Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado.
José Martí.
Una noche, cuando se cumplían cien años del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, se reunió un grupo de poetas latinoamericanos en Nueva York. Estaban allí, no para celebrar sino para reencontrarse con el héroe. Había un silencio de vergüenza, como si de veras el Grande Hombre acabara de morirse. Lo recordaban, encendidas las mentes, en las hazañas del Paso de los Andes, Carabobo, Boyacá, Bomboná, Junín, Ayacucho. Como si fuera ayer, allí brillando los estandartes libertadores, hecha girones su camisa, inflamado todavía su corazón ante el esplendor de una América Latina fuerte y unida, veinticinco mil hombres formando el ejército más glorioso, más solidario y universal de la tierra con la espada en la mano, aún sus sienes palpitantes. El viejo estaba allí, en la velada, con su traje prestado por los indios, con un pañuelo blanco en la cabeza, rodeado por un pelotón de oficiales comandados por el negro Domingo López de Matute, Capitán del regimiento, triunfante en Ayacucho, de los Granaderos de la Guardia.
Porque el viejo había sido el único prócer que solicitó incluir negros y esclavos en su ejército (para que se ganasen la libertad, y en el futuro supieran defenderla por sí mismos). Parecían escuchar su voz: "- La libertad no debe prestarse no es una concesión, es un peso y un compromiso, ustedes que son poetas lo saben mejor que nadie".
Qué silencio, qué dolor, ¡cuánta responsabilidad sobre sus hombros.
-Ahora es cuando vuestra Excelencia batalla - dijo Martí-. Escuchamos su llamado; hoy como nunca resuenan en nosotros sus clamores sus dolores que viven, vivirán en todos los tiempos.
Eran los poetas herederos de sus padecimientos, de sus visiones angustiantes.
-Miren esa cenizas - hablaba el padre de la patria -, palpen el barro del que estamos hechos; contemplen estos escombros en Venezuela, aquellos destrozos del Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia. ¡Ah!, ya no deberíamos hablar más... Conozcan al monstruo que todo lo envilece con sus dádivas, con su poder y sus negocios. La tarea es abrumadora en este ambiente de ruina, de jóvenes sin ideales, políticos de partidos vendidos al delirio del desarrollo ajeno. La locura desbordada del dinero, hasta llegan a decir: "Si no hay dinero no hay dignidad". Cuidado con ese progreso importado, que no ha provenido de nuestra sangre, de nuestra propia invención y necesidades, de nuestras manos.
La situación de Cuba penetraba aquella sala; Cuba, la amada tierra de Martí, la que quiso libertar Bolívar junto a Sucre y Páez.
- ¿Quién de vosotros mantendréis la fe inalterable hasta el final? - retumbó con dureza terrible la voz del Padre de América-. La idea fija de amor inalterable que debe perdurar mientras haya un sólo dolor de ultraje y dominación contra nosotros, un sólo esclavo entre nosotros: la constancia hasta vernos libres de ataduras colonizadoras, explotadoras.
- Libertador - con voz entrecortada respondió Martí-: Lo que vuestra Excelencia no ha hecho, sin hacer está todavía. Somos los hijos de los poemas de Carabobo, Boyacá, Bomboná, Junín, Ayacucho. Como los árboles de pie en los bosques, guerreros, dispuestos a la lidia. ¿Qué sería de nosotros sin vuestra sublime y soberbia obra? Mientras haya un bien que hacer, allí estará vuestro ejemplo y vuestra acción, Padre, mientras exista un derecho que defender: "un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo...", allí estarás, Padre, a nuestro lado, porque vuestras escuelas son los llanos, la faena dura y desinteresada, el quehacer disciplinado y constante, poniendo orden a los elementos y elevando a los más menesterosos para que miren y palpen toda la patria que le han robado, que le han tenido escondida envuelta con nombres prestados que nos traen ladrones, mercaderes, negociantes.
No son sólo palabras, vuestras plegarias - contestó sereno el Libertador, preguntando-: ¿Quién de vosotros carece de patria? ¿Quién de vosotros la ha olvidado? ¿Quién la ha mancillado con la entrega de su vida a intereses ajenos y funestos, con el egoísmo del vil utilitarismo? ¿Quién de vosotros ha desconocido a la madre tierra, abandonando sus obligaciones para con los necesitados, para con los hambrientos y los parias de América?
- Yo, Excelencia, no tengo patria a la cual honrar, pero sí una patria por conquistar y por amar-respondió Martí, pero en el hacer. Padre, me iré haciendo.
- Los Hombres que han tardado tanto en llegar están hoy aquí, Excelencia, porque nosotros somos los únicos sobre quienes pesa tan enorme encargo - intervino Juan Antonio Pérez Bonalde.
A la exclamación de Pérez Bonalde siguió la alarma de un regocijo interior. Se había alzado el sueño del viejo, sus dolores trágicos en clamores solidarios por la sala, el hilo de las realidades por tanto tiempo perdido.
-
Lo tenemos a él, todavía - musitó Nicanor Bolet Peraza. Aún hay tiempo para ser dignos de sus mandatos.
Miguel Tejera se excusó para dejar la sala. La noche era fresca y tierna, cargada de la inmensidad de la nada; de esa nada que puede volverse, por el milagro de los hombres, en acción creadora. Las estrellas, allá en el firmamento, titilando con luces de inefables parpadeos.
Fue un largo encuentro con ellos mismos: la solemnidad del silencio en la agonía del ser que sabe que tiene que parir patria. Los dolores que viven en nosotros desde el día en que comenzamos a ponernos furiosos.
Se guardaron los discursos y poemas preparados para la ocasión, y cada cual se replegó en sí mismo, por la honda tarea que reclamaba el hacer y el servir. Cada cual debía volver a su tierra a levantar el alma de los pueblos que aún gemían en medio de la criminal dominación del imperio gringo.
José Martí se despidió con el corazón destrozado, conmovido, la respiración anhelante. Haría del resto de su vida otro canto a la hermandad americana. Su empeño estaba cifrado en ser el mejor de los discípulos de Simón Bolívar. "Mi único deber es ser digno de vuestra confianza y de vuestra grandeza". Nada de metas personales.
Iba marcado por el fuego de sus obras. Era Martí en el parto de hacerse hombre:
- De aquí a otros cien años, tendrás, viejo, otra patria con la cual contar. De aquí a otros cien años el cielo de América será otro. El pueblo cubano habrá ganado respeto en el mundo, y la fiesta con tu presencia será otro desafío para más luchas. De aquí a otros cien años...
Pero otros cien años, se cumplieron 1983, y no hubo cambios reveladores en nuestro continente, a no ser que Hugo Chávez ya había fundado, clandestinamente, el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200)…