado partes de Sudán del Sur durante varios meses y se han identificado varias situaciones de inseguridad alimentaria que corren el riesgo de convertirse en hambrunas en varios países, como Nigeria, Somalia y Yemen. La situación de la seguridad alimentaria ha empeorado visiblemente en varias zonas del África subsahariana y el Asia sudoriental y occidental. Se ha observado un empeoramiento sobre todo en las situaciones de conflicto, a menudo agravadas por la sequía o las inundaciones vinculadas en parte al fenómeno El Niño y a perturbaciones relacionadas con el clima.
A lo largo del último decenio, el número de conflictos violentos en todo el mundo ha aumentado considerablemente, en particular en países que ya sufrían inseguridad alimentaria, afectando en mayor medida a las comunidades rurales y con un impacto negativo en la producción y la disponibilidad de alimentos. La situación también ha empeorado en algunos entornos pacíficos, sobre todo aquellos afectados por la desaceleración económica. Una serie de países que dependen en gran medida de las exportaciones de productos básicos ha sufrido una drástica disminución de sus ingresos fiscales y de las exportaciones en los últimos años. Como consecuencia, la disponibilidad de alimentos se ha visto afectada por la menor capacidad de importación, y el acceso a los alimentos se ha visto deteriorado debido en parte a la reducción de las posibilidades que ofrecen las políticas fiscales para proteger a los hogares pobres frente al alza de los precios internos de los alimentos.
El número de personas subalimentadas ha ido en aumento desde 2014, alcanzando una cifra estimada de 815 millones en 2016.
La preocupante tendencia de los indicadores de la subalimentación no se refleja, sin embargo, en los resultados nutricionales. Los datos sobre diversas formas de malnutrición apuntan a que la prevalencia del retraso del crecimiento en niños disminuye de forma constante, tal como se evidencia en los promedios mundiales y regionales. No obstante, el retraso del crecimiento sigue afectando a casi uno de cada cuatro niños menores de cinco años, lo que aumenta el riesgo de disminución de la capacidad cognitiva, de un menor rendimiento en la escuela y el trabajo y de muerte por infecciones.
Al mismo tiempo, las distintas formas de malnutrición siguen siendo un motivo de preocupación en todo el mundo. El sobrepeso en niños menores de cinco años se está convirtiendo en un problema creciente en la mayor parte de las regiones, y la obesidad en adultos sigue incrementándose en todas ellas. Coexisten, por tanto, distintas formas de malnutrición en países que experimentan al mismo tiempo elevadas tasas de desnutrición infantil y de obesidad en adultos.
La desnutrición infantil crónica aún afecta a 155 millones de niños menores de cinco años.
La desnutrición, el sobrepeso y las enfermedades no transmisibles asociadas coexisten ahora en muchas regiones, países e incluso en los hogares. En este informe se describen seis indicadores nutricionales —tres que forman parte del marco de seguimiento de los ODS y tres que se refieren a las metas mundiales de nutrición acordadas por la Asamblea Mundial de la Salud (WHA) — para comprender mejor la carga múltiple de la malnutrición, que afecta a todas las regiones del mundo.
A pesar de que la prevalencia de desnutrición infantil crónica parece disminuir tanto en los promedios mundiales como en los regionales, en 2016 155 millones de niños menores de cinco años en todo el mundo padecían desnutrición crónica, lo que aumenta el riesgo de disminución de la capacidad cognitiva, de un menor rendimiento en la escuela y el trabajo y de muerte por infecciones. A nivel mundial, la prevalencia de desnutrición infantil crónica bajó del 29,5% al 22,9% entre 2005 y 2016 (Figura 2).
En 2016 la desnutrición aguda afectaba al 7,7% de niños menores de cinco años en todo el mundo. Alrededor de 17 millones de niños sufren de desnutrición aguda. El Asia meridional destaca por una elevada prevalencia del 15,4%. Con un porcentaje cercano al 9%, el Asia sudoriental también está lejos de la meta fijada. Aunque la prevalencia es algo más baja en África, todavía está por encima de la meta mundial de la nutrición. (Figura 3) El sobrepeso infantil es un problema en aumento en la mayoría de las regiones. En todo el mundo, se estima que 41 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso en 2016, en comparación con el 5% de 2005. (Figura 4)
Con la excepción del África occidental, América del Sur y Asia oriental, donde se registró una ligera disminución entre 2005 y 2016, y en el África oriental, donde la prevalencia se mantuvo constante, todas las demás regiones registraron un aumento de la prevalencia del sobrepeso infantil, con el incremento más rápido en el Asia sudoriental y Oceanía.
