Khatyn: el pueblo que lloró en silencio

El campo de Khatyn (o Jatyn, en bielorruso: Хатынь) no fue un campo de concentración, sino el sitio de una masacre perpetrada por las fuerzas nazis y sus colaboradores el 22 de marzo de 1943. Ubicado en Bielorrusia, Khatyn se ha convertido en un símbolo del sufrimiento del pueblo bielorruso durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. La destrucción de esta aldea, junto con cientos de otras en Bielorrusia, representa la brutalidad de la política nazi de represalias y exterminio en la región.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Bielorrusia fue una de las regiones más afectadas por la ocupación nazi. Desde la invasión alemana en junio de 1941 (Operación Barbarroja), Bielorrusia se convirtió en un escenario de feroces combates, resistencia partisana y represalias brutales contra la población civil.

Los nazis aplicaron una política de tierra arrasada, destruyendo aldeas enteras sospechosas de apoyar a la resistencia soviética. Khatyn fue una de las muchas víctimas de esta estrategia genocida.

Días antes de la masacre, partisanos soviéticos emboscaron a una unidad alemana cerca de la zona, matando a varios soldados, incluido el oficial alemán Hans Woellke. En respuesta, los nazis eligieron Khatyn como objetivo de represalia, a pesar de que los aldeanos no tenían conexión con los partisanos.

El Asalto a la Aldea

Las fuerzas nazis rodearon Khatyn y reunieron a toda la población en un granero. Luego, sellaron la estructura y le prendieron fuego.

• 149 personas fueron quemadas vivas, entre ellas 75 niños.

• Quienes intentaron escapar fueron abatidos a tiros.

• La aldea fue completamente destruida por las llamas.

El único adulto sobreviviente fue Joseph Kaminsky, un herrero de la aldea, que logró salir del granero cubierto de heridas y encontró el cadáver de su hijo moribundo en sus brazos, una imagen que se convertiría en el símbolo del memorial de Khatyn.

Un Grito en las Cenizas

Ese 22 de marzo de 1943, en una pequeña aldea de Bielorrusia llamada Khatyn, el cielo se llenó de humo y gritos de agonía. No hubo soldados para defenderla. No hubo oportunidad de huir. Hombres, mujeres, ancianos y niños fueron arrastrados fuera de sus casas por soldados nazis y sus colaboradores ucranianos. Su crimen: existir en el camino de la guerra.

El destino de Khatyn fue sellado cuando su pueblo fue llevado al granero central, una estructura de madera que alguna vez albergó cosechas y esperanzas. Esa tarde, sin explicaciones ni piedad, los verdugos sellaron las puertas, apilaron heno y rociaron el exterior con gasolina. Luego, prendieron fuego.

El calor del infierno descendió sobre Khatyn. Los niños gritaban, las madres intentaban protegerlos con sus cuerpos, los ancianos rezaban en un murmullo ahogado por las llamas. El humo se apoderó del aire, robándoles el aliento antes de que el fuego consumiera su carne.

Aquellos que, en un instinto desesperado, lograron romper la puerta y escapar fueron recibidos con ráfagas de ametralladoras. No dejaron sobrevivientes. O eso creyeron.

El Hombre que Cargó su Dolor

Entre los cuerpos calcinados, entre los restos de un pueblo reducido a cenizas, un hombre se arrastró fuera del infierno. Joseph Kaminsky, un herrero de la aldea, emergió de entre los cadáveres, quemado y cubierto de heridas, con los ojos cegados por el humo y la desesperación.

Tropezó, cayó, y en la tierra caliente encontró el pequeño cuerpo de su hijo, Adam. El niño aún respiraba, pero apenas. Con sus últimas fuerzas, levantó la mirada hacia su padre. No hubo palabras, solo un instante donde dos almas se aferraron la una a la otra antes de que la más inocente de ellas se apagara para siempre.

Kaminsky, un hombre que había trabajado con sus manos toda su vida, las usó por última vez para sostener el cuerpo sin vida de su hijo. En ese momento, él no solo perdió a su familia, sino su razón de vivir.

Un Pueblo que Nunca Regresó

Khatyn no fue el único pueblo destruido. Durante la ocupación nazi, más de 5,000 aldeas bielorrusas fueron arrasadas en represalias contra los partisanos soviéticos. Los nazis no diferenciaban entre combatientes y civiles. Si un solo guerrillero atacaba, todo un pueblo pagaba el precio.

Pero Khatyn se convirtió en el símbolo de todas ellas. Un símbolo de un país donde casi un tercio de la población pereció en la guerra. Un país donde los niños crecieron con el eco de los gritos de sus padres y abuelos en su memoria.

Khatyn representa el destino de miles de aldeas bielorrusas destruidas durante la ocupación nazi. En total:

• Más de 5,000 aldeas en Bielorrusia fueron arrasadas por los nazis y sus colaboradores.

• Alrededor de 628 aldeas fueron completamente quemadas con todos sus habitantes dentro.

• Entre 2 y 3 millones de bielorrusos murieron durante la Segunda Guerra Mundial, lo que representó casi un tercio de la población del país.

Khatyn, aunque solo una de muchas, se convirtió en el símbolo de este genocidio, recordando la brutalidad que sufrió Bielorrusia durante la guerra.

Memorial de Khatyn: Campanas por los Muertos

En 1969, Bielorrusia levantó un monumento sobre las cenizas de Khatyn. No para vengarse, sino para recordar.

Cuando llegas a Khatyn hoy, no hay casas, no hay habitantes, solo un silencio que pesa en el aire. En su lugar, campanas suenan cada media hora, recordando a cada aldea que desapareció sin dejar rastro.

• Una estatua de Joseph Kaminsky se alza en el centro, con su hijo muerto en brazos. Su rostro es de piedra, pero su dolor es eterno.

• Chimeneas de ladrillo negro marcan el lugar donde alguna vez estuvieron las casas, cada una con una placa con el nombre de los habitantes que allí vivieron.

• Una llama eterna arde en honor a los muertos, su luz titilante reflejando las lágrimas que ya no pueden ser derramadas.

Cada paso en Khatyn es una marcha entre fantasmas. No hay susurros, no hay risas de niños, no hay voces en las calles. Solo el viento y el sonido de las campanas, llamando a los que ya no pueden responder.

Nunca Olvidar

Khatyn no es solo una historia de guerra. Es una historia de lo que significa perderlo todo. Es la historia de un padre que sostuvo a su hijo por última vez, de una madre que gritó su último aliento, de un pueblo que desapareció sin dejar una sola voz para contar su historia.

Hoy, el mundo avanza, las guerras cambian de nombre y de escenario, pero el fuego que consumió Khatyn sigue ardiendo en la memoria de aquellos que se niegan a olvidar.

Porque Khatyn no fue solo una aldea. Fue un testimonio de hasta dónde puede llegar la crueldad humana y un recordatorio de que el silencio de los inocentes debe resonar para siempre en la conciencia de la humanidad.

No hay nada más excluyente que ser pobre.



Esta nota ha sido leída aproximadamente 498 veces.



Ricardo Abud

Estudios de Pre, Post-Grado. URSS. Ing. Agrónomo, Universidad Patricio Lumumba, Moscú. Estudios en Union County College, NJ, USA.

 chamosaurio@gmail.com

Visite el perfil de Ricardo Abud para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: