Me supongo que resulta herejía mayúscula dudar de la buena fe de los eruditos que otorgan los premios Nobel en sus distintas modalidades. Pero se han dado casos que se prestan a especulaciones cercanas a la realidad.
En economía, en la que tengo alguna noción, las contradicciones en torno a lo que viene a ser la filosofía de los Nobel, es evidente.
Por ejemplo, en la eclosión del neoliberalismo, la estrella económica ganadora del premio Nobel de Economía fue Milton Friedman (1976), apólogo del libre mercado, venerado por Reagan. Y en el ocaso del libre mercado a ultranza, cuando sus estragos son evidentes y sus resultados sociales nefastos, o mejor, criminales, los eruditos encuentran a Paul Krugman (2008), destacado como el principal crítico a nivel mundial de las políticas neoliberales del presidente Bush.
Si la teoría de Friedman es a Krugman como la tesis a la antítesis, en alguno de estos dos casos, los eruditos de Estocolmo tienen que estar equivocados, a no ser que en ambos casos la elección se haya dado por intereses políticos más que científicos.
Si eso ocurre en ciencias tan precisas como la economía (y he visto comentarios parecidos también sobre los premios en medicina, física y química), ¿qué no podría pasar en ese otro premio Nobel tan subjetivo como el que se otorga a la Paz?
Por ejemplo, cabría preguntar si los eruditos comprenden la paz como algo contrario a la guerra en el sentido de la confrontación bélica; o si la paz también puede interpretarse como todo aquello que preserve la convivencia ciudadana, la justicia social y coadyuve a la solidaridad.
Como yo no comulgo con lo eterno, y digo con Shakespeare: “Todo lo sólido se disuelve en el aire”, pareciera prudente que en casos como los de Friedman se le explicara al mundo por qué se concede el Premio Nobel a un tipo que defendió a ultranza el capitalismo salvaje, un sistema que ya había mostrado sus dientes en su nacimiento por allá en el siglo de Smith y Ricardo y ahora nos enseña sus garras con la soberana imposición que al mundo se le dictó desde Reagan-Thatcher.
Y sobre el tal Nobel de Paz, qué tal la arrogancia de Ingrid que hasta tarjetas anticipadas mandó a timbrar para invitar a sus más queridos y queridas fans a la coronación.
Y cierro esta nota con la que para mi ha sido la mayor manipulación de un Nobel de Paz concedido a alguien: el de Oscar Arias (1987), dizque por haber contribuido a la paz en Centro América Y presten atención a lo que estonces dijo:
“Cuando ustedes decidieron honrarme con este premio, decidieron honrar a un país de paz, decidieron honrar a Costa Rica”.
Pero ese Nobel de Paz ha retornado a la Presidencia de Costa Rica a deshonrarla, ofreciéndole al Imperio en bandeja de plata su mercado y sus fronteras a través de un TLC que acaba de llegar con la ilusión de un “feliz año nuevo”, con lo que, en el inmediato futuro, los costarricenses, sin empresas propias y sin trabajo decente, sólo podrían alcanzar una especie de paz perpetua como la que sobrecogió a Kant cuando se topó con esta frase a las puertas de un cementerio.
Lo digo así, tan crudamente, porque abrigo la esperanza de que el bravo pueblo hermano no se dejará postrar a tal situación sin llegar hasta las últimas consecuencias.