La caída. Previsiones para el segundo cuarto de siglo

El año 2025 se presenta como el año de la angustia. El mundo, al menos la parte más consciente de él, apenas respira y retiene el aliento. Las guerras en curso son, como todas, guerras carniceras, y su detención no parece fácil ni inmediata. La guerra de Ucrania, así como la guerra del sionismo contra Oriente medio están enterrando para siempre la credibilidad de Occidente.

Las guerras heredadas del año pasado -2024- son conflictos de escalada, conflictos planeados con férrea voluntad geopolítica imperial. El imperio occidental no puede seguir siendo sin un rosario de guerras. Esa férrea voluntad norteamericana de no aceptar la pérdida de la hegemonía es una de las claves del comportamiento en escalada: sólo causando el caos, un nuevo orden puede ser evitado. Así es como funciona el programa automático del hegemón norteamericano.

La guerra de Ucrania ha adquirido, en contra de nuestra voluntad como europeos, el triste formato de guerra de Europa. Es, por desgracia,"nuestra guerra". Lo será incluso si Trump hace las maletas. Se trata de una guerra (de momento) convencional desatada a escala regional, y destinada a sepultar el aún más si cabe al subcontinente europeo. La escala regional europea en sí misma parece un avispero. Toda Europa occidental y central revolotea, como un aquelarre de zombis, sin que nadie sabe a buen seguro qué va a suceder. No está de más aquí recordar las ambiciones territoriales polacas, o los movimientos de actores vecinos como Rumanía, Bielorrusia, la propia Alemania. La OTAN se ha querido ir extendiendo más y más hacia el Este, de manera harto imprudente, mostrándose de forma desafiante a ojos de la seguridad de Rusia, y esto obedece al Gran Imperialismo yanqui que a su vez alimenta el imperialismo de otros reyezuelos. Siempre es así: el Imperialismo grande se coordina con los pequeños imperialismos de los peones, vasallos ofendidos tiempo atrás, deseosos de revanchas históricas. El hecho es que la retórica de la "guerra que acabará con todas las guerras" ya no le va a servir de nada a Occidente. Su mercancía ideológica (derechos humanos, democracia liberal, la ley de los mercados) es chatarra inservible a los ojos del resto del mundo y su militarismo "ético" no es creíble ni un segundo más. Un continente ocupado, como lo es el continente europeo, empleado masivamente como gigantesco campamento militar de los norteamericanos, no puede presentarse ya como un paraíso utópico a los ojos del mundo. Las potencias derrotadas en 1945 (Japón, Alemania, Italia) concentran todavía una parte significativa de las 800 bases yanquis en el mundo. Alemania es el estado europeo con más bases y con más soldados yanquis. Japón, fuera ya de Europa, ocupa el primer puesto. Los vencidos siguen siendo los vasallos, los más vasallos de todos.

Este orden mundial emanado del fin de la II Guerra Mundial es el que hoy se encuentra en entredicho. Los norteamericanos "desembarcaron" en el que ellos llaman "Viejo Continente" no tanto para enfrentar a Rusia, verdadero contrapeso de su imperio capitalista, ya fuera una Rusia bolchevique ya no lo fuera, sino para algo más esencial: el fin de los cientos de bases yanquis siempre fue el de evitar un verdadero resurgir de potencias europeas nuevamente dotadas de vuelo y pretensión imperial.

Nunca se ha manifestado de modo tan evidente y campanuda la peligrosidad de nuestros "compromisos" militares como españoles y como europeos: la pertenencia de los países europeos a la Alianza del Atlántico Norte no sirve a los propósitos de su respectiva defensa, tanto particular como colectiva, sino más bien es un hecho que pone en peligro seriamente nuestra seguridad. Estar en la OTAN es hoy por hoy un riesgo, una apuesta peligrosa.

De tratarse de una adhesión voluntaria, los gobiernos y los pueblos europeos podrían evaluar periódicamente la conveniencia e interés de seguir siendo miembros de una asociación militar la cual, a su vez, tendría que haber sido fiel a sus compromisos fundacionales, y cuya trayectoria habría sido impecable desde todos los puntos de vista, desde la eficacia de una seguridad particular y común (regional) y desde el ángulo de la legalidad. Pero la adhesión no es voluntaria, y lo firmado en los papeles no se cumple en modo alguno. Este es el hecho. El famoso referéndum de permanencia de España en la OTAN (1986), fue un ejemplo perfecto de campaña de terror psicológico y chantaje económico: o la OTAN o la barbarie.

