Neoconservadurismo, multipolaridad y la decadencia de las democracias occidentales

Occidente, en su obsesión por dominar, ha fracasado en su intento de moldear el mundo a su imagen, dejando tras de sí Estados fallidos, migraciones masivas y un Sur Global cada vez más resentido.

Vivimos en una era de fracturas geopolíticas, donde las decisiones de unas pocas élites han arrastrado a la humanidad a un ciclo de conflictos y decadencia moral. La guerra en Ucrania, lejos de ser un evento aislado, es síntoma de un juego de poder impulsado por los neoconservadores estadounidenses, cuyas ambiciones hegemónicas han sembrado caos desde Medio Oriente hasta Europa del Este.

Permítanme explorar tres ejes críticos: el papel destructivo de los neocon como principal amenaza global, la oportunidad perdida de Europa para liderar un mundo multipolar en alianza con los BRICS, y la metamorfosis de las democracias occidentales en “totalitarismos invertidos”, según el concepto de Sheldon Wolin. A través de estos prismas, analizamos cómo Occidente, en su obsesión por dominar, ha acelerado su propia derrota, tal como anticipa Emmanuel Todd en La Derrota de Occidente.

Los neoconservadores: arquitectos del caos global

Emmanuel Todd, en La Derrota de Occidente (Akal, 2024), describe a los neoconservadores estadounidenses como una élite que instrumentaliza la retórica democrática para imponer un orden unipolar basado en la fuerza. Su estrategia, arraigada en el excepcionalismo estadounidense, ha consistido en desestabilizar regiones enteras bajo el pretexto de exportar libertad, mientras consolidan un complejo militar-industrial que alimenta guerras interminables. Todd señala que esta “hiperpotencia” ha fracasado en su intento de moldear el mundo a su imagen, dejando tras de sí estados fallidos, migraciones masivas y un Sur Global cada vez más resentido.

Los neocon, tanto demócratas como republicanos, han activado conflictos por poder, por dinero, para dominar el mundo, desde Irak hasta Ucrania. Su obsesión por aislar a Rusia y contener a China ignora que el poder estadounidense ya no es omnipresente. La invasión de Ucrania, llevada a cabo por Putin, pero promovida por una OTAN expansionista –tal como han confirmado Gerhard Schröder, Naftali Bennett, Jeffrey Sachs, o Robert F. Kennedy Jr., entre otros- ejemplifica esta miopía: en vez de negociar una arquitectura de seguridad europea inclusiva, se optó por una provocación que ha desangrado a Ucrania y alienado a Moscú. Como advierte Todd, la arrogancia neocon ha acelerado la formación de un bloque antioccidental liderado por China, Rusia y los BRICS, mientras Estados Unidos se debate entre la hostilidad y la irrelevancia.

El mundo multipolar y la traición europea

El segundo eje gira en torno al ascenso de un orden multipolar y el papel de Europa como cómplice de su propia subordinación. Tras la Gran Recesión de 2008, Europa tuvo una ventana histórica para redefinir su lugar en el mundo. La solución óptima radicaba en fortalecer la cooperación con los BRICS —un bloque emergente con el 40% de la población mundial y un PIB combinado que supera al del G7—. En lugar de ello, Bruselas optó por convertirse en un “vasallo” de Washington, ignorando advertencias tempranas como las del politólogo Franck Biancheri, el auténtico ideólogo de las becas Erasmus, quien pronosticó, allá por 2010, la guerra en Ucrania si persistía la confrontación con Rusia.

La administración Obama, lejos de ser un faro de progresismo, profundizó esta dinámica. Al promover sanciones contra Rusia y respaldar golpes de Estado “vestidos de primaveras de colores” —como el Euromaidán en Ucrania—, reactivó las tensiones Este-Oeste. Resulta hilarante escuchar las recientes palabras de la responsable diplomática europea, Kaja Kallas, quien, al albor de la bronca que Trump le dedicó a Zelensky, declaró que Europa debe “derrotar a China”, revelando una sumisión estratégica: en vez de equilibrar su relación con Washington mediante alianzas con Pekín, Bruselas se enreda en una confrontación innecesaria, debilitando su posición en un mundo donde el eje BRICS-EURASIA gana influencia.

La ampliación de los BRICS en 2024 confirma este giro. Estos países, unidos por su rechazo al dominio anglosajón, están reescribiendo las reglas del comercio, la energía y la seguridad. Europa, en cambio, sigue anclada a un Occidente en declive, incapaz de ofrecer una alternativa cooperativa. Nos hemos convertido en una colonia definitiva de Estados Unidos, desperdiciando la chance de ser puente entre civilizaciones.

