Ideas de Izquierda

Las coordenadas de una nueva etapa de la situación mundial

Del "orden liberal" a la vuelta a las "esferas de influencia"

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca está teniendo el efecto de un huracán sobre la situación internacional, dominada por agudización de tensiones geopolíticas y amenazas de guerras comerciales. La táctica trumpista de utilizar el caos como método, y siempre dejar planteada la duda de si sus propuestas más disruptivas (como la limpieza étnica de Gaza para hacer un resort privado) son un bluff o una amenaza real, suma una buena cuota de incertidumbre política y económica a la confusión general.

En política exterior, Trump parece adherir a la famosa teoría del "madman" de Richard Nixon, según la cual aparecer como un líder irracional e impredecible, capaz de cualquier cosa, daba una ventaja en la negociación y disuadía a los enemigos de provocar a Estados Unidos. Vale recordar que la estratagema de Nixon tuvo un límite. La relación de fuerzas real se impuso, y la Casa Blanca terminó negociando un acuerdo estratégico con China y retirándose de Vietnam. Aunque Estados Unidos no está hoy en una crisis comparable a la de la guerra de Vietnam, es de esperar que en las condiciones pos crisis de 2008, la pose de matón pueda tener algún rédito a corto plazo, pero difícilmente le alcance a Trump para disimular (menos aún revertir) la decadencia hegemónica del imperialismo norteamericano.

El giro copernicano de Estados Unidos operado por Trump en la guerra de Ucrania -de aliado de Zelenski a negociar la paz con Putin- ha abierto una suerte de "coyuntura estratégica", en la que el corto plazo se enlaza con las determinaciones estructurales de la nueva etapa abierta con el agotamiento del orden liberal comandado desde Washington, y su versión neoliberal recargada después de la guerra fría, que rigió en las últimas ocho décadas.

Desde la crisis capitalista de 2008 que marcó el agotamiento de la hegemonía neoliberal -sintetizada en la tríada: momento unipolar de Estados Unidos, hiperglobalización (libre mercado) y extensión de la democracia liberal- se ha abierto una nueva etapa de reactualización de las tendencias profundas de la época imperialista de guerras, crisis y enfrentamientos entre revolución y contrarrevolución.

El segundo mandato de Donald Trump -y, más en general, el ascenso de diversas variantes de extrema derecha- no son las causas sino los "síntomas mórbidos" de esta nueva situación.

Las coordenadas estructurales de esta nueva etapa son la decadencia hegemónica de Estados Unidos, la emergencia de China como potencia competidora que ha avanzado en una alianza con Rusia, a la que se fueron aproximando otros países en conflicto con Occidente (Irán, Corea del Norte, Venezuela). A esto se suma la aparición de potencias intermedias como Turquía, Indonesia, y otros miembros del "Sur Global" con un grado variable de capacidad para influir dinámicas regionales en función de sus intereses.

La presidencia de Biden, lejos de un "retorno a la normalidad" luego de la primera presidencia de Trump, fue un intento fallido de restaurar el viejo orden liberal y recomponer el liderazgo de Estados Unidos a través de comandar el sistema de alianzas de Occidente -Europa, la OTAN y aliados asiáticos (Japón, Australia, Corea del Sur).

Trump expresa otra estrategia para superar esta crisis del imperialismo norteamericano, con un giro bonapartista en la política doméstica basado en la alianza con los grandes millonarios como Elon Musk, y una reorientación en clave "neorrealista" de política exterior, guiada no por la estrategia de liderar un orden global, sino por el interés nacional imperialista, que toma cada vez más la forma de las "esferas de influencia" del imperialismo clásico.

Los dos eslóganes clave de la campaña de Trump -MAGA (hacer grande nuevamente a Estados Unidos) y "America First" -con su variante reaganiana de la "paz a través de la fuerza"- van tomando valores concretos. No se trata de un giro al aislacionismo tradicional, ni tampoco de un proteccionismo asentado que implique un repliegue en las fronteras nacionales. El sentido más bien es no involucrar al imperialismo norteamericano en guerras donde no se juegan directamente sus intereses, reafirmar su dominio en el "Hemisferio Occidental" ("las Américas") como "esfera de influencia" y concentrar los recursos –militares, geopolíticos, económicos– en contener a China, que es el principal desafío estratégico para el liderazgo menguante de Estados Unidos.

Dentro de esta reorientación debe interpretarse la retórica imperialista agresiva que viene desplegando Trump -apropiarse de Groenlandia, retomar el Canal de Panamá, anexar Canadá- con referencias a la Doctrina Monroe y a la presidencia de William McKinley caracterizada por el proteccionismo y la expansión territorial de Estados Unidos (Puerto Rico, Filipinas, etc.). La gran diferencia es que la expansión imperialista de McKinley (que dicho sea de paso fue asesinado por un anarquista) coincidió con el momento de ascenso de la potencia norteamericana, mientras que las amenazas de Trump son un cierto reconocimiento a los límites del poderío estadounidense y se dan en un contexto declinante.