Ya no hay un Pacto de Varsovia al que enfrentarse y el Tratado del Atlántico Norte no posee ninguna función de contención y neutralización de amenazas externas, sino que es instrumento de expansión de la dominación yanqui.

La Alianza no ha sido otra cosa que el entramado institucional creado por el Imperio occidental (EUA), victorioso en 1945, para justificar su ocupación de toda la parte de Europa que los soviéticos no liberaron o a la cual renunciaron. La creación de la Alianza, en 1949, no estuvo justificada únicamente con el argumento de "frenarle los pies al comunismo", o contrarrestar el imperio alternativo, el ruso. Fue, y es, un instrumento de dominación policial del propio continente europeo. Solamente ahora, con los cañones humeantes, lo estamos viendo con nitidez.
Nuestros políticos y élites siguen cantando con voz ebria y ronca las ventajas de la pertenencia de casi todas las democracias de Occidente a tan "selecto" y armado club. Difícil cantárselas delante de espíritus sensibles, espíritus que quizá pierdan para siempre la inocencia al conocer los crímenes perpetrados por la OTAN en Yugoslavia, allá por 1998. No fueron nazis resucitados, ni bolcheviques recalcitrantes los que bombardearon Belgrado y otros puntos de un estado europeo soberano. Fueron los demócratas otanistas quienes arrojaron sus bombas de uranio empobrecido sobre población civil europea. Países en proceso de disolución nacional, como España, se apuntaron sin embargo muy alegremente al bombardeo "ético", participando de lleno en el ataque aéreo sobre un estado europeo soberano como Serbia. "Democracias" como la nuestra, la de España, incapaces de frenar un referéndum ilegal separatista o de contener una avalancha magrebí en sus ciudades de frontera, violando su soberanía, participaron, no obstante, y con entusiasmo delirante, en aquel desatino, si bien en la proporción modesta que le correspondía. Hoy en día, en proporción también modesta, España sigue entrenando a soldados ultranacionalistas ucranianos, enviando munición al frente del Este, y haciendo causa común en todo con el Imperio occidental americano.

No es objeto de este escrito "darle la razón" a uno u otro de los bandos de la guerra de Ucrania. Solo es objeto del mismo denunciar la situación de grave riesgo y daño que para España y para las demás naciones occidentales entraña la sumisión a los dictados de este Imperio occidental que maniobra sin cesar para que uno de los estados europeos más importantes, la Federación Rusa, no pueda vincularse con normalidad al resto de sus vecinos. La OTAN, como creación al servicio del Imperio, no atiende a criterios de "seguridad común" de los pequeños y medianos miembros de la Alianza: estos socios son simples peones que pueden ser sacrificados si ello le compensa al dueño de la misma. El Grande llama socio al pequeño si con ello halaga la vanidad de este y le retiene a su lado, pero el Grande llevará al pequeño al matadero sin pensárselo dos veces si el interés geoestratégico le lleva a ello.
Hay indicios de peso que indican que la Federación Rusa no se va a dejar engañar de nuevo, allegándose a unos acuerdos de alto el fuego con Zelensky y con la OTAN (beligerante por parte interpuesta): un acuerdo que permita un respiro y una reconstrucción de la capacidad bélica del Imperio occidental es algo que Putin no puede permitirse. Es muy posible que la guerra de Ucrania se lleve hasta el final, "hasta el último ucraniano". La demografía juega en contra de cualquier nación europea, incluida Rusia, pero esta vez juega horriblemente en contra de Ucrania. No se podrá seguir con esta guerra reclutando niños ucranianos, o comprando mercenarios de todos los rincones del planeta. La retaguardia de los rusos es, incomparablemente, mucho mayor y mejor.

