Recientemente una comisión conformada por gobernantes y funcionarios de alto nivel del continente africano visitó Rusia y Ucrania, para reunirse con los presidentes Vladimir Putin y Volodimir Zelenski, y pedirles (rogarles) que pongan fin a esa guerra entre eslavos que ya dura más de un año, y que está afectando severamente a las poblaciones africanas, debido a las dificultades que tienen para acceder a los granos y fertilizantes provenientes de estos dos países en conflicto. Lamentablemente la mencionada comisión sólo recibió explicaciones de por qué el conflicto ruso-ucraniano no tiene posibilidades de finalizar por los momentos.
Las razones de carácter geopolítico que habrán esgrimido tanto Putin como Zelenski, seguramente que tienen mucho que ver con lo que representa el mar Negro, un espacio marítimo con una extensión superior a los 400 mil kilómetros cuadrados (la mitad de la de Venezuela), litoral de Bulgaria, Rumania, Ucrania, Rusia, Georgia y Turquía, y desembocadura de ríos como el Danubio, el Dniéper, el Dniéster y el Kubán.
El caso es que el acceso al mar Negro es objeto de disputa entre Rusia y Ucrania, ya que éste es conectado desde el mar de Azov (litoral de la región oriental de Ucrania y objetivo geopolítico principal de Rusia) a través del estrecho de Kerch, y desde los puertos de la península de Crimea (en manos de Rusia desde el año 2014 y objetivo geopolítico de recuperación de Ucrania).
Desde el mar de Azov y desde Crimea se sigue, a través de las aguas del mar Negro, rumbo a jurisdicción de Turquía (se pasa por el estrecho de Bósforo, para llegar al mar de Mármara, y luego pasar por el estrecho de Dardanelos), para llegar al mar Egeo y luego al mar Mediterráneo, y acceder así a los mercados del mundo. Sin duda, una razón de peso para entender el conflicto ruso-ucraniano.