La poderosa ortodoxia mediática se viene apoderando del sentimiento antirreeleccionista que se respira en Colombia para hacer añicos a la oposición, especialmente al Polo, de paso y por supuesto, irnos preparando hacia la reencarnación de Uribe.
Como resulta evidente que Uribe no va más, no tanto porque el tiempo ya parezca corto para completar el montaje de las triquiñuelas jurídicas y políticas que faltan para allanar el camino de la reelección, sino porque su desprestigio nacional e internacional se ha hecho insostenible, la gran prensa ha comenzado, muy certeramente, a destruirnos la imagen antagónica de Uribe para luego construirnos un candidato presidencial pero a su misma imagen y semejanza.
Ese es el juego. Es tan importante el asunto que hasta medios como el Washington Post, cuyos editores difícilmente distinguirían en un mapamundi a Colombia, ha terciado en la sucesión presidencial de ese, para ellos, ignoto país, al censurar una eventual reelección de Uribe cuando cuenta –dice- con un sucesor como Juan Manuel Santos, tan parecido a él: como una gota de agua a otra.
Pero la elección de Santos no sería posible si la gente sigue creyendo que por fuera del régimen preestablecido hay alternativa como la que se ha venido vislumbrando en la alcaldía de Bogotá con las administraciones de Lucho y Samuel y, especialmente, con la asustada presidencial que metió Carlos Gaviria en las elecciones del 2006, cuando se ubicó segundo en el podio.
Por eso, la tarea inicial de la gran prensa es desconectarnos de la izquierda. A punta de burocracia hicieron voltear al el ex líder sindical, Angelino Garzón, ex gobernador del departamento del Valle a nombre del Polo y hoy flamante embajador de Colombia ante la OIT a nombre del uribismo; y a punta de caramelo acaban de seducir al ex alcalde capitalino, Lucho Garzón, quien acaba de retirarse también del Polo dizque para aspirar a la Presidencia a nombre de un movimiento independiente que él, con su fino ingenio llama el “Partido de la calle”.
Al tener claro que la reelección presidencial es inconveniente en un régimen presidencialista porque empieza por socavar los pesos y contrapesos que soportan el equilibrio democrático, la prensa, entonces, equipara la Presidencia de la República con la presidencia de un partido político; y con base en ese artilugio pone en contradicción al presidente del Polo por aceptar, y en cierta forma buscar, su propia reelección en la presidencia del Partido. Es tan ridícula la comparación que ni vale la pena entrar en detalles.
Otra parte de la gran prensa, porque para cubrir todos los frentes como que se repartieron la tarea, infla candidaturas distintas a la de Uribe y sus secuaces y, por supuesto, distinta a la de Gaviria. En carátulas de prestigiosas revistas y en espacios radiales y televisivos de alta sintonía aparecen las alternativas y, en especial, se les da palique a los ex alcaldes de Bogotá y Medellín: el primero ya matriculado en el régimen imperante, y el segundo un alumno aventajado del continuismo.
Ni para qué hablar de los candidatos presidenciales que se asoman desde las toldas liberal y conservadora: los primeros son todos discípulos del ex presidente Gaviria, padre orgánico de la apertura neoliberal en Colombia cuya única oposición a Uribe es en torno a su reelección porque en todo lo demás comen en el mismo plato; y los segundos, desde que descubrieron en Uribe que “perdiendo también se gana”, están más contentos que un bobo detrás de una banda.
En ese fuego del juego político despedazan a la izquierda; elevan el pesimismo de la gente y la apatía electoral. Y, como si fuera poco, las Farc, que ya confesaron por boca del ex secuestrado Alan Jara, que nadie más que un bélico como Uribe, o quien se le parezca, sirve mejor a sus propósitos subversivos, anda escalando su provocación, enviándole un mensaje a los halcones como “para que no me olviden”.
La mesa está servida. Dentro de un año en Colombia tendremos en la Presidencia a Uribe resucitado en uno de estos que hoy la prensa madura a punta de papel periódico, como a los aguacates.