Es muy sanote —como decimos en criollo cuando algo no está contaminado— ver una película donde un par de adolescentes blancos y huérfanos (muchacha de quince y muchacho de doce) sobreviven en la sociedad gringa, al lado de una familia sustituta: una pareja de blancos heterosexuales —músicos roqueros— que los tratan a las patadas. Es muy sanote que podamos ver asombrados, sorbiendo coca o pepsi y hartándonos de cotufas, cómo estos hermanos se las arreglan para conservar a su perrito en la clandestinidad y cómo hacen de sus errores las pequeñas victorias que los llevan a la conquista final.
Es todo simple, como en todas las películas gringas, cuando se cumple la realidad unilineal, donde para cada causa hay un único efecto es todo simple; ningún otro efecto es posible y todos se encadenan —causas y efectos— inexorablemente. Es todo simple, en primer lugar, porque los muchachos confían en que el perrito regresará de cada escape y guardará la difícil discreción en la familia sustituta; en segundo lugar, porque confían que los errores que cometen los dos miembros de la familia sustituta que aparentan cuidarles, puedan serles favorables; y en tercer lugar, confían en la suerte de jamás separarse —argumento manoseado en las historias de hermanos huérfanos— para no traicionar a sus padres, muertos en cualquier cosa trágica que les deparó la vida y para no colmar la paciencia del procurador de niños y adolescentes (nunca debe decirse “procurador de menores” ni en las películas gringas) quien es un afroamericano muy buenagente y siempre sonriente, con vida confortable, pero que no podrá hacer nada ante la institución, si estos adolescentes no se “adaptan” a su familia sustituta.
¿No es todo simple? ¿No es una historia perfecta para pasar hora y media entre nuestra gente? Y lo más asombroso es que esta historia se resuelve también de una manera muy simple. Veamos, La pareja de hermanos no tienen más remedio que escapar de la casa de la familia sustituta, tras las peripecias de su perrito. Van a dar a un hotel en ruinas en el cual ya se encuentran tres perros que pernoctan acosados por el hambre. La astucia de la muchacha y el genio científico del muchacho hacen que dentro de aquel hotel en ruinas se reconstruya una fantástica maquinaria para alimentar los perros. Desde afuera los apoyan: un adolescente blanco casidueño de un supermercado, un adolescente blanco, vecino de la comunidad, que es el clásico gordito puesto ahí para que eche paja y una muchacha afroamericana empleada del supermercado.
En el intermedio entran en juego los infaltables perreros que son los eternos villanos desde los tiempos de Disney. Estos malos provocan la detención de la mascota principal y por supuesto, sobreviene el efecto clásico del escape que tiene el desenlace esperado: todos los perros habidos en la perrera van a dar al hotel en ruinas. Al descubrirse lo ocurrido en aquel lugar oculto, este par de muchachos huérfanos, salvadores de su perrito y deseosos de no separarse nunca jamás, son reconocidos por su esfuerzo como héroes.
El hotel en ruinas, por obra de la invisible mano del mercado, es transformado en un lujoso «Hotel para Perros», el cual tal vez exista en algún lugar del país gringo: ¿quién puede saberlo?. Los hermanos se hacen gerentes principales del Hotel y reciben la buena nueva de que el procurador y su pareja (quien es también afroamericana)serán su nueva familia sustituta. La pareja que fue la familia sustituta de estos jóvenes aparecen al final como los botones del Hotel y los muchachos que fueron ayudantes durante la proeza, terminan siendo los ayudantes en el Hotel ¿Bastante simple, verdad? Luego que se encienden las luces: «Calabaza, calabaza».
Calabaza, calabaza
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