La obesidad en adultos sigue aumentando en todo el mundo, representando un factor importante de riesgo de contraer enfermedades no transmisibles, incluidas las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y algunos tipos de cáncer. Aunque varía mucho entre las distintas regiones del mundo, el problema es más grave en América del Norte, Europa y Oceanía, donde el 28% de los adultos son obesos, en comparación con el 7% en Asia y el 11% en África. En América Latina y el Caribe, aproximadamente una cuarta parte de la población adulta actual es considerada obesa. Históricamente, la prevalencia de la obesidad en adultos ha sido mucho menor en África y Asia. Más recientemente, sin embargo, la obesidad también se ha extendido rápidamente entre grandes segmentos de la población de estas regiones. Por consiguiente, aunque muchos países de ingresos bajos y medianos aún se enfrentan a altos niveles de desnutrición y prevalencia de enfermedades infecciosas y transmisibles, ahora también están experimentando una creciente carga de personas que padecen sobrepeso y obesidad y el consiguiente aumento de determinadas enfermedades no transmisibles como la diabetes.
Las últimas estimaciones de 2016 indican que la anemia afecta al 33% de las mujeres en edad fértil a nivel mundial (unos 613 millones de mujeres de entre 15 y 49 años). En África y en Asia, su prevalencia es más elevada y es superior al 35%. Es más baja en América del Norte, Europa y Oceanía (inferior al 20%). Los progresos realizados para lograr la meta de reducir a la mitad la prevalencia de la anemia en mujeres en edad fértil para 2025 están hasta la fecha lejos de cumplir este objetivo.
Tasas de lactancia materna exclusiva. En la actualidad, más mujeres que nunca dan a sus bebés lactancia materna exclusiva, proporcionando una piedra angular para la supervivencia y el desarrollo de los niños. A nivel mundial, el 43% de los lactantes menores de seis meses recibió lactancia materna exclusiva en 2016, en comparación con el 36% en 2005. La lactancia materna exclusiva ha aumentado considerablemente en muchos países; no obstante, todavía está por debajo de los niveles deseados.
Se estima que la mejora de las tasas de lactancia materna podría tener el mayor impacto preventivo sobre la mortalidad infantil, previniendo 820 000 muertes de niños cada año y otras 20 000 muertes de madres cada año relacionadas con el cáncer. Además, la lactancia natural reduce un 26% el riesgo de sobrepeso y obesidad más adelante en la vida.
Por difícil que parezca entender una situación en la que la seguridad alimentaria mundial, está en riesgo pero la desnutrición infantil (retraso del crecimiento) disminuye y la obesidad aumenta, hay varias explicaciones posibles. La seguridad alimentaria es solo un factor determinante de los resultados nutricionales, especialmente en lo referente a los niños. Hay otros factores que influyen a este respecto. Entre ellos, cabe citar los siguientes: el nivel de educación de las mujeres; los recursos asignados a las políticas y programas nacionales de nutrición de madres, lactantes y niños pequeños; el acceso a agua limpia, saneamiento básico y servicios de salud de calidad; el modo de vida; el entorno alimentario; y la cultura.
En particular en los países de ingresos altos y medianos-altos, la inseguridad alimentaria y la obesidad coexisten a menudo, incluso en el mismo hogar. Cuando escasean los recursos para la obtención de alimentos y disminuye el acceso a alimentos nutritivos, las personas optan a menudo por consumir alimentos menos saludables y más hipercalóricos que pueden producir sobrepeso y obesidad.
Hambre, malnutrición y conflictos: una relación compleja.