A juzgar por lo que ha mostrado en los primeros movimientos al frente de la Casa Blanca, Trump seguirá ejerciendo la llamada "diplomacia mercantil" reforzada por la capacidad disuasiva del poderío militar. Esto significa priorizar acuerdos bilaterales y utilizar tarifas y aranceles como herramientas para obtener concesiones en primer lugar de los aliados que están más expuestos a la presión norteamericana por su distinto grado de dependencia (Canadá, México, Europa) y mantener a raya a los enemigos y rivales. Y a la vez reorientar el gasto militar hacia el reequipamiento de armamento más moderno y más ágil, (además de la reactualización del armamento nuclear y la tecnología militar) para aumentar la capacidad de respuesta del Pentágono, que se vio sobreextendida por la asistencia simultánea a Ucrania e Israel.

Con esta política Trump aspira a lograr acuerdos parciales que resuelvan o, como mínimo, congelen conflictos como el de Medio Oriente o Ucrania, que no solo drenan recursos económicos de las arcas norteamericanas sino que potencialmente podrían escalar a guerras entre potencias con armamento nuclear. Pero de tener éxito -lo que aún está por verse- esta "arquitectura" del poder mundial es inestable y provisoria.

Como señalan varios analistas, el "transaccionismo" tiene una naturaleza más precaria (los acuerdos se hacen y se rompen) y no alcanza la estatura de "gran estrategia" como fue por ejemplo la "contención" de la Unión Soviética en la guerra fría. En perspectiva, esta estructuración de las relaciones interestatales, sin el factor ordenador incuestionado de Estados Unidos, refuerza las rivalidades entre potencias y el militarismo preparatorio porque no se basan en ningún acontecimiento decisivo -como fue la segunda guerra mundial o el fin de la Guerra Fría- con la capacidad de resolver la relación de fuerzas y la distribución de poder por un período histórico. En este sentido, creemos que se sostiene la definición de que si bien no estamos en los inicios de una "tercera guerra mundial" se ha abierto un interregno peligroso con elementos de una situación "pre 1914", en la que como plantea el historiador Christopher Clark, sus principales protagonistas parecen avanzar como "sonámbulos" hacia una conflagración de dimensiones globales. Cuando Trump acusó a Zelenski de "jugar a la Tercera Guerra Mundial" se estaba refiriendo a la dinámica de escalada de la guerra de Ucrania, con un involucramiento cada vez más directo de la OTAN -y Estados Unidos- detrás del bando ucraniano.

El "dividendo de la paz" desempolvado por G. Bush (padre) y Margaret Thatcher al fin de la guerra fría se ha agotado. Esto no quiere decir que se haya iniciado un camino rectilíneo hacia una nueva guerra mundial, entre otras cosas porque los "grados de sonambulismo" varían según las orientaciones más o menos guerreristas de los gobiernos imperialistas, en particular de Estados Unidos. Pero la degradación del orden liberal y de la capacidad (y la voluntad) norteamericana de actuar como "gendarme mundial" hace más probable conflictos armados de diversa envergadura, que como en el caso de Ucrania o Medio Oriente, puedan escalar e involucrar a las grandes potencias.

Los elementos que asemejan la situación a una constelación "pre 1914" son la crisis de liderazgo imperialista, el surgimiento de potencias competidoras (China), el retorno de las rivalidades entre grandes potencias, y el salto en el militarismo, notablemente el rearme preparatorio de las potencias europeas. A la vez hay elementos que relativizan estos. Uno de ellos tiene que ver con la mayor internacionalización y dependencia del capital de cadenas globales de valor, una estructura establecida en las décadas de la hiperglobalización. Si bien la globalización está en retroceso,reconfigurándose en términos más regionales (nearshoring) y de "derisking" geopolítico (friendshoring) en el marco de tendencias proteccionistas, no hay una situación de colapso del comercio mundial similar a la de 1930. Otro elemento importante es que, a diferencia de comienzos del siglo XX, se trata ahora de potencias nucleares que, incluso en guerras convencionales (como la de Ucrania) juegan con el peligro de la destrucción mutua. Finalmente está el factor decisivo de la lucha de clases, es decir, la perspectiva como señalaba Trotsky en la década de 1930, de que el triunfo de la revolución obrera (España) detenga el curso de la guerra.

La guerra de Ucrania, los límites de la "Pax trumpista"

El acontecimiento más importante de las primeras semanas de la presidencia de Trump es el cambio radical de la posición de Estados Unidos en la guerra de Ucrania. Este conflicto bélico, el primero de magnitud en el corazón de Europa desde la segunda guerra mundial, aceleró la conformación de bloques rivales de potencias: el de "occidente"/OTAN detrás de Ucrania bajo dirección norteamericana y una alianza en construcción entre Rusia y China, que actúa como polo de atracción alternativo para países aislados como Irán y Corea del Norte.

Estados Unidos pasó de armar a Ucrania y liderar a los aliados de la OTAN en una guerra proxy para debilitar a Rusia bajo Biden, a abrir una negociación bilateral de cese del fuego directamente con Vladimir Putin, excluyendo de las conversaciones a sus antiguos aliados: las potencias europeas y al propio Zelenski. El mensaje trumpista es categórico y tiene bastante de chantaje: o Zelenski (y sus aliados europeos) aceptan los términos negociados con Putin para un cese del fuego, o Estados Unidos se retira.

La negociación está en curso, a decir verdad recién está comenzando. Y si bien no se conocen detalles de la primera reunión entre Rusia y Estados Unidos en Riad (que algunos con razón definieron como una especie de "mini Yalta") cualquier acuerdo "realista" supone que Ucrania reconozca la derrota, lo que implica de mínima aceptar la pérdida del 20% del territorio ocupado por Rusia (los cuatro oblasts del Donbas más Crimea); y declararse neutral, es decir, renunciar a su pretensión de ser miembro de la OTAN (y de la UE). Además Putin ha deslizado entre sus condiciones que se celebren elecciones en Ucrania, es decir, que Zelenski sea reemplazado por un gobierno afín al Kremlin.

