Haití y la Política Neoliberal del Imperio Yanqui

Los productos estadounidenses subvencionados por el imperio para destruir la producción local haitiana terminó por arrasar la producción alimentaría del país, el cual fue víctima de esa competencia desleal que aniquiló a los agricultores pobres y Haití se ha convertido en un vertedero de los productos agrícolas, avícolas y piscícolas de los EE UU.

Ahora que por todas partes del mundo estallan motines generados por problemas asociados al hambre, hay que señalar un aspecto esencial que se pone claramente de manifiesto en el caso de Haití: la empecinada voluntad del norte por controlar el estómago de los pobres de Haití y del mundo.

En un país que no solamente alimentaba opulentamente con sus productos autóctonos a toda su población, sino que además exportaba sus excedentes; que producía carne sana, frutas (plátanos, naranjas, guanábanas, melones, papayas, piña, chirimoyas) y cereales naturales, se ha acabado imponiendo la importación de pollos criados con hormonas, todo tipo de despojos avícolas y los apestosos pescados residuales de las piscifactorías de Miami, pescados de ínfima calidad que hasta los insanos glotones estadounidenses rechazan de sus mesas, ya de por sí poco saludables. Hay que señalar también que el bogavante, la langosta y los pescados capturados por pescadores haitianos, son rapiñados en alta mar por los barcos estadounidenses, que dejan restos insignificantes a los propios haitianos, quienes apenas disponen de técnicas de pesca, y no pueden competir con los pesqueros de Estados Unidos que violan las aguas territoriales haitianas con total impunidad.

En 1971, «Bebé Doc» -a la muerte de su padre, el «caníbal» François Duvalier- sólo fue aceptado e investido presidente de Haití por el Departamento de Estado de EEUU, ello con el fin de emprender ese macabro plan de cambios alimentarios en el país, por medio de la intervención del FMI, el Banco Mundial y sus organismos regionales. Se puso en marcha la sustitución del cerdo común autóctono por un ganado porcino rosado procedente de Estados Unidos, el ganado porcino de Haití (procedente del África) que fue sistemáticamente sacrificado por cierto organismo especializado en la erradicación de la peste porcina africana, cuya aparición en Haití anunciaron como inminente. Dicho organismo, exterminador de los cerdos haitianos, denominado «Peppadep», actuaba promovido por EEUU a través del Banco Interamericano de Desarrollo y con la complicidad de otros países del continente como Canadá (el buen lacayo de los estadounidenses para ejecutar sus fechorías) que presionó al gobierno haitiano con el pretexto falaz de la prevención de la peste porcina la cual, por otra parte, nunca se demostró que existiera en el país, según los agricultores y ganaderos.

Hay que creer que David Cooper tenía razón al calificar como «cerdo humano» al burgués norteño ("WASP)". ¡El burgués del norte que, especialmente en esta ocasión, eliminó totalmente a la raza porcina auténtica, su rival! También se eliminaron las aves haitianas por medio de la introducción de un ejército de mangostas, desplegado en Haití una vez más por EEUU para combatir una presunta peligrosa infestación de serpientes en el país.

Hay que señalar que Haití es un país mayoritariamente campesino y de tradición vudú, donde el apego familiar a la tierra va más allá de lo profano y se afianza en unidades de producción afincadas en una mística que los campesinos designan con el nombre criollo de «bitasyon», es decir, «habitación». Una especie de minifundios considerados como el ámbito en el que perviven los espíritus y los antepasados campesinos que sobrevivían trabajosamente fuera del marco de un Estado haitiano atrofiado, y les permitía alimentar al país, proporcionando productos para la exportación y manteniendo, al mismo tiempo, un pedazo de poli cultivo de subsistencia.

La política de Wilson de transformar las tierras haitianas en latifundios de propiedad estadounidense, dedicados exclusivamente a cultivar caña de azúcar y otros productos para la exportación, a través de Banana Fruit, fracasó totalmente en la primera ocupación estadounidense del país, entre 1915 y 1934. La resistencia campesina de entonces, enfrentada a las ametralladoras gringas y las masacres que protagonizaron sus ejércitos mercenarios, heroicamente impidieron la aplicación de la política económica de la potencia continental que ya había conseguido imponer esas mismas prácticas en otros países del continente, como en la República Dominicana y Centro América.

Entonces, como una venganza, tras la muerte de «Papá Doc», François Duvalier (el inmundo y retrógrado criminal que conoce la humanidad y a pesar de todo nacionalista en algunos aspectos, especialmente con respecto a la soberanía alimentaría del país), los imperialistas estadounidenses aprovecharon la ocasión aceptando e instalando a la cabeza de Haití a Jean-Claude Duvalier, un niñito ignorante de 19 años, hijo de François a quien sólo le interesaban la caza, los coches y el sexo. De esta forma el Departamento de Estado estadounidense puso al frente del Estado haitiano a su herramienta de destrucción de la soberanía alimentaría del país.

