El nuevo Chávez y los dos Uribes fueron sendas columnas suscritas este fin de semana por dos importantes columnistas de la prensa colombiana: Rodrigo Pardo, director de Cambio y el ex ministro Rudulf Hommes, en varios medios regionales, entre ellos, El Colombiano de Medellín.
Yo estoy muy confundido con las expresiones y contenido de la reunión Uribe-Chávez de la semana pasada en Punto Fijo, estado de Falcón (Venezuela). En el campo ideológico, pues, ni se diga. No puedo entender cómo puedan asociarse proyectos tan diametralmente opuestos como el Socialismo del Siglo XXI del presidente Chávez y el neoliberalismo a ultranza del presidente Uribe; en el campo económico, menos, y por lo dicho atrás: habría que pensar en pedazos de inversión de un mismo proyecto binacional que se adelantara con dineros del Estado en Venezuela y de la empresa privada en Colombia, para conservar los diferentes modelos de uno y otro país.
Por esto me llamó la atención que estos dos columnistas se ocuparán de analizar las personalidades de los dos presidentes, más allá de sus expresiones ideológicas que los han llevado a insultarse de lo más lindo, como nunca antes homólogos colombo-venezolanos lo habían hecho en el pasado, incluyendo las muy profundas diferencias que personal, epistolar y por interpuestas personas sostuvieron Bolívar-Santander.
Estaba pensando que tal vez los presidentes Chávez-Uribe comparten un mismo afán dictatorial, en los términos de las dictaduras modernas que se adelantan no con las armas sometiendo a los contrarios sino con encuestas hipnotizando a la plebe.
Me abstenía de expresarlo por parecerme, de pronto, una posición muy radical de mi convicción ideológica. Pero leyendo a Pardo-Hommes, ahora no me cabe la menor duda de que los extremos se tocan en aquellas cosas prácticas en que sus contactos les sirven para satisfacer sus apetitos personales.
Pardo dice en la revista Cambio que Chávez “se está reinventando para superar uno de los momentos políticos más adversos de sus casi diez años de ejercicio del poder; y Hommes dice que el Uribe que estuvo en Venezuela “no es el mismo que opera en Colombia. El de acá es beligerante, no es flexible y no está tan dispuesto a aceptar los gestos conciliatorios de sus adversarios. Con ellos se muestra implacable (…). También es posible que Uribe sienta que se debe a su público, que el pueblo que lo respalda espera que actúe así y por eso el Uribe de allá es obsecuente y el de aquí imperial”.
Tan imperial, agregamos nosotros, que no pasaron 12 horas de su jovial encuentro con Chávez sin que llegara a Colombia a gañir que si tenía que gastar el 100 por ciento del presupuesto nacional para liquidar a las Farc lo haría con tal de borrar del mapa de Colombia a esos terroristas.
¿Podríamos concluir que la amabilidad entre Chávez-Uribe en Punto Fijo, más que un cierre de página, es la necesidad de dos extremos que persiguen un mismo fin? Yo creo que sí. Y en ese entendido, me siento defraudado, porque si entre ambos se dan oxígeno para perpetuarse en el poder, ello quiere decir que en el medio quedan unos pueblos emotivos más que racionales que no les importa distinguir de qué color es el gato, con tal que cace ratones.
Pienso, finalmente, que las buenas relaciones que dicen haber abierto en el libro de la historia no pasan de ser una pompa de jabón que explotará al primer pinchazo de, por ejemplo, el ministro de Defensa colombiano que habla con alfileres en la boca cuando de Chávez le gusta despotricar.
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