Cuando caminas por el museo que está frente a la Plaza de Armas, en Santiago, recorres la historia de Chile. Comienza con los pueblos originarios, de los cuales hay mucho énfasis en los mapuches. Es bastante profusa en elementos coloniales, lo que demuestra que Chile fue y es un punto estratégico para dar la vuelta al mundo. Luego viene la proeza de la independencia, destaca la vida de O'Higging y el aporte de San Martín. Se aprecia con especial orgullo el pesado escritorio de Andrés Bello.
Hay muchos objetos para reflexionar sobre la tecnología y la vida en el siglo XIX. Hay uniformes, armas y cuadros para recordar conflictos bélicos con países vecinos. Hay herramientas y fotos de las minas con relatos de las pésimas condiciones laborales de los mineros. Caminando se llega al siglo XX, muestran comunicados de prensa, artefactos y ropa. Lucen a Gabriela Mistral y a Pablo Neruda con merecido orgullo. Es un recorrido que provoca interés y sonrisas, hasta llegar a una mesa con la mitad de las gafas de Salvador Allende y finaliza el recorrido. Parece que hasta allí llega la historia de Chile, ya que lo que sigue es la salida del museo.
El problema que padece Chile hoy es el de Chile. Miles de muertos y desaparecidos explican por qué quieren reemplazar una Constitución que tiene la firma de Augusto Pinochet y sus seguidores. Lo que vive Chile hoy es su problema. No se parece al de Venezuela, ni es un problema provocado por Venezuela, y me atrevo a decir, revisando un poco todo lo que ha pasado en los últimos 4 años, es un problema que poco o nada afecta a Venezuela.