La gran mayoría de los 815 millones de personas que padecen inseguridad alimentaria y malnutrición crónicas —489 millones de personas— viven en países afectados por conflictos. La proporción es incluso más pronunciada en relación con la desnutrición infantil. Casi 122 millones de niños menores de cinco años con retraso del crecimiento —es decir, el 75%— viven en países afectados por conflictos, y la diferencia en cuanto al promedio de la prevalencia entre los países afectados y no afectados por conflictos es del 9% . "La paz es, por supuesto, la clave para poner fin a estas crisis, pero no podemos esperar a la paz para actuar. Es sumamente importante asegurar que estas personas tengan las condiciones para seguir produciendo sus propios alimentos. Las personas rurales vulnerables, especialmente los jóvenes y las mujeres, no pueden dejarse atrás"
Las correlaciones simples muestran un mayor grado de inseguridad alimentaria y de desnutrición crónica y aguda en países afectados por conflictos. En 2016, el promedio no ponderado de la prevalencia de subalimentación en países afectados por los conflictos fue casi ocho puntos porcentuales superior al de los países que no estaban afectados por conflictos. A pesar de que la frecuencia de las guerras ha disminuido en los últimos decenios hasta alcanzar un mínimo histórico en 2005, recientemente se ha producido un repunte del número de conflictos violentos y de muertes relacionadas con ellos. Los conflictos violentos han aumentado drásticamente desde 2010 y en la actualidad han alcanzado su máximo histórico, un signo preocupante de que probablemente las tendencias actuales se mantendrán en los próximos años.
De ellos, los conflictos no estatales —entre dos grupos organizados armados que no son gobiernos ni Estados— han aumentado un 125% desde 2010 y han superado a todos los demás tipos de conflicto. Los conflictos de carácter estatal también aumentaron un 60% en el mismo período. Además, las guerras civiles o conflictos internos han superado el número de conflictos interestatales o externos entre Estados. En otras palabras, los conflictos entre naciones están disminuyendo y los que se producen dentro de una misma nación están aumentando. A medida que los conflictos internos se vuelven más prominentes, es cada vez más probable que las partes externas se involucren o sufran las consecuencias de la violencia. Además, los conflictos locales suelen evolucionar hasta provocar crisis regionales e incluso continentales.
La violencia y los conflictos no están distribuidos uniformemente en todos los continentes, sino que la mayoría se concentra en cuatro regiones: el Cercano Oriente y África del Norte, el norte del África subsahariana, América central y Europa oriental, en particular Ucrania. Muchos de los conflictos más prolongados traspasan fronteras y son de carácter regional, como ocurre en el Cuerno de África, la región de los Grandes Lagos de África, entre Afganistán, la India y Pakistán; y desde Camerún, Chad y el norte de Nigeria por el Sahel.
Los conflictos son el principal factor que impulsa el desplazamiento de la población y las poblaciones desplazadas se encuentran entre las más vulnerables del mundo, ya que padecen un grado elevado de inseguridad alimentaria y desnutrición. El número de refugiados y desplazados internos ha aumentado significativamente con el creciente número de conflictos y se ha doblado entre 2007 y 2015 hasta alcanzar un total de aproximadamente 64 millones de personas. Una de cada 113 personas es refugiada o desplazada interna, o está buscando asilo. Los conflictos y la violencia están generando y prolongando la inseguridad alimentaria también en las comunidades receptoras. Por ejemplo, la guerra civil en la República Árabe Siria ha provocado que más de seis millones de personas huyan de sus hogares y se desplacen a otras zonas del país, y que otros cinco millones lo hagan a países vecinos. En la actualidad, las personas desplazadas transcurren un promedio de más de 17 años en campos o con comunidades de receptoras. (Ver el caso del Líbano). Los más pobres y vulnerables suelen ser los más afectados cuando el Estado, los sistemas socioeconómicos o las comunidades locales carecen de la capacidad de evitar las situaciones de conflicto, de hacerles frente o de gestionarlas.
En promedio, el 56% de la población en países afectados por situaciones de conflicto vive en zonas rurales, donde los medios de vida dependen en gran medida de la agricultura. Los conflictos afectan negativamente a casi todos los aspectos de la agricultura y los sistemas alimentarios, desde la producción, la recolección, el procesamiento y el transporte hasta el suministro de insumos, la financiación y la comercialización. En muchos países afectados por conflictos, la agricultura de subsistencia sigue siendo fundamental para la seguridad alimentaria de gran parte de la población. En Iraq, por ejemplo, antes del conflicto, los distritos de Ninewa y Salah al-Din producían casi un tercio del trigo y cerca del 40% de la cebada del país. En una evaluación realizada en febrero de 2016 se observó que en Salah al-Din entre el 70% y el 80% de los cultivos de maíz, trigo y cebada estaban dañados o destruidos, mientras que en Ninewa, entre el 32% y el 68% de la tierra que habitualmente se dedicaba al cultivo de trigo y entre el 43% y el 57% de la que se dedicaba al cultivo de cebada estaba deteriorada o destruida. A pesar de que la mayor parte de los países ha alcanzado progresos significativos en 25 años con respecto a la reducción del hambre y la desnutrición, estos progresos se han estancado o revertido en la mayoría de los países que padecen situaciones de conflicto
Sudán del Sur es un buen ejemplo de los efectos destructivos de los conflictos en la agricultura y los sistemas alimentarios y de que estos efectos se pueden combinar con otros factores, como la salud pública, para socavar los medios de vida y crear una espiral de aumento de la inseguridad alimentaria y la malnutrición a medida que los conflictos se intensifican. Los problemas de la inseguridad alimentaria y la malnutrición graves tienden a amplificarse cuando peligros naturales como sequías e inundaciones se suman a las consecuencias de los conflictos. Es probable que con el cambio climático aumente la concurrencia de conflictos y catástrofes naturales relacionadas con el clima, ya que el cambio climático no solo agrava los problemas de la inseguridad alimentaria y la nutrición, sino que también puede contribuir a alimentar la espiral que conduce al conflicto, la crisis prolongada y la continua fragilidad. En algunos casos, la causa profunda del conflicto es la competencia por los recursos naturales.