Sumado a esto, Trump le exige a Zelenski que firme un acuerdo para explotación de minerales y tierras raras, por el cual Estados Unidos se quedaría con la mitad de esos recursos, a modo de compensación por la ayuda militar recibida. Cabe recordar que quien ofreció primero a Trump esa transacción prácticamente colonial fue el propio Zelenski, que esperaba obtener a cambio una garantía de seguridad por parte de Estados Unidos, lo que claramente no va a suceder.

La posición de Ucrania empeoró sustancialmente luego de la fallida reunión entre Zelenski, Trump y el vicepresidente J. Vance, a fin de febrero, que derivó en una sesión de bullying imperialista televisada para todo el mundo. Zelenski se fue del Salón Oval humillado y con las manos vacías. Estados Unidos concretó la amenaza de suspender la ayuda militar y la colaboración de inteligencia con Kiev, dejando al frente ucraniano al borde del colapso. Pero como se vio después, con el inicio de las negociaciones entre Estados Unidos y representantes del gobierno ucraniano, este espectáculo de matonaje imperialista respondía más a una presión in extremis sobre el presidente ucraniano (y también sobre Europa) que a una ruptura. Zelenski necesita que fluya algo de la ayuda militar norteamericana para no quedar a la intemperie frente a Rusia mientras se negocia el cese del fuego Trump necesita que Zelenski capitule, cuanto antes mejor, para jugar el rol de "pacificador" que le estaría reservado en exclusividad por ser el líder del imperialismo más fuerte.

A pesar de que Rusia también sufre el desgaste de tres años de guerra, el tiempo juega a favor de Putin que antes de aceptar un cese del fuego buscará seguramente consolidar y quizás ampliar sus avances en el campo de batalla, y garantizarse algunas cuestiones "líneas rojas" para el Kremlin, entre ellas: la neutralidad de Ucrania, que incluye la desmilitarización del estado ucraniano, una zona "buffer" y la seguridad de que no haya tropas de la OTAN.

El truco de Trump es despegarse de la derrota de Ucrania, e indirectamente de la OTAN y las potencias europeas. En el peor de los casos, busca que pase a la historia como una derrota del gobierno de Biden y no de Estados Unidos. Pero los hechos se imponen a la retórica. La contradicción que enfrenta es que para terminar la guerra debe aceptar gran parte de las pretensiones de Putin, pero al mismo tiempo, debe evitar que Rusia reivindique un triunfo resonante, lo que objetivamente fortalece la posición del bloque antagónico, en particular de China.

El cese del fuego todavía es un work in progress, su evolución tendrá una influencia en el corto y largo plazo en la dinámica de la situación internacional, por lo que no se puede más que abrir hipótesis alternativas.

Lo que ya es un hecho es que el destino de Ucrania es el saqueo disputado por Estados Unidos y Rusia, con las potencias europeas también reclamando, por ahora sin fortuna, su parte del botín. La catástrofe de la guerra prolongada por Zelenski y la OTAN, que dejó al país en ruinas, probablemente desencadene conflictos político-militares en la propia Ucrania.

En Estados Unidos, aunque hay un realineamiento de los factores de poder en torno a Trump, el establishment sigue dividido. El ala "intervencionista" (y más guerrerista) en la que confluyen demócratas liberales y neoconservadores, denuncia que Trump "traicionó a Ucrania". Temen que las inevitables concesiones a Putin debiliten la posición del imperialismo norteamericano en Eurasia y más en general, que este precio de la "paz" sea leído como un fracaso por los enemigos de Occidente, empezando por China.

El sector "realista" sostiene que aún es posible volver a la estrategia del primer mandato de Trump y usar las negociaciones con Putin para separar a Rusia de China, una suerte de "Nixon a la inversa", reemplazando a China por Rusia, que hoy es la potencia más débil. Este sería un cambio profundo, ya que implicaría abandonar la política de hostilidad hacia Rusia que rige desde la primera presidencia de Clinton con la expansión de la OTAN como principal herramienta, aconsejada por el entonces asesor de seguridad nacional, Z. Brzezinski.

No está claro si hay una orientación estratégica de largo plazo detrás de la política trumpista, pero si así fuera, es difícil que el acuerdo de cese del fuego con Putin alcance para separar a Rusia de China. Aunque puede disminuir la intensidad de su colaboración, y tienen una historia de hostilidad mutua, hay razones de corto y largo plazo que hacen improbable este resultado. En lo inmediato, si Trump perdiera las elecciones no hay garantías para Putin de que no vuelva el hostigamiento norteamericano a su zona de influencia. En el largo plazo, las tendencias objetivas trabajan a favor de la confluencia entre estas dos potencias "revisionistas".

Salto histórico en el militarismo europeo

La ofensiva trumpista sobre Zelenski para que capitule ante Putin dejó al desnudo no solo la fractura de las viejas alianzas de las potencias occidentales, sino sobre todo la crisis y la impotencia de la UE. Las consecuencias de la guerra de Ucrania fueron ominosas para el viejo continente, en particular para Alemania, el imperialismo líder del proyecto europeo, que se sometió al liderazgo de Estados Unidos sacrificando sus propios intereses -la energía barata rusa fundamental para el sostén de su modelo económico-. El ataque humillante al gasoducto Nord Stream II fue la metáfora gráfica de este resultado catastrófico.