Así se pudo realizar, por fin, el sueño estadounidense de destruir, con un crimen económico sin precedentes, la soberanía alimentaría haitiana, devastando triunfalmente cualquier pretensión de autonomía y la rebeldía heroica de un pequeño país de tradición revolucionaria que hizo fracasar a Napoleón con su expedición de más de 40.000 soldados en 1803 y, en el caso de la pretendida reforma agraria de Wilson, devolvió a sus casas, con las manos vacías, a decenas de miles de ladrones estadounidenses que, como en una película de vaqueros, saquearon el Banco Nacional de Haití antes de la salida del ejército yanqui, en 1934.

Por otra parte sabemos que los presidentes estadounidenses Jefferson, en el siglo XIX, y F.D. Rooselvet en el XX no ocultaban su odio por «esa peste de negros independentistas y abolicionistas que consiguieron su independencia por las armas». El orgullo de las masas haitianas de decir siempre «no» a los depredadores colonialistas, racistas, negrófobos y sembradores del hambre en el planeta, por fin había sido borrado del paisaje y se había hundido hasta el fondo por los asaltos de un comercio desajustado por Estados Unidos que infligía un suplicio orquestado sin compasión contra Haití. Fin de la historia y victoria criminal y destructora del Imperio Yanqui.

La diabólica imposición criminal del Imperio Yanqui prosiguió alegremente después de la caída de Jean-Claude, derrocado tras los levantamientos populares de febrero de 1986. El CNG (Consejo Nacional de Gobierno) que sustituyó a Jean-Claude abrió el país a los productos baratos porqué estaban subvencionados en USA y ya habían ganado su batalla de destrucción de la producción agrícola haitiana. Así, Estados Unidos pudo proseguir su atrocidad racista y antihaitiana con la bendición de la política coartada del CNG que pretendía combatir sin vacilación y de forma expeditiva la carestía de la vida. Es así como el arroz, los guisantes, la harina, la leche en conserva y muchos otros productos como patas de pollo «made in USA» bombardearon los mercados públicos haitianos a precios providenciales para los compradores con ingresos limitados, pero acarreaban el desastre actual sin que los dirigentes haitianos, secuaces de los estadounidenses, pusieran freno o tomasen cualquier tipo de medida.

Al final de los años 90, el neoliberalismo y su plegada de autodenominados «economistas», a los que no citaré para no hacerles publicidad, pregonaron por las ondas de algunas emisoras haitianas, como si fuera el evangelio, la salvación económica a través de la liberalización del mercado, para librar al pueblo haitiano de la miseria. Estos lamentables émulos tropicales del odioso Alain Mink convencieron a las clases medias y a los pequeño-burgueses de que Estados Unidos quería lo mejor para el país y de que era necesario presionar a los dirigentes para que Haití se abriera, todavía más, a un dumping que ya se preparaba para convertir los precios de los productos en exorbitantes una vez que la muerte de la agricultura y la ganadería haitianas fuese total y definitiva.

USAIS, USIS, IRI, Food & Care… todos los organismos estadounidenses en Haití alimentaron y alimentan a esa especie de economistas catetos para despistar intelectualmente a los imbéciles de las clases medias escolarizadas y a ciertos sectores desinformados de las masas para mitificar lo que realmente no es más que un sencillo mecanismo de destrucción de un país por medio del fraude de la competencia desleal del país más rico del mundo.

Gracias a su siniestro éxito contra la economía Haití, los usenses no sólo se deshacen de su basura de productos agrícolas sin valor y venden sus porquerías impresentables a precios prohibitivos para los haitianos, sino que además esto es terrorismo exterminador: actualmente tienen la llave del estómago de los haitianos, el terrorífico poder de crear hambrunas artificiales para destruir a cualquier gobierno o movimiento patriótico que pretenda cambiar la política para transformar la cara de este país enfermo y torturado.

Por lo tanto el nuevo terror del mundo es el hambre como arma de destrucción masiva de los pueblos, arma que - junto con los transgénicos, que ya asumirán como aceptables para muchos hambrientos - está en las manos de unas cuantas multinacionales y de los Estados del norte (OCDE); arma que les garantiza su reinado en la selva, donde la vida de los pueblos del sur y los pequeños estados de la periferia no es nada más que un desfile mortal hacia el sacrificio planificado de una parte sustantiva de la humanidad.
¿Nos dejaremos llevar al matadero como borregos?

mousha2007@gmail.com


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Fritz Saint-Louis


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