Más cosmos, menos universo

Subámonos a una imaginaria máquina del tiempo y visitemos el siglo XVI europeo. No. No se trata de un ataque eurocentrista de mi parte ni tampoco un ejercicio de ficción a lo H. G. Wells. El caso es que aquella Europa conquistó y colonizó el planeta, impuso la primera globalización si se quiere. Salió de su creencia geográfica de que el Mediterráneo era el centro de todo, si bien mantuvo la creencia provinciana de que su racionalidad era la racionalidad toda. Lo del siglo XVI tampoco es un capricho. Precisamente allí se cultivó dicha racionalidad provinciana, una que todavía domina sobre el creciente desierto rojo (Antonioni, 1964) de nuestro tiempo. Pues bien, aquellas mujeres y hombres del siglo XVI europeo fueron testigos del desplome del cosmos y del nacimiento del universo. Empecemos por el primero, por el cosmos.

Los occidentales antiguos y medievales habitaban en un cosmos. A su alrededor había una preciosa luminosidad estelar supralunar. Abajo, aquí en la tierra, en el mundo sublunar, el movimiento, la necesaria búsqueda del lugar adecuado, marcaba la existencia de esta terrícola naturaleza. En su totalidad, el cosmos se concebía finito y lo que es finito centro tiene. Así, con la llegada del cristianismo se reforzó que habitábamos el centro del cosmos. La diferencia radicaba en que ahora el cosmos era creación divina mientras que para la visión dominante aristotélica era increado. En todo caso, creado o no creado, el cosmos habitado se caracteriza por su finitud y nosotros estamos en el centro. La palabra "cosmos", como bien decía el profesor Alfredo Vallota en sus maravillosas clases, tiene aire de familia con la palabra "cosmética" en tanto que ordenamiento bello y jerarquizado de un mundo, sea este el rostro, cuerpo humano o la totalidad de las cosas. El cosmos resultaba tan ordenado y jerarquizado en lo supra y lo sublunar, en lo de arriba y lo de abajo, como ordenada y jerarquizada se nos presenta una catedral gótica desde el pórtico hasta el altar. El correlato sociológico de esta cosmovisión (Weltanschauung) fue la sociedad estamentaria medieval. Nobles, señores y siervos en su respectivo sitio, reproduciéndose entre ellos. Al margen, en los burgos, la naciente burguesía en forma de artesanado. El mundo como Dios lo ha querido y nosotros, creados a su imagen y semejanza, pero soportando el corporal castigo del pecado original, estamos en el centro.

Dividido en estamentos y partes, unas abajo y otras arriba, el cosmos se definía por su unidad. En la tónica de la ilustración ateniense y su llegar a Aristóteles es un sujeto, todos somos predicados del mismo. En el devenir del cristianismo se vuelve objeto por ser creación del sujeto supremo: la voluntad de Dios. En todo caso, conserva su unidad, unidad que sufrió una gran explosión, un Big Bang, para los europeos del siglo XVI. No podemos contar en este espacio los motivos del gran estallido, digamos que ocurrió y de allí emergió gradualmente el presente universo. El atrevido de Colón retó la planitud sub-lunar y los portugueses desafiaron el presunto infierno del África subsahariana. El planeta se volvió esférico, a pesar de los terraplanistas actuales y de otrora. No obstante, algo marchaba mal con las astrales cartas de navegación hasta que un astrónomo polaco puso a girar el planeta, junto con otros, alrededor del Sol. Luego, el alemán Kepler perfeccionó con elípticas órbitas los descubrimientos de Copérnico. Y así amigo lector, en nuestro imaginario viaje al siglo XVI la incertidumbre nos acongoja, como suele ocurrir en épocas de grandes derrumbes del mundo. Lo que nuestros abuelos y maestros nos enseñaron como cierto: la planitud y centralidad de la Tierra ahora resultaba falso. Había incluso otros lugares con extraños humanos ¿O no serán humanos? ¿Tendrán o no tendrán alma? Buscando otras rutas a indias decenas de mujeres y hombres van apareciendo con distintas costumbres. ¿En qué autoridad hemos de confiar si las que dábamos por doctas han vivido en milenario engaño? ¡Hasta el cristianismo tuvo su gran estallido a partir de Lutero en 1517! El Vaticano se volvió un centro más en un universo policéntrico. Pues en materia religiosa no dejaba de ocurrir lo que en materia astronómica ocurría. El universo que nacía ya no tenía centro ni era finito. Lo infinito que sigue en curso de su infinitud carece de centro. El terreno para Galileo ya estaba fértil, y todo a pesar de la Santa Inquisición que purificó a Giordano Bruno en la ardiente pira aquel febrero de 1600. También fértil era para el liberalismo de Locke y su exigencia del retiro de Dios de la plaza pública. Pronto, en el XVII reinarán nuevas certezas, mientras en el interín, Montaigne funda el ensayo moderno y cierra el XVI con el lamento de que ya no hay en qué creer ni en quién creer.