Dada su dependencia militar con respecto a Estados Unidos las potencias europeas no tienen la capacidad para implementar una política propia para sostener a Ucrania, y tampoco para hacer que Trump modifique lo esencial de su política de negociar con Putin sobre la base de la derrota ucraniana, más allá de que pueda hacer concesiones menores. Menos aún de sostener por sí solas la estructura de la OTAN en el caso -poco probable- de que Trump decida no solo bajarle el precio sino retirarse de la alianza militar atlántica.

El plan alternativo que le llevaron al presidente norteamericano K. Starmer (Gran Bretaña) y E. Macron (Francia) tiene alta probabilidad de fracasar, dado que supone que detrás de la "coalición voluntaria" de países europeos que desplegarían tropas en suelo ucraniano, Estados Unidos seguiría siendo la garantía en última instancia de la seguridad de Ucrania en un eventual escenario de posguerra, algo que por ahora es una línea roja para Trump.

La consecuencia de esta crisis es un salto monumental en el militarismo de los gobiernos imperialistas europeos, un giro que ya había comenzado con la guerra de Ucrania pero que se profundizó a una escala sin precedentes. Con la justificación de la "autonomía soberana", la "defensa de Ucrania" y la fantasía de una invasión del "imperialismo ruso" y el "nazismo de Putin", las potencias europeas se están preparando para entrar en la rapiña imperialista, con el apoyo entusiasta de socialdemócratas, conservadores, verdes, "atlantistas" y soberanistas de derecha.

La Comisión Europea (con la excepción del presidente húngaro, el "trumpista" Victor Orbán) aprobó el plan "Rearmar Europa" por un valor de 800.000 millones de euros, exceptuó los gastos militares de los estados del límite del déficit del 3% del PIB (el compromiso de austeridad establecido en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento). El plan también prevé préstamos colectivos de hasta 150.000 millones de euros para la inversión militar de los estados miembros, abrir la financiación militar a la inversión privada, entre otras medidas.

En Alemania, la futura coalición de gobierno entre los conservadores (CDU) y los socialdemócratas (SPD) encabezada por F. Merz, anunció un plan de rearme monumental -"defensa cueste lo que cueste"-, lo que implicaría modificaciones constitucionales para la liberación del límite de endeudamiento y asignación de fondos millonarios de alrededor de 900.000 millones de euros para defensa, previa aprobación en el parlamento.

Pero la unidad que mostró Europa es circunstancial, y más temprano que tarde resurgirán las líneas de falla que se expresaron en la propia guerra de Ucrania. Hoy Gran Bretaña -que recordemos se separó de la Unión Europea por el Brexit- y Francia son las dos potencias nucleares del viejo continente, por lo cual Alemania, que lidera junto con Francia el bloque europeo, tendría que ponerse bajo el paraguas nuclear de estas dos potencias.

Según las primeras encuestas, hay una opinión pública que mayormente apoya el rearme, aunque con minorías significativas que se oponen. Tal como fue presentado por los líderes europeos, y vendido por los propagandistas de "izquierda" del militarismo, parece más una posición política anti trumpista que un guerrerismo generalizado. Este salto histórico en la carrera armamentista será financiado con ataques a conquistas sociales y la liquidación de lo que aún queda en pie del estado de bienestar. Supondrá además recortes de derechos democráticos y políticas caras a las extremas derechas como el restablecimiento del servicio militar obligatorio en ciertos países, lo que de conjunto podría reactivar luchas contra recortes y ataques a las condiciones de vida y movimientos antiguerra.

Las contradicciones del plan para la estabilización reaccionaria de Medio Oriente

Junto con la guerra de Ucrania, la otra prioridad de la política exterior de Trump es poner fin a la guerra de Gaza y desarticular la dinámica de guerra regional que podría involucrar a Estados Unidos en un eventual conflicto entre Israel e Irán.
El presidente norteamericano estuvo detrás de las negociaciones del cese del fuego entre Israel y Hamas que rige desde un día antes de su asunción. El intercambio de rehenes por prisioneros palestinos ha venido funcionando, más allá de algunas tensiones, y la política parece ser pasar a la segunda fase de la negociación que implica otras cuestiones de muy difícil resolución, como el futuro de Gaza.

La política hacia el conflicto de Gaza es donde parece haberse lucido la estrategia del "madman". Así como auspició las negociaciones, Trump recibió a Netanyahu en la Casa Blanca y anunció que su objetivo era la limpieza étnica de Gaza para apropiarse del territorio y transformarlo en un negocio inmobiliario. Y mientras amenaza a Hamas con "desatar un infierno", negocia en particular la liberación de un rehén de origen norteamericano.