La finalización del conflicto, como quiera que esta se lleve a cabo, representa el fin de todo un modelo de "estar en el mundo" para las pequeñas y medianas potencias regionales europeas. La volatibilidad de sus seguridades y alianzas saltará a la vista. Los administradores americanos del Imperio son rostros opacos, y también cambiantes, que se mueven entre sombras mientras se celebra con ruido y colorido cada campaña electoral. Los lideres europeos, en la medida en que recobren el realismo -y una guerra perdida es el jarro de agua que necesitan- deben saber de una vez que sus intereses no son nunca coincidentes con los del "hermano mayor" al otro lado del charco. Ni siquiera la parte real del trumpismo, la que alude a un cierto nacionalismo yanqui (America First), es garantía de comportamientos futuros de los EUA como estado-nación clásico. La existencia de un entramado de lobbies financieros cuyo locus ya ni siquiera es americano ni obedece a preferencias etno-nacionales o territoriales, es un dato a tener en cuenta. Los EUA siguen siendo, como nación, como ejército y como territorio, una suerte de santuario y de instrumento para que el capital, inmensamente acumulado y centralizado, persista en su ritmo de reproducción ampliada empleando el dominio militar y geopolítico mundial de esta potencia para vivir parasitariamente a costa de todos los demás. No obstante, una cosa es el dominio imperialista y parasitario, al servicio del Capital, y otra cosa es el poder del Capital mismo. Este, en la medida en que ya no es productivo, actúa de forma mórbida y pierde "antenas" que le posibilitan su continuidad y su adaptación a la realidad. Los EUA, como potencia imperial, en la medida en que entre una dinámica más y más sembradora de caos, se volverá más impredecible y ajeno a la lógica de la supervivencia. Es el momento en que hay que saltar de este autobús sin frenos.
El capitalismo productivo no deja de ser una monstruosa máquina de explotación del hombre sobre el hombre, como ya supo ver Marx. La degradación de la naturaleza y la degradación de la propia condición del hombre son elementos necesarios para la existencia de semejante modo de producción el cual, no obstante, si se mantiene dentro de ciertos parámetros de contacto con la realidad "sabe" cómo sobrevivir. En gran medida, la distinción entre capitalismo especulativo y capitalismo productivo es, en sí misma, abstracta dado que la producción capitalista en todos los países avanzados es también y fundamentalmente "especulativa". Lo que devuelve un perfil más productivista y clásico a las políticas económicas de China, Rusia y otras potencias BRICS+, marcando las diferencias con el hegemón yanqui, es otro tipo de datos: un mayor control y protagonismo del Estado nacional, entendido de nuevo como principal inversor y regulador económico, un mayor énfasis en inversiones en infraestructuras y en proyectos de economía "real", y un énfasis en las relaciones multilaterales no basado en la depredación sino en el beneficio mutuo. La clave para la construcción de un mundo menos caótico, alternativo al del Imperio del Tío Sam, consiste en domesticar los instrumentos especulativos, reservando la parte financiera de la economía a esa función instrumental, nunca soberana en sí misma.

Nuestros líderes europeos, los pequeños Sánchez, Macron, Scholz…carecen de toda autoridad y capacidad de control sobre los recursos económicos de sus respectivos estados nacionales: no se bajarán del vehículo sin frenos pues son poco más que actores teatrales reclutados a partir del sistema partitocrático de las democracias liberales, cuyo triunfo electoral mismo es debido a los manejos de la propia maquinaria financista globalista en cada nación. El ascenso y la caída de cada uno de estos personajes responde siempre a la mayor o menor conveniencia de estos como representantes de las altas finanzas del globalismo. La democracia "liberal" siempre ha sido un complejo espectáculo (show) consistente en repartir suculentos y bien pagados cargos mediante los que dicen representar a los votantes cuando en realidad representan los intereses de diferentes grupos financieros de presión. El resultado electoral o, incluso de forma más flagrante, el resultado de los cabildeos postelectorales (pues las urnas no siempre garantizan el acceso al grupo más votado) no suele contradecir la voluntad de los grandes fondos inversores globalistas. La permanencia de los pequeños Sánchez, Macron o Scholz, su auge y su caída, está regulada perfectamente por esos inversores carentes de la más mínima lógica territorial o etnonacional, soberanista, etc.

De hecho, las llamadas democracias europeas han ido evolucionando hacia un mayor autoritarismo plutocrático porque los líderes votados y elegidos no responden a los votantes sino a los financiadores de sus campañas y a los diseñadores de sus propios perfiles de "elegibles". Son líderes de estados cipayos dispuestos a emprender sacrificios del pueblo cada día más grandes y cada día más castrantes al servicio del poder del dólar y de una buena sintonía con el hegemón americano. Toda veleidad discursiva o todo rasgo de personalidad concreto es perdonado y tolerado si hay sumisión fundamental al Imperio. Así, por ejemplo, si la Socialdemocracia exhibe como muñeco a Pedro Sánchez, líder del socialismo en la modélica Rabat, y el sultanato magrebí es blanqueado a ojos del mundo como referencia del socialismo democrático, eso poco importa: debajo del traje anodino y bien planchado del líder español, lo mismo que debajo de la chilaba del rey feudal de Marruecos, están los uniformes de la OTAN y el verde de los dólares. La burla al pasado y la desfachatez campan a sus anchas.

