Aunque el dictador haya muerto. Al final, las leyes inexorables de la naturaleza se han adelantado a la mal llamada justicia humana y se han hecho cargo de su cuerpo, un organismo desgastado y deteriorado por diversas enfermedades, fingidas y reales.
Lástima, porque quienes fuimos sus víctimas en la tortura, los familiares de asesinados y detenidos desaparecidos, y las organizaciones de lucha contra la impunidad, queríamos que siguiera viviendo lo suficiente para verlo sentado en el banquillo de los acusados, por sus innumerables crímenes. Queríamos oír una sentencia condenatoria de los tribunales, a pesar de saber que no iría a la cárcel, que el juicio y la sentencia sólo iban a ser simbólicos, y que de todas maneras moriría en su casa y en su cama, como tantos otros.
No pudo ser. Ayer, enfrentados a lo inevitable, nos hemos tenido que conformar con los zorionak de los amigos y conocidos y con las dos copas que alzamos durante la cena, por su deceso y por el detalle morboso de que falleciera coincidiendo con el 84º cumpleaños de su mujer, Lucía, el hada malévola de su política genocida. Alguien apuntó además que el 10 de diciembre se conmemora la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero no nos pareció oportuno brindar por ello, teniendo en cuenta que no sólo fueron violados por el régimen militar y están siendo arrasados ahora mismo en Palestina, en Irak, en Afganistán, aquí en casa en Euskalherria…
Volviendo a Chile, no podemos cometer el error de pensar que se ha terminado una época, el siniestro capítulo de la dictadura pinochetista. Su espíritu y su legado político siguen vivos y no sólo en los llantos y gritos histéricos de sus partidarios más acérrimos concentrados ante el Hospital Militar de Santiago. Sigue vigente en el Ejército, que le rinde homenaje en su capilla ardiente y en todos los cuarteles del país, a pesar de estar demostrado que fue un ladrón y el mayor corrupto de la historia de las Fuerzas Armadas. No mencionamos aquí los torturados y asesinados porque, por lo visto, se les considera “acto de servicio”.
El pinochetismo sigue vivo, y esto es quizá lo más triste, en la política del gobierno de “centroizquierda” que administra ahora el país. Ni siquiera el hecho de que la presidenta actual haya sido ella misma una víctima de secuestro y torturas en el centro de detención de Villa Grimaldi, el más conocido y aborrecido, ha cambiado ni un ápice del modelo económico heredado de la dictadura, cien por ciento neoliberal, al servicio de las ganancias de los grupos nacionales e internacionales, alineado con las políticas estadounidenses de libre comercio y de expansión global del capitalismo, opuesto a las alternativas integracionistas de Hugo Chávez, Evo Morales, Lula da Silva y el propio Néstor Kirchner. La señora Bachelet ha asumido, al parecer irreversiblemente, la tesis oficial de la izquierda “realista” de que más vale pactar con las multinacionales, que enfrentarse a ellas y ser derrocado como Salvador Allende.
En el ámbito político interno, sigue vigente la ley de autoamnistía establecida por la dictadura para proteger a sus esbirros ante eventuales procesos, y no hay señales de que este gobierno vaya a derogarla, pese a haberlo prometido la candidata Bachelet durante la campaña, como todos sus antecesores.
Lo mismo ocurre con la ley electoral binominal. También han prometido cambiarla, pero es evidente que los senadores y diputados del “centroizquierda” viven muy cómodos en cohabitación con la derecha, con una mayoría justa pero suficiente para mantenerse en el poder y sin la intromisión de grupos minoritarios que no harían sino molestar y, peor aún, generar conflictos. Los datos más recientes dicen que, como mucho, estarían dispuestos a retocar el sistema para que los comunistas, los más sensatos y menos molestos, puedan tener un par de escaños.
Afortunadamente, tenemos la certeza de que las asociaciones de víctimas y contra la impunidad seguirán, como hasta ahora, luchando sin tregua contra el pinochetismo y sus continuadores, impulsando las investigaciones y procesos contra oficiales y agentes de la dictadura y rechazando los llamados a la “reconciliación de los chilenos”. Igualmente confiamos nuestras esperanzas en las organizaciones de la izquierda social que, día a día, tal vez más despacio de lo que quisiéramos pero sin desmayo, van construyendo la alternativa que, como proclamó Allende, recorrerá las anchas alamedas de un Chile libre, solidario y por supuesto socialista.
No querría terminar estas reflexiones sin una referencia a la información que nos han ofrecido los medios del Estado español sobre la muerte del dictador Augusto Pinochet. Todos y desde todos los colores del arco iris político han insistido, en tono de crítica, en que murió sin ser juzgado ni condenado. Lo curioso es que ninguno haya recordado que Franco también murió en su cama y sin haber tenido que soportar siquiera los desafueros que tanta rabia causaron a su émulo chileno; que aquí no se ha juzgado a nadie por los crímenes del franquismo y que muchos de sus herederos encabezan marchas “por la democracia y contra el terrorismo”.
Exiliado chileno y militante de Askapena.
Iruñea, 11 de diciembre de 2006.