Probablemente la amenaza con desplazar a los palestinos hacia Egipto y Jordania, que fueron tomadas como luz verde por los colonos sionistas y por el gobierno de Netanyahu para profundizar su ofensiva en Cisjordania, ejercieron presión sobre los gobiernos árabes que vienen llevando adelante las negociaciones, fundamentalmente Egipto y Qatar, que presentaron un plan propio para la financiación de la reconstrucción de Gaza aprobado por la Liga Árabe.
El cese del fuego significó una derrota para los objetivos de guerra de Netanyahu, que se había propuesto "eliminar a Hamas" y recuperar a los rehenes por medios militares. Sin embargo, es un acuerdo frágil, y de ninguna manera significa el fin de la guerra ni la opresión colonial del pueblo palestino. A pesar de que el estado de Israel logró éxitos tácticos -debilitar a Hamas y Hezbollah, y por esa vía también a Irán- como se ha visto en las escenas de entrega de rehenes, Hamas todavía conserva una fuerza de combate y cierto nivel de organización estatal. Esta es la base de la situación contradictoria en la cual Netanyahu no puede aceptar que Hamas siga gobernando Gaza, pero tampoco asumir el elevadísimo costo de volver a desatar la ofensiva genocida en Gaza, lo que además implicaría la muerte segura de los rehenes israelíes que aún permanecen en manos de Hamas. A pesar del giro a la derecha de la sociedad israelí, una mayoría está a favor del cese del fuego y la negociación para la liberación de todos los rehenes.

La política de Trump sigue siendo la establecida en los Acuerdos de Abraham impulsados durante su primer mandato, esto es, la "normalización" de las relaciones de los países árabes, en particular Arabia Saudita, con el Estado de Israel, para de esa manera aislar regionalmente a Irán. El interés de Trump es geopolítico, militar y también económico, dado que el petróleo barato es uno de los pilares de su plan para bajar la inflación en Estados Unidos.

En la versión original de los Acuerdos de Abraham la cuestión palestina quedaba completamente fuera de la "normalización". La acción de Hamas del 7 de octubre de 2023 y la guerra-genocidio de Netanyahu en Gaza con la complicidad de Estados Unidos y las potencias imperialistas europeas, volvieron imposible para la monarquía saudita firmar esos acuerdos ignorando la cuestión palestina. Por eso ha vuelto a plantear como condición la incorporación aunque sea degradada de alguna solución de "dos estados". En esa difícil negociación juegan un rol central los gobiernos árabes que actúan sobre Hamas para que acepte ceder o disimular su rol en Gaza. Los escenarios están abiertos. Los socios de la coalición de extrema derecha de Netanyahu están envalentonados por el discurso brutal de Trump y no se puede descartar que si bien quizás el objetivo realista de la Casa Blanca sea lograr un cese del fuego lo más reaccionario posible, vuelva la guerra en Gaza o escale en Cisjordania. Sin dejar de agitar la "solución final" de la limpieza étnica de los territorios palestinos, el verdadero programa de la coalición encabezada por Netanyahu que encuentra un eco amistoso en las propuestas de Trump.

La presión imperialista sobre América Latina

La política de Trump de reafirmar el dominio norteamericano en el "hemisferio occidental" supone una ofensiva sobre América Latina, donde China ha venido posicionándose como primer o segundo socio comercial de varios de los principales países de la región.

Aunque aún la política de la Casa Blanca hacia la región es errática, está en línea con la orientación más general de combinar amenazas, sanciones y aranceles para obtener concesiones y mejores acuerdos, el ejemplo temprano de esta táctica fue el gobierno de Petro en Colombia, que sufrió la embestida trumpista cuando se resistió a aceptar deportados que llegaban en aviones militares. México y Panamá han estado en la primera línea de los objetivos de la administración republicana. La cuestión migratoria es una de las claves de la política de Trump que junto con la renegociación del T-MEC tensiona al máximo el vínculo con México -que se espera juegue el rol de "tapón" para contener oleadas migratorios hacia Estados Unidos, similar al que juega Turquía para la UE. Otro punto de tensión es Venezuela, donde la derecha tenía la expectativa de derrocar a Maduro con la ayuda de sus aliados en la Casa Blanca. Eso no es lo que al menos hasta ahora viene sucediendo. Las sanciones y amenazas van y vienen, pero Trump parece no querer repetir el fiasco del golpe fallido de Guaidó impulsado por los halcones republicanos durante su primera presidencia. Y Maduro ha optado por una línea de negociación, con las licencias petroleras en el centro.

Políticamente, la llegada de Trump envalentonó a las extremas derechas en una región donde por el momento, los gobiernos afines a Trump están en minoría y priman gobiernos de "centro izquierda" o de centro derecha (no trumpista) aunque en un clima inestable de conjunto.

De los tres principales países de la región solo Argentina con Milei está en una posición de alineamiento incondicional con Trump, mientras que Brasil y México están grosso modo en la oposición al trumpismo.

Esto explica el valor que tiene para Trump tener un sirviente como Milei que actúa como una cabecera de playa en América Latina y es uno de los asistentes predilectos de los foros de la internacional reaccionaria. La política de Milei es una reedición recargada de las "relaciones carnales" del menemismo, basada en el principio cipayo del alineamiento incondicional con Estados Unidos e Israel. Por eso el presidente norteamericano además de agrandarle el ego a Milei con elogios, palmadas y selfies, está facilitando el acceso a un nuevo programa con el FMI para ayudar al gobierno a mantener el esquema económico y tratar de ganar las elecciones legislativas de octubre. Sin embargo, la afinidad político-ideológica y el servilismo de Milei no alcanzaron para evitar que Argentina sea víctima de la política proteccionista de Trump, que impuso aranceles al aluminio y el acero. Algo parecido le sucedió a Macri, que consiguió un préstamo millonario gestionado por Trump para ganar las elecciones, pero terminó sufriendo una fuga masiva de capitales en 2018 y perdiendo la presidencia.

