España es un país desarrapado, sin solera, sin clase, sin estilo, sin sentido… La solera, la clase y el estilo lo ponen los territorios que la componen a la fuerza. Desde Andalucía hasta Galicia, desde la Comunidad valenciana hasta Cataluña, desde Extremadura y León hasta La Rioja, Asturias y Aragón… Territorios estos homogéneos, aglutinados desde hace siglos, comunidades autónomas que hace mucho debieran ser estados nacionales independientes con la idea puesta en configurar una confederación.
Pero España, lo que se dice España, la del toro de osborne, la de la bandera rojo y gualda con pájaro o con otra cosa, es un conglomerado forzado por la historia a ser lo que no debiera ser, una nación sin la solera que tienen los demás países de la Europa Vieja que participaron en dos guerras mundiales en el espacio de tiempo de menos de cuarenta años.
A esa me refiero cuando digo que España es una nación sin identidad. Un lugar de Europa cuya identidad e imagen impostadas frente al mundo está desparramada por su geografía. Un territorio de quinientos mil kilómetros cuadrados que reyes absolutistas y dictadores se empeñaron desde prácticamente la Edad Media en la idea de que fuese “una” nación compuesta de muchas.
Sólo conseguida la materialización como nación, por la fuerza de ejércitos al servicio de las clases privilegiadas, por la presencia y potencia de “una” sola iglesia tremendista y gracias a “una” justicia impartida sólo por gentes muy acomodadas dispuestas a todo con tal de dar gusto a los necios.
Pero España, tal como se la ve a distancia en el resto del mundo es una nación marginal, como otras del Caribe, repleta de problemas y de tensiones incontables ocultas, sin la clase ni la raigambre ni la solera que tienen las demás naciones europeas...