Difícilmente se puede lograr una crítica más profunda a la injusticia social que reina en Colombia como la concebida por Aurelio Suárez Montoya en el periódico ‘La Tarde’ de la ciudad de Pereira, edición 18 de marzo ( ver en http://www.moir.org.co/ el artículo “Una desigualdad cada vez más desigual”).
La contundencia radica especialmente en las cifras que aporta, tomadas de fuentes oficiales, unas, o de fuentes privadas absolutamente serias y de alta credibilidad, otras.
Sobre cualquiera de las cifras individualmente consideradas, cualquier analista puede editorializar sobre un tema específico, como esa de que el quintín más alto en la escala salarial del país captura el 60% del total del ingreso nacional en tanto que el quintín más bajo en esa misma escala percibe apenas el 3% del ingreso nacional.
Cualquier análisis con honradez mental que gire en torno a esta brecha, tendrá que concluir que Colombia es el país de la más alta injusticia social en Latinoamérica y el mundo, como de hecho ya ha empezado a figurar en distintos análisis.
Mientras esto ocurre y trascurre sin molestias morales y sin presión social al gobierno, el Estado, ese Estado de tan aberrante injusticia social, destina a la guerra el 6,5% del PIB, una suma igual a la suma de todas las transferencias en salud, educación y saneamiento ambiental, según el documento elaborado por dos prestigiosos analistas nacionales: José Fernando Isaza y Diógenes Campos.
Tal vez, los críticos del gobierno de Uribe estamos desenfocados al acentuar nuestras reparaciones en torno a la guerra en sí misma que libra contra las Farc: que si debe reconocerles beligerancia o no; que si debe despejar una parte del territorio nacional para adelantar los diálogos de paz o no; que si la ley de justicia y paz es realmente una ley universal o fue concebida sólo para beneficiar a los paramilitares, etc. etc.
Quizás, parodiando la ya famosa advertencia del debate por la presidencia de Estados Unidos que enfrentó a Clinton contra Bush – padre, cuando desde la galería alguien le gritó: “Es la economía, estúpido”, también aquí alguien nos debiera gritar que lo malo de Uribe no es su Seguridad Democrática, por la cual obtiene tan altos márgenes de aceptación, sino la cantidad de plata que destina a esa seguridad que no se corresponde con los resultados, en primer término, ni se justifica desde los costos en términos sociales que tan compulsiva dedicación a la guerra estamos pagando.
Algo así fue lo que enfocó Stiglitz al analizar los resultados de la invasión de Estados Unidos a Irak; que no se detuvo en las cuestiones morales y políticas sino en el impresionante costo económico de 3 billones de dólares destinados en estos cinco años a una operación fracasada.
Cuando realmente seamos conscientes de que desde el punto de vista socioeconómico, la guerra contra las Farc es un fracaso, así nos entreguen en bandeja de plata la cabeza de Reyes o las manos de Ríos, será entonces cuando esas aplastantes marchas del 4F y del 6M que con tan loables propósitos se emprendieron en protesta contra guerrilleros y paramilitares y como recordación póstuma de sus víctimas, también las juntemos con esas otras víctimas invisibles que se componen de los niños sin escuela, los adultos sin trabajo o mal pago, los viejos sin atención médica, las mujeres sin seguridad social que están así precisamente por los costos de una guerra que no se mira más que en el prisma del exterminio al contrario.
Y entonces todos podrán gritar conmigo: “Es la justicia social, estúpido” a través de la cual se puede desactivar los factores objetivos y subjetivos de una guerra de más de 40 años que a pesar de no haber sido declarada oficialmente en el interior del país ya se nos internacionalizó.
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