Más en general, la política proteccionista norteamericana, más aún si tiene como consecuencia el fortalecimiento del dólar, tendrá un impacto objetivamente negativo sobre las economías emergentes de conjunto, y en particular, sobre las altamente endeudadas en dólares como Argentina.

Guerras comerciales y volatilidad económica

Además de estos cimbronazos geopolíticos, sin distinguir aliados de enemigos, Trump está implementando una serie de tarifas punitivas contra importaciones provenientes tanto del bloque del TMEC -Canadá y México- como de Europa y China, lo que ha disparado a su vez, la imposición de tarifas sobre bienes importados de Estados Unidos en esos países.

La guerra comercial, en particular con China, aún se mantiene en niveles controlados y queda todavía un trecho para escalar. Ante la suba de aranceles para bienes chinos, el gobierno de Xi Jinping impuso tarifas moderadas del 15% sobre importaciones agrícolas proveniente de los farmers que son en gran medida base electoral de Trump. A lo que se suman algunas empresas estratégicas.

La Unión Europea también entró en esta espiral de tarifas punitivas. A los aranceles que impuso Trump sobre acero, aluminio y productos que los incluyen en su fabricación, la UE respondió con aranceles de hasta el 50% en bienes emblemáticos, como las motos Harley Davidson y el bourbon proveniente de Kentucky. El presidente subió la apuesta con un 200% de arancel sobre bebidas alcohólicas europeas, sobre todo vino y champaña.

La utilización de tarifas y aranceles parece tener un doble propósito: en el plano doméstico darle sustento a la agenda proteccionista y de "reindustrialización" que es parte del programa trumpista, y compensar los ingresos que pierde el fisco por la baja de impuestos a los ricos, en el contexto más general de crecimiento de la deuda pública y déficit. En la política exterior, usar estas restricciones al mercado norteamericano como arma predilecta de la "diplomacia transaccional" y así obtener concesiones comerciales y/o políticas. Por eso no distinguen entre amigo-enemigo y están sujetas al arbitrio del presidente. Un día pueden estar dirigidas a México y Canadá con la excusa del tráfico de fentanilo y la inmigración ilegal. Otro día levantarlas sin que obviamente esos problemas se resuelvan.

Como en otros ámbitos, este doble propósito responde a las agendas e idiosincrasia de las alas que mal conviven dentro de la administración republicana: para la fracción proteccionista -Peter Navarro y compañía- la clave es el "compre americano". Mientras que los transaccionistas lo ven más como un instrumento de negociación. En el discurso trumpista se alternan según la ocasión, con más o menos énfasis en la necesidad de aceptar pequeños sacrificios, como un alza de la inflación, en pos de recuperar la "grandeza norteamericana".

Aunque Trump retrocedió dos veces de las tarifas del 25% sobre bienes de México y Canadá, postergando un mes la implementación, una parte del daño ya estaba hecho.

Los primeros cañonazos de la guerra de tarifas causaron nerviosismo en Wall Street. Los mercados reaccionaron con caídas -significativas aunque no catastróficas- que expresan la incertidumbre por el efecto que puedan tener estas medidas sobre el comercio internacional y el impacto en la economía norteamericana, empezando por una suba de la inflación y la disrupción de las cadenas de suministro (se calcula que un auto fabricado en la zona del TMEC cruce unas 9 veces la frontera entre México y Estados Unidos).

El jolgorio de la bolsa y las cripto, disparado por las expectativas de desregulaciones y baja de impuestos, está dando paso a un "bear market". Para comienzos de marzo, los índices bursátiles -Dow Jones, S&P y Nasdaq- habían perdido todo lo acumulado desde el triunfo de Trump en noviembre de 2024. El presidente, que solía usar el boom de Wall Street como medida del éxito norteamericano, pasó a minimizar la importancia del sube y baja bursátil en función del supuesto objetivo mayor de fortalecer la "economía real" nacional.

La aparición en escena de DeepSeek, la firma de inteligencia artificial china, fue un golpe para el sector que dinamiza el crecimiento norteamericano, en particular para Nvidia, que tuvo una pérdida de 465.000 millones de dólares de su valoración bursátil. La presentación en sociedad de DeepSeek mostró además que la guerra comercial sirvió para retrasar pero no para impedir el desarrollo tecnológico de China, que con menos dinero logró arribar a resultados similares. El llamado "momento Sputnik" no resolvió la cuestión a favor de China pero alcanzó para dar un golpe de efecto sobre un sector de competencia estratégica.

La concentración del valor bursátil de las grandes compañías que están detrás del boom de la IA (las llamadas siete magníficas) hace que incluso variaciones pequeñas en el precio de sus acciones repercutan desproporcionadamente, lo que agrega volatilidad a los mercados.

Aunque la economía norteamericana sigue siendo la de mejor pronóstico de los países centrales, los indicadores no son buenos: durante el primer mes de la administración Trump se contrajo el consumo, cayó la confianza de consumidores a su nivel más bajo desde 2023, aumentó la estimación de la inflación, se debilitó el dólar, algo inusual en contextos de medidas proteccionistas en los que la moneda se aprecia. El dólar parece haber caído en la confusión generada por las políticas erráticas de la Casa Blanca. Perdió un 6% en dos meses (entre enero y marzo) contra una canasta de otras monedas, en particular contra el euro, que se vio fortalecido por las expectativas de incremento de los gastos de defensa.