En el marco de este desasosiego nace propiamente la época moderna, el gran estallido da lugar al universo. Con sus diferencias pero con un mismo propósito Bacon y Descartes trazarán los caminos iniciales. Para ambos, la preocupación será la búsqueda de la certeza, de conocimientos firmemente fundados. Ya no podemos seguir creyendo en las vainas que nos contaban los abuelos y las autoridades santas y no tan santas. Y la preocupación se vuelve en ellos obsesión metodológica. Un "Novum Organon" (Nuevo Método) propone Bacon para leer bien el libro de la naturaleza y extender nuestro dominio sobre el mundo, conociendo mediante la investigación empírica las causas de los efectos para manipularlas allí donde sea posible hacerlo. Saber es poder, sentencia el sabio canciller de Inglaterra Francis Bacon en 1620. En la otra orilla de Europa, en Francia, formado por los jesuitas surge el genio de Descartes. Su preocupación es semejante. Unas reglas para dirigir bien la mente y luego un célebre "Discurso del Método". Todos nos hemos visto con Descartes en algún momento de la enseñanza escolar. Nos topamos con la geometría cartesiana o analítica. Seguramente se nos presentó muy rara. Ya no jugábamos con figuras planas o sólidas, sino con ejes horizontales y verticales y un mundo aritmético. Descartes desconfiaba de los sentidos, su mundo no eran esferas o tetraedros hechos en cartulina. Bastaba la pizarra y la tiza para hacer geometría, para expresar lo que ya estaba en nuestra mente. Gran matemático y geómetra, Descartes traza el camino racionalista de la modernidad temprana. A partir de unos principios se deducirá todo lo demás. La primera regla de su método dirá que hay que dividir lo compuesto en sus partes más simples. El universo cartesiano, el baconiano también, el moderno por supuesto, se compone de partes simples. La actitud del conocimiento será entonces el análisis. Descomponer para construir de nuevo, descomponer para dominar. La actitud: conquistar la naturaleza y someterla a nuestra voluntad. "De lo que se trata es de conquistar el mundo", dirá Cerebro a Pinky siglos después.

¿Puede concebirse el universo como un compuesto de partes simples que adquieren distintas formas? ¿Puede centrarse todo método para el bien conocer sólo sobre el análisis (el descomponer)? ¿Serán sinónimos "compuesto" y "complejo"? La actitud analítica de la racionalidad moderna ha descubierto en los secretos de la naturaleza un mundo que ciertamente ha permitido inventar maravillas. Habitamos un universo humanamente tecnologizado gracias a esta actitud y la creatividad de nuestro pensar. Empero, quizás hoy topamos con claridad y distinción con una serie de problemas para cuya resolución la actitud analítica nos ciega. Entre nosotros hubo quien prometió sanear el Guaire y hasta donde tenemos noticias donó varios cientos de miles de dólares para hacer lo propio con el Río Hudson en New York. Ojalá llegué el día en que efectivamente se inviertan los recursos económicos para recuperar nuestro Guaire. Pero para que la promesa se realice no serán suficientes todos los millones disponibles, hace falta recuperar más allá del Guaire los sistemas ecológicos de los que forma parte, hace falta comprender el problema del río en su complejidad. No se trata de un compuesto que el análisis dilucide en sus partes, pues aquí no hay partes sino procesos continuamente emergentes. El problema exige una actitud cognoscitiva orientada a descubrir, dar cuenta y tratar con la complejidad del asunto, una actitud sintética y holística que apunte a una unidad dinámica. Complejo viene de complexus que significa lo entrelazado, entretejido por diversas y múltiples hebras, factores que al conjugarse dan lugar a propiedades nuevas con una lógica propia. No se requiere simplemente desarmar un juego de lego, se precisa comprender la magnitud de la cantidad de factores creativos intervinientes en un proceso. Sanear el ambiente, recuperar los nichos ecológicos en los que anida la Vida, no pasa sólo por reunir a biólogos y químicos para encarar el asunto. Demanda la conjunción de equipos multi e interdisciplinarios dispuestos a interactuar entre sí y con los saberes no disciplinarios. Exige convocar una fiesta de conocimientos y saberes para celebrar el diálogo entre ellos. Demanda convocar a las comunidades que habitan en sus riberas y más allá de estas. Pasa por el autorreconocimiento de la racionalidad y los valores que nos dominan y mediante los cuales actuamos y causamos daño y nos dañamos. En consecuencia exige otra educación y una ética del cuidado, más de signo cultural femenino que masculino.

