Temor infundado

Después de que, por exigencias del progreso mercantil, algunos países situados en la vanguardia hayan impuesto a sus gentes la política woke, han saltado las alarmas entre los beneficiados de ellas —que son muchos—, preocupados por si se acaba el chollo. Esto viene a cuento de los nuevos proyectos imperiales, que parecen tratar de quitarla privilegios y frenarla el vuelo. Habría que apuntar que, pese al cambio de tercio de la política imperial, no hay motivo de preocupación, porque lo que ha pasado a ser cultura woke, promocionada por la política progresista, no está condenada ha desaparecer, sino todo lo contrario, se aprecia un largo recorrido, creciente e innovado. La razón no es otra que los intereses comerciales y políticos que se mueven con ella compensan las posibles desventajas.

En principio, la cuestión de fondo, cuenta con soportes argumentales en el plano ideológico considerados racionales y asumibles. Sin embargo, no sería suficiente, si se tiene en cuenta que hay tanto material de similares características que se queda por el camino pese a tales soportes, no explicaría que la ideología base haya alcanzado nivel cultural. Mas si se tiene en cuenta que en el proceso seguido tiene un papel clave la doctrina capitalista, todo se va aclarando. Y esto sucede porque esta doctrina global ve en su desarrollo un gran negocio mercantil, ya que cobran protagonismo los afectados y el Estado. Unos, gozando de beneficios y privilegios con repercusiones favorables para el mercado y, el otro, costeando la factura económica y debilitando su soberanía —lo que resulta provechoso para el que controla la mundialización—. Por tanto, llegados a este punto, el soporte es sólido.

Pero no solamente el mercado es el que prospera en el ambiente de la política woke, además de los privilegiados acogidos a ella, su mantenimiento goza de un gran interés para las políticas locales. El motivo es que se presenta como socialmente tolerante, pacífica, humana y avanzada en la mejora de la calidad de vida de las gentes. Siempre mirando políticamente de reojo a una mayor cosecha de votos y con la vista al frente para mostrarse en sintonía con la política global, lo que aporta prestigio a los practicantes. Por otro lado, dedicarse a la política woke es un excelente subterfugio para desanimar a la disidencia, en cuanto, desde el apoyo a sus principios, todo lo demás queda excluido, en cuanto deja de hablar su lenguaje, lo que permite establecer la censura, la información dirigida y la represión, haciéndolas pasar como racionales, al amparo de la supuesto progresismo de la política de moda. No ofrece menor interés para la política universalista promocionada por la globalización. En este caso por un doble motivo. Asegurar la fidelidad de la política local a sus mandatos, para seguir alimentando el negocio capitalista, y eliminar toda posibilidad de concertación social, en base al establecimiento de privilegios grupales, lo que impide que suenen las voces de fondo.

Indudablemente hay demasiados intereses en juego para que la política de moda desaparezca de escena, pese a lo que se diga, en el caso del imperio, porque tiene un amplio recorrido en las colonias que cuentan con una sociedad autocalificada de avanzada. Fundamentalmente por la ya conocida actividad que supone ser una considerable fuente de empleo y de negocio para el mercado, además de para esas legiones de favorecidos con el paternalismo estatal. En cuanto a las desigualdades que les son propias, basadas en el culto grupal, son fáciles de obviar, basta con usar a la medida el lavado de cerebro colectivo desde el instrumental mediático, en sintonía con la entrega al consumismo en sus distintas variantes. Con lo que, pese a cualquier alternativa que se improvise, la política woke no desaparecerá de la escena, porque de ella depende, en gran medida, la subsistencia del gran fenómeno económico de la globalización. Lo que ahora acontece, solo se trata de un pequeño revuelo sin mayor trascendencia.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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