Dentro del gobierno de Trump hay dos líneas opuestas con respecto al dólar: la del "dólar fuerte" del secretario del Tesoro, Scott Bessent; y la de Trump-Vance que consideran que la moneda fuerte perjudica a la industria local. Aunque también es cierto que el combo dólar débil y tarifas será un golpe al bolsillo de los consumidores y un disparador de inflación. La preferencia del binomio presidencial alimenta las especulaciones sobre un posible "Acuerdo Mar-a-Lago" en analogía con los "Acuerdos del Plaza" de la década de 1980 para debilitar al dólar. Y también la posibilidad de que Trump ejerza presión sobre la FED para limitar la suba de las tasas de interés.

Por último, el despido masivo de empleados públicos y la deportación de inmigrantes, que en su mayoría toman los trabajos no deseados por los norteamericanos, suman tensión al mercado laboral y sin dudas afectarán negativamente las perspectivas de crecimiento económico.

Según el FMI las perspectivas de la economía mundial son poco alentadoras, prevé un crecimiento débil -del 3,5%- y desigual. Con un crecimiento modesto para Estados Unidos del orden del 2,7%; un magro 1% para Europa, y entre un 4 y 5% para China. El otro elemento gravitante en las proyecciones del FMI es el peso insostenible de la deuda en los países emergentes, lo que podría verse aún agravado en caso de fortalecimiento del dólar y de posibles subas de tasas o estacionamiento en un nivel alto en un contexto inflacionario.

Al impacto de las tarifas y las tendencias proteccionistas se suman los riesgos geopolíticos y sobre todo una creciente lumpenización del capitalismo, en particular en Estados Unidos, lo que incluye haber suspendido durante 180 días la aplicación de la ley anticorrupción que prohibía a las empresas norteamericanas pagar coimas en el extrenajero. El gobierno de Trump está liquidando prácticamente de todas las regulaciones, desde normas de seguridad, medidas de protección ambiental, condiciones laborales, y disposiciones de defensa del consumidor frente a posibles estafas, hasta los controles (a esta altura mínimos) sobre la especulación financiera y los activos de riesgo como los cripto y meme coins. De hecho Trump y su esposa han lanzado su propia meme coin, y quizás probablemente hayan inspirado a Milei para promover la estafa con Libra. Como correctamente señala M. Roberts, las regulaciones no evitan las crisis capitalistas, pero las desregulaciones absolutas allanan el camino a crisis catastróficas como la Gran Recesión de 2008.

Crisis orgánicas, polarización asimétrica y cesarismo

En el contexto del agotamiento del ciclo neoliberal, se viene desarrollando una crisis de hegemonía de los partidos tradicionales de distinto signo -socialdemócratas, liberales y conservadores- que sostuvieron el consenso neoliberal durante las últimas cuatro décadas.

Este virtual hundimiento del "extremo centro" (Tariq Ali) configura un panorama de crisis orgánicas más o menos abiertas tanto en países periféricos -lo que no sería una novedad- como en los países centrales con el telón de fondo de una profunda polarización social que dejó como herencia la ofensiva neoliberal.

Pero esta crisis de las variantes burguesas de centro (y el fracaso de sus variaciones de centro izquierda-populistas burguesas, como los "gobiernos progresistas" de América Latina) no dio lugar a un giro a derecha consistente, sino que abrió un panorama de polarización política "asimétrica", en el sentido de que a los inicios de esta nueva etapa las extremas derechas han llevado mucho más allá su radicalización que las expresiones de izquierda, surgidas del reformismo.

En este marco más general de degradación de las democracias liberales, que acompañaron como sombra al cuerpo a la ofensiva neoliberal, y de nuevos fenómenos políticos y de la lucha de clases, surgen intentos bonapartistas de "solución de fuerzas" para cerrar por derecha la crisis. Los gobiernos autoritarios de extrema derecha -como el de Trump y el del "paleolibertario" Milei en Argentina- fuerzan al límite la legalidad de la democracia liberal, tienden a liquidar la división de poderes concentrando todo en el ejecutivo, se valen de un sistema que incluye desde los otros poderes del estado hasta los grandes medios de comunicación y redes sociales, y utilizan la represión estatal (y en perspectiva paraestatal) para cambiar drásticamente la relación de fuerzas, como se ve por ejemplo en la ofensiva represiva contra el movimiento pro Palestina en Estados Unidos.

No sorprende entonces que en Estados Unidos se haya vuelto un lugar común la referencia al peligro de una "dictadura civil", sobre todo cuando se analiza el llamado "Project 2025", el plan de transformación de la burocracia estatal diseñado por la Heritage Foundation, un histórico think tank conservador- reaganiano, para institucionalizar el trumpismo.

La alianza de Trump con Elon Musk, que acumula un poder económico y político sin precedentes, y el alineamiento de los grandes magnates como Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, le da al gobierno elementos propios de una plutocracia. El gabinete está compuesto mayormente por empresarios megamillonarios (se calcula que el patrimonio colectivo del gabinete se acerca a los 500.000 millones de dólares).

Trump debe lidiar con contradicciones que ponen en riesgo la unidad precaria de las diferentes alas que componen su gobierno, y con un inicio de mandato que ya registra valoraciones mayormente negativas (solo aprueba en la política migratoria). El rol extra oficial de Musk quien asumió la tarea de achicar el estado al frente del Departamento de Eficiencia Estatal (DOGE) plantea no solo un conflicto de intereses con el propio estado ya que decide sobre áreas de las que extrae enormes beneficios económicos -Musk recibió al menos 38.000 millones de dólares en subsidios gubernamentales según un estudio de Washington Post- sino también con otros burgueses y miembros del gabinete, que se ven afectados por los drásticos recortes. Como explica Q. Slobodian, en el gobierno convergen tres vertientes: el nexo Wall Street-Silicon Valley; los conservadores anti New Deal, y los "anarcocapitalistas" y el aceleracionsmo de derecha, con intereses y políticas contradictorias. Algo de esto se expresa en la guerra abierta de Steve Bannon -el ideólogo nativista del MAGA- contra el "globalista" E. Musk.

Por definición, a menos que se asienten en derrotas de magnitud, estos gobiernos bonapartistas, no hegemónicos, que se recuestan en su núcleo duro y en minorías intensas, tienen una base inestable y una legitimidad reducida por la polarización política, que tienden a profundizar con acciones que pueden pasarse de la relación de fuerzas. Esto abre perspectivas para saltos en la lucha de clases y radicalización política. Ya hay algunos síntomas. A pesar del rol desmoralizador del partido demócrata, se han dado las primeras acciones para enfrentar las deportaciones de inmigrantes. El boicot a Tesla (Tesla Takedown) que acciones pacíficas –venta de vehículos, etc.- y ataques violentos a establecimientos y centros de venta, muestra el odio que está generando el tándem Musk-Trump. Y en los márgenes vienen desarrollándose síntomas de acciones radicalizadas, como la organización de la autodefensa en Lincoln Heigths, una pequeña ciudad de mayoría negra en Ohio, que armó su propia vigilancia para enfrentar ataques de milicias neonazis.

Lucha de clases y perspectivas revolucionarias

Como venimos planteando, no estamos ante un giro a la derecha unívoco, sino en un escenario de polarización social y política, en el que la extrema derecha se ha radicalizado más, pero empiezan a aparecer síntomas interesantes de respuestas por izquierda. Quizás el más novedoso de estos procesos es el despertar político de la juventud en Alemania que se movilizó masivamente contra la extrema derecha de Alternativa por Alemania y expresó su descontento con el voto masivo a Die Linke.

Desde la crisis capitalista de 2008 se han dado al menos tres oleadas de lucha de clases más o menos extendidas a nivel internacional. La primera, tras la Gran Recesión, tuvo como punto más alto la Primavera Árabe, las huelgas generales en Grecia y el surgimiento de los "indignados" en el Estado español. La segunda en la que primaron las "revueltas" como la rebelión de los chalecos amarillos en Francia, los levantamientos en Chile y Ecuador, y la lucha contra el golpe de estado en Bolivia.

La tercera, que se inició con la guerra de Ucrania y los efectos retardatarios de la pandemia, está aún en desarrollo y trajo como novedad la combinación de tendencias revueltísticas, que persisten fundamentalmente en los países periféricos, con procesos de mayor centralidad de clase trabajadora y emergencia de la juventud, con demandas que exceden las cuestiones económicas, como mostró el movimiento en solidaridad en el pueblo palestino y contra la complicidad de gobiernos imperiailstas con el genocidio en Gaza.

A una escala superior está el proceso reciente en Corea del Sur, donde los actores centrales que frenaron el intento de autogolpe del gobierno derechista de Yoon fueron el movimiento estudiantil y el movimiento obrero organizado en la KCTU.

Como parte de esta tendencia está la lucha del movimiento estudiantil en Serbia, que ante un crimen social salió masivamente a la calle y desarrolló un amplio proceso de movilización obrera y popular que terminó con la renuncia del primer ministro. También las recurrentes y masivas huelgas generales en Bélgica contra los ataques del gobierno de derecha. Y más recientemente la huelga general con movilización en Grecia ante el aniversario de una catástrofe ferroviaria, que actuó como catalizador del enorme descontento contra el gobierno de derecha, tras años de pasivización por la derrota a la que llevó Syriza.

Probablemente Europa, por la combinación de crisis burguesa, militarismo y ataques sea uno de los epicentros, donde nuestros compañeros de Revolución Permanente en Francia están lanzando una gran campaña contra el salto en el militarismo de Macron y contra los ataques antidemocráticos, lo mismo que los compañeros de RIO contra el rearme en Alemania.

Para el PTS en el Frente de Izquierda, la lucha en Argentina contra el gobierno de Milei, que es considerado un faro de la reacción mundial, tiene necesariamente un carácter internacionalista, y es parte de estas tendencias más generales.

Al contrario de sectores desmoralizados de la izquierda, que consideran que se ha abierto un período prolongado de derrota y agitan el "fascismo" para justificar sus políticas malmenoristas de alianzas con sectores del centro burgués en nombre del "cordón sanitario" contra la extrema derecha, nuestra perspectiva es que en esta situación convulsiva, las batallas decisivas aún están por delante. Nos preparamos para una etapa de enfrentamientos de clases más radicales, que desborden los límites "normales" de la legalidad burguesa y abran el camino a la lucha revolución obrera.



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