Este hegemón del Imperio de occidente es la mesa en la que se sientan los fondos depredadores y parasitarios del Gran Capital Especulativo. Desde su mesa de mando se irán abriendo las manos y los escenarios a fuerzas "populistas" que gestionarán la creciente frustración de una clase media europea en caída libre, así como a una masa de trabajadores precarizados que han dejado de percibirse como "vanguardia" de nada. El populismo dejará de ser criminalizado y pasará a ser "gestionado". Los derechos laborales, el Estado del Bienestar y los propios rasgos identitarios de los estados europeos se van erosionando, difuminando, convirtiéndose en caricatura de sí mismos. El gran capital especulativo tratará confundir a las masas, por medio de una generación controlada de caos, que es la habitual medida que éste ha aplicado desde 1945.

El "populismo" será gestionado de tal manera que se traduzca en odio (que como tal emoción, es subjetivo e injustificado) transfigurando lo que en realidad esconde; un proceso objetivo y en sí mismo desastroso, cuyas causas verdaderas no se quieren atajar. Sin la más mínima medida natalista, sin un verdadero apoyo a las familias y a la concepción tradicional y cristiana de la familia y de la propiedad productiva familiar, los "populismos", funcionales al sistema en diversos grados, alimentarán un odio al inmigrante, odio indiscriminado e injusto. Una población nativa cada vez más embrutecida será incapaz de distinguir la planificada desorganización entrópica de sus naciones, de un lado, que incluye una alocada política de fronteras abiertas y una política de acogida indiscriminada, y por el otro, la afluencia de contingentes de personas que harán uso de todos los mecanismos imaginables para poder mejorar de posición en la vida, alcanzar cotas dignas de vida y ocupar nichos laborales vacíos huyendo de dictaduras horribles y de guerras desatadas por el propio Imperio del Caos..

Lo que resulta evidente es que las sociedades europeas, primeramente, se han "americanizado" antes de su africanización de ahora: ellas han ido avanzando hacia el modelo yanqui de sociedades-mosaico, en el cual una tesela cultural poco o nada guarda en común con la tesela cultural de al lado, y esa americanización (léase cretinización) es previa a la africanización: crea la anomia adecuada para que las naciones ya no sean naciones sino espacios indiferenciados donde el resto del mundo pueda llegar y acampar, succionado recursos comunitarios y aumentando la entropía. Se suponía que un "patriotismo constitucional" habermasiano, un respeto compartido a "los valores de la democracia y los derechos humanos", que es como un respeto a la Ley Común, serían suficiente para cimentar esta nueva sociedad multicultural. Pero el modelo se está hundiendo, con el agravante de que en EUA la nación fue, desde el principio, un artificio construido por diversos grupos de emigrantes europeos basándose en el exterminio de los pobladores nativos, los indios. En cambio, las naciones europeas contaron, desde el principio, con su propia diversidad de culturas y pueblos nativos, orgánicamente enraizados en el territorio. La mayor parte de las naciones europeas son muy antiguas, no son fruto de un "laboratorio" de emigración. La llegada impuesta, no solicitada, de grandes masas de gente venidas de ámbitos étnicos, geográficos y religiosos muy diversos y distantes está siendo vista como una catástrofe, y de hecho la batalla de la CIA y el Pentágono por controlar los "populismos" va a marcar este siglo.

Que los europeos autóctonos vuelvan a ser algún día dueños de sus destinos, es algo que está por ver. El futuro es muy negro, y su "populismo" va a ser manipulado por los americanos y los hebreos de las más tenebrosas maneras. La experiencia ya nos ha mostrado, tras las "primaveras árabes" y, especialmente, la "primavera siria", quién es el doctor Frankenstein que siempre anduvo detrás de grupos yihadistas que rebanan cuellos, cometen atentados con bombas, tiroteos, machetazos o atropellos múltiples. La pista del dólar acaba apareciendo, y ello sin perjuicio de que existan numerosas redes y células radicales islámicas sumamente peligrosas, que pueden y de hecho son financiadas al margen de los EUA. Todas las monarquías petroleras, corruptas y sanguinarias, serían el verdadero enemigo a batir por parte de los soberanistas europeos. No debería quedar piedra sobre piedra de estos regímenes que son una ofensa a la propia humanidad, y que han hecho del islam una comunidad inestable, dividida, masacrada, así como una fuente de preocupación y problemas para las restantes civilizaciones.