De hecho, la competencia por la tierra y el agua productivas se ha considerado un posible desencadenante de los conflictos, puesto que la pérdida de tierras y recursos de subsistencia, el empeoramiento de las condiciones laborales y la degradación ambiental afectan negativamente a los medios de vida de los hogares y las comunidades, y los ponen en situación de peligro. Algunas fuentes calculan que en los últimos 60 años, el 40% de las guerras civiles han estado relacionadas con los recursos naturales. Desde el año 2000, aproximadamente el 48% de los conflictos civiles han tenido lugar en África, en contextos en los que el acceso a las tierras rurales es fundamental para los medios de vida de muchas personas y donde los problemas relacionados con la tierra han tenido un papel destacado en 27 de 30 conflictos.
El conflicto, especialmente cuando se ve agravado por el cambio climático, es por tanto uno de los factores clave que explican la aparente inversión de tendencia a largo plazo en cuanto al hambre mundial, que venía disminuyendo y, por ende, plantea un problema importante para acabar con el hambre y la malnutrición. Será imposible erradicar el hambre y todas las formas de malnutrición para 2030 a menos abordemos todos los factores que socavan la seguridad alimentaria y la nutrición.
La repercusión de los conflictos en los sistemas alimentarios puede ser intensa si la economía y los medios de vida de las personas dependen significativamente de la agricultura. Los conflictos socavan la resiliencia y a menudo fuerzan a las personas y los hogares a adoptar estrategias de supervivencia cada vez más destructivas e irreversibles que ponen en peligro sus medios de vida futuros, su seguridad alimentaria y su nutrición. La inseguridad alimentaria puede convertirse por sí misma en un factor desencadenante de violencia e inestabilidad, en particular en contextos marcados por desigualdades generalizadas e instituciones frágiles. Por tanto, las intervenciones oportunas, que tengan en cuenta las situaciones de conflicto y cuya finalidad sea mejorar la seguridad alimentaria y la nutrición, pueden ayudar a mantener la paz.
Alcanzar un mundo sin hambre para 2030 es un reto complicado.
Además, la inseguridad alimentaria y la mala nutrición durante el embarazo y la infancia también están asociadas con adaptaciones metabólicas que aumentan el riesgo de obesidad y las enfermedades crónicas no transmisibles asociadas en la edad adulta. Por último, pero no por ello menos importante, los cambios en los hábitos dietéticos y los sistemas alimentarios han llevado a un aumento del consumo de alimentos altamente procesados en muchos países. Fácilmente disponibles y accesibles, estos productos, que suelen tener un elevado contenido de grasas, azúcares y sales, señalan un cambio respecto a las dietas tradicionales que explica la coexistencia de múltiples formas de malnutrición en las mismas comunidades y hogares.
Es preciso realizar evaluaciones más acordes con cada contexto específico para determinar los vínculos entre la seguridad alimentaria y la nutrición de los hogares y las causas subyacentes de la aparente divergencia de las tendencias más recientes en materia de seguridad alimentaria y nutrición. En general, estas estimaciones recientes son una señal de alerta de que alcanzar el objetivo de lograr un mundo sin hambre y malnutrición para 2030 supondrá un reto. Alcanzarlo requerirá compromisos y esfuerzos constantes para promover una disponibilidad adecuada de alimentos nutritivos y el acceso a los mismos. www.todosobrederechoshumanos.blogspot.com