El desastre ambiental, la crisis ecológica, es el tema de nuestro tiempo, el tema de la Vida misma. Convertido el bufón estadounidense en Rey la cosa pinta peor para los próximos años. El acuerdo de París termina de desmoronarse y otros bufoncitos de corte aspiran a gobernar en Europa occidental. Estemos atentos a las elecciones alemanas de febrero. En otras latitudes el socialismo carnívoro depreda con furia la naturaleza que va quedando a su disposición. La jaula está cada vez más cagada y el poder establecido no está para limpiarla. No obstante, más allá de esto, cuando incluso el tan mentado Partido Verde alemán ha propuesto con todo cinismo quemar más carbón para cubrir el déficit energético generado por la invasión a Ucrania, parece que el problema es más de fondo. Cuando los que se suponen llamados a repensar nuestra relación con la Vida están dispuestos a seguir intoxicándonos hay que revisar la ideológica racionalidad que nos gobierna. El problema en que estamos no se solucionará con más análisis, con más atomismo o con más ratio technica. Resulta imperativo pasar a la síntesis, a la comprensión de que la naturaleza es también sujeto y no mero objeto. Tomarnos en serio el argumento de Spinoza contra Descartes de que no tiene sentido andar postulando tantas sustancias diferentes: Dios, nosotros y la naturaleza. ¿Para qué tanto? Spinoza parece hacer uso de la navaja de Ockham. Nos dice: hay un todo, no varios. Deus sive natura, Dios o naturaleza. Es lo mismo. Un sacerdote jesuita me decía semana atrás en la UCAB: nos hace falta una dosis de panteismo. Está en lo cierto. Me guardo su nombre para que no lo excomulguen.

Entendernos como parte privilegiada de este todo cósmico será parte de la solución. Parte privilegiada en tanto y en cuanto que siendo nosotros un brote de la Vida como muchos otros, sin embargo somos un brote con la capacidad de volverse autoconsciente, dotado del poder del saber y del saberse. Hijos de la naturaleza somos la naturaleza que puede despertar de su ciego ser inconsciente para autocomprenderse, para volver su sino en un destino menos doloroso, más armonioso. La ciencia, inseparable por siempre de la filosofía, constituye la más importante empresa humana para este despertar cósmico, para este volverse autoconsciente y reconocerse como parte del todo. Por ahora, está apresada en el canibalismo de la ley darwinista de la evolución, de la sobrevivencia del más apto en la competencia, del dominio del gran capital y su complejo financiero-militar, de la voluntad de poder schopenhaueriana y nietzscheana, de la actitud analítica. Por ahora la ciencia hegemónica es ciencia endeudada con el financiamiento del Pentágono y Silicon Valley, del Kremlin o de Beijing, poco sintética porque la síntesis y la actitud holística en el conocer son hoy subversivas. Y por eso hoy más que nunca requerimos universidades públicas constituidas en red así como más redes globales de investigadores independientes que conformen alternativas a la ciencia hegemónica, que articulen un tipo de empresa científica no reservada a profesionales universitarios, un tipo de empresa que vaya de la mano con aquellos saberes populares que mucho pueden decir en materia del cuido del entorno, del cuido de la Vida.

Despertemos el cosmos que el universo durmió superando cualquier atisbo de sociedad estamental. No se trata de regresar al medioevo. Confiamos en una ciencia libre. El dolor de muelas precisa de la odontología y la apendicitis de una buena cirugía. La cura del malestar ecológico precisa de la sinergia entre ciencias naturales, ciencias sociales y saberes alternativos. Sólo por medio de esta síntesis se abrirá en el horizonte otra organización social con otra racionalidad, otra educación en tanto que Bildung (formación del carácter) que dé a luz otra cultura más amable. Entonces, y sólo entonces, sanearemos el Guaire, el Hudson y el planeta. Más cosmos, menos universo.



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Javier B. Seoane C.

Doctor en Ciencias Sociales (Universidad Central de Venezuela, 2009). Magister en Filosofía (Universidad Simón Bolívar, 1998. Graduado con Honores). Sociólogo (Universidad Central de Venezuela, 1992). Profesor e Investigador Titular de la Escuela de Sociología y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela.

 99teoria@gmail.com

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