Debe verse en la pista del dólar, y del petrodólar, la misma marca de la llamada "islamofobia". Sin distinguir entre personas, comunidades, al meter a todo el mundo en un mismo saco, los soberanistas europeos harían bien en ponerse en guardia ante fundaciones y medios de prensa sionistas, deseosos siempre de erigir un fantástico e imposible "bloque judeocristiano" ante los locos sanguinarios del Islam. En todo momento, la defensa de una identidad fuerte de Europa (de sus tradiciones nacionales y de su herencia cristiana) no debe consistir en islamofobia de ningún tipo, menos de la especie creada por el sionismo: la guerra que el sionismo mantiene con la totalidad de sus vecinos árabes no es la guerra de Europa, y los movimientos populares del continente deberían ser igual de contundentes ante las manipulaciones sionistas como ante los integrismos mahometanos.

En España resulta grotesco que intenten vacunar al pueblo contra la islamofobia al tiempo que mantienen intacta la sumisión absoluta ante el reino de Marruecos. En los barrios, en los centros escolares, en el acceso a los servicios públicos, cuando el pueblo se enoja ante el trato de favor que reciben los marroquíes, de inmediato pesa el sambenito de islamofobia. Pero ¿de qué "islamofobia" estamos hablando cuando de lo que se habla es de marroquíes? El hecho es que ese colectivo de extranjeros (el más importante en España) es, antes que parte de una comunidad religiosa determinada, un colectivo extranjero perteneciente a una potencia hostil, un colectivo que en parte ha sido enviado por su sultán con el objetivo de desestabilizar y doblegar a España. La presencia de un millón de súbditos extranjeros de un mismo país, fronterizo con el nuestro, expansionista e imperialista, debería ser objeto de atención prioritaria de nuestras autoridades. Junto al millón de marroquíes que oficialmente viven dentro de nuestras fronteras, habría que añadir otra cantidad equivalente de descendientes, "nuevos españoles", que no obstante su condición legal española o al menos legalizada, siguen siendo a todos los efectos súbditos del sultán y mantienen vínculos con ese país. Hay una parte significativa que vive en paz y de forma productiva en España, pero también abundan otros elementos muy vinculados al delito y al desorden. Ningún estado europeo con "instintos" autodefensivos permitiría la afluencia masiva de personas de un estado expansionista e imperialista, como es el de Marruecos. La presión fronteriza, el delito (casi un tercio de nuestros reclusos son de esta nacionalidad extranjera), la succión de recursos públicos, la fragmentación cultural, son algunas de las consecuencias indeseables de esta transformación de España en nación-mosaico. Una nación que se asomó al siglo XXI sin asomo alguno de "islamofobia", teniendo en cuenta que las cuestiones religiosas (en todo orden, y para lo bueno tanto como para lo malo) ocupaban un rango muy bajo en las preocupaciones colectivas de la sociedad española posfranquista, sin embargo, se vio España impotente ante procesos de invasión silenciosa por parte de una potencia norteafricana cuyo problema no es tanto su confesión religiosa cuanto su afán por quedarse con las ciudades de Ceuta, Melilla, amén de peñones e islotes de soberanía española, así como Canarias y parte de Andalucía. El inquietante precedente de la invasión del Sahara Occidental (pactada por Juan Carlos con el sultán alauita junto con los americanos y galos), así como la invasión migratoria planificada, haciendo uso de "jóvenes" y "niños" súbditos del sultán, son amenazas reales y tienen a España como rehén. España es un rehén en el aspecto comercial, pues el lobby marroquí controla los resortes de Madrid y Bruselas, en perjuicio de nuestra producción agrícola y pesquera, dándose la situación surrealista de que un estado europeo miembro de la Unión, como España, debe plegarse a los intereses de un país africano externo, pero "socio preferencial" y que marca las políticas europeístas. El hecho de que el sultanato de Rabat se esté armando hasta los dientes con apoyo sionista y yanqui hace vaticinar para España pérdidas territoriales y de soberanía inmediatas, que se harán tangibles antes de que acabe la década. Es posible que veamos a varias docenas de miles de españoles canarios, ceutíes, melillenses y andaluces vivir en un estatus similar al apartheid, y esto antes de 2030, una vez consumada una invasión de facto -no declarada- de esas islas y ciudades.

Esta caída de España desde el sur (siempre empieza a caer desde el sur, como en 711) no será sino el primer derrumbe que anunciará el cataclismo general de Europa. El primer cuarto de siglo es la antesala de la caída de Europa. Y desde este flanco sur-occidental el proceso se verá avanzar más y más, inexorable,



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Carlos Javier Blanco

Doctor en Filosofía. Universidad de Oviedo. Profesor de Filosofía. España.

 carlosxblanco@yahoo.es

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