Totalitarismo invertido: la agonía de las democracias occidentales

El tercer eje, que hemos desgranado hasta la saciedad en estas líneas, aborda la decadencia interna de Occidente. Sheldon Wolin acuñó el término “totalitarismo invertido” para describir un sistema donde, bajo la fachada democrática, las élites económicas controlan el poder real. Da igual quién gobierne; el núcleo duro de las políticas económicas se mantiene bajo argumentos autocráticos. Esta distopía se manifiesta en la austeridad impuesta tras 2008, la captura corporativa de instituciones y la creciente desigualdad —contrastante con China, que erradicó la pobreza extrema en 2020—.

Dense una vuelta por Madrid, Londres y París y verán como miles de ciudadanos, cada día más jóvenes, vagan por sus calles sin más techo que la intemperie. Ver a Keir Starmer abanderar políticas militaristas y de reducción de los ya de por sí debilitados servicios públicos británicos me produce un profundo asco. ¡Esto es lo que promovieron los mal llamados periódicos “progresistas”, como The Guardian y compañía, en sus campañas contra Jeremy Corbyn! Solo espero que sea barrido en todas y cada una de las elecciones que se celebren en Reino Unido, y que su futuro político sea el Biden y compañía.

Lo mismo podía extrapolarse a gobiernos como el alemán, el del mal logrado Olaf Scholz, barrido en las urnas. Aquí en España, Sánchez resiste, por la absoluta inutilidad de las alternativas existentes, y por haber implementado algunas dosis de políticas no ortodoxas, muy pocas, por cierto, cuando han demostrado tener exactamente efectos positivos contrarios a las previsiones de la heterodoxia económica. Sin embargo, como no solucione el grave problema de la vivienda, por obra y gracia de la financiarización, que ellos también abrazaron, la indolencia de Feijoo, Abascal y compañía no será suficiente para amarrarse al poder.

Las democracias occidentales han abandonado su esencia: “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. En su lugar, una “superclase” transnacional dicta políticas que benefician al 1%, mientras los ciudadanos enfrentan servicios públicos recortados y salarios estancados. La UE, por ejemplo, prioriza rescates bancarios sobre inversión social. Estados Unidos gasta billones en armas mientras millones carecen de salud pública. Ahora nos preparan para el siguiente asalto a los servicios públicos, el aumento del gasto militar. Como diría mi paisano Labordeta, ¡a la mierda!

Para rearmarse, Occidente debe rescatar sus principios fundacionales: libertad, igualdad y fraternidad. Esto exige líderes dispuestos a desafiar a las élites rentistas, como hizo Franklin D. Roosevelt con el New Deal. Hay un párrafo en su famoso discurso en el en el viejo Madison Square Garden ideal en tiempos de líderes superfluos, vacuos: “Durante casi cuatro años ustedes han tenido un gobierno que, en lugar de entretenerse con tonterías, se arremangó. Vamos a seguir con las mangas levantadas. Tuvimos que luchar contra los viejos enemigos de la paz: los monopolios empresariales y financieros, la especulación, la banca insensible, los antagonismos de clase, el sectarismo, los intereses bélicos. Habían comenzado a considerar al gobierno como un mero apéndice de sus propios negocios. Ahora sabemos que un gobierno del dinero organizado es tan peligroso como un gobierno de la mafia organizada. Nunca antes en nuestra historia esas fuerzas han estado tan unidas contra un candidato como lo están hoy. Me odian de manera unánime, y yo doy la bienvenida a su odio. Me gustaría que mi primer gobierno fuera recordado por la batalla que libraron el egoísmo y la ambición de poder. Y me gustaría que se dijera que durante mi segunda presidencia esas fuerzas se encontraron con la horma de su zapato”. Soy, sin embargo, pesimista: no hay nadie en Occidente capaz de emular a FDR.

La convergencia de estos tres factores —el belicismo neocon, la miopía europea y la corrosión democrática— explica la derrota de Occidente que Todd anticipa en su última obra. El mundo multipolar no es una amenaza, sino una realidad que exige cooperación. Europa aún puede redimirse si abraza su autonomía estratégica, tiende puentes con los BRICS y reforma sus instituciones para devolver el poder al pueblo. De lo contrario, su destino será decidido entre Washington, Pekín y Moscú, mientras sus ciudadanos claman por un renacimiento que, por ahora, solo existe en textos y discursos olvidados. Pero, por soñar, que no quede.

 

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