Lo sucedido en Irán
aún sigue lejos de la solución. Aunque aparentemente hayan cesado
los grandes enfrentamiento y las movilizaciones de ambos bandos, la
paz parece relativa. Nadie imaginó que dentro de las entrañas de la
“férrea teocracia iraní” -tal como la definen los medios imperialistas
y sus apostatas- fuese a resurgir una clase económico-política aliada
al pasado entreguista (del Sha Reza Pahlevi) contra los Khomeinistas.
En realidad -y como era de esperar- el disfraz “nacionalista” de
la burguesía iraní hizo su gran debut en las pasadas elecciones presidenciales.
Menos de 30 años debieron pasar para que la burguesía iraní pudiera
reagruparse y consolidar sus fuerzas para intentar torcer el rumbo nacionalista
y progresista contenido en el programa y los planteamientos originarios
de la Revolución Islámica de Irán.
Luego del triunfo de
la revolución iraní, en 1979, dirigida por el Ayatoallah Khomeini,
las fuerzas externas pro-occidentales de la región, especialmente Arabia
Saudita e Irak, apoyadas por EUA, intentaron destruirla por medio del
bloqueo, el hambre, el sabotaje y la guerra. La Guerra entre Irak-Irán,
la más dura de las pruebas a la que tuvo que hacer frente desde muy
temprano la naciente y frágil revolución iraní, duraría 8 largos
y sangrientos años sin lograr ese objetivo. Paralelamente, y en lo
interno de la revolución, las fuerzas más reaccionarias de la revolución,
bajo los pretextos de la seguridad nacional y por las intromisiones
políticas de la decadente URSS, aprovecharon para dirigir sus baterías
de muerte contra las fuerzas progresistas de izquierda y con particular
ensañamiento contra los comunistas quienes habían acompañado y apoyado
a la revolución desde sus inicios. Terminada la guerra, muerto el Ayatollah
Khomeini y diezmados sus mayores enemigos (los comunistas y nacionalistas),
pasado un tiempo necesario para su desarrollo y consolidación como
clase social, creyeron que había llegado el momento para la reconquista
del poder y la destrucción del Estado.
La República Islámica
de Irán nos regala una insólita experiencia digna de una advertencia
para nuestras revoluciones: “un engendro nacido de las entrañas
de la revolución busca desesperadamente destruir a su padre creador”.
La revolución iraní fue concebida como una “revolución burguesa
de carácter nacionalista”. Esta absurda contradicción que mezcla
la antinomia irreconciliable de “burguesía con nacionalismo” reprodujo
el cáncer que hoy hace metástasis en una parte de la sociedad iraní,
especialmente en la clase media, que apuesta por destruir al Estado
y plagarse a los designios de sus socios naturales ubicados en las potencias
del norte. Los clérigos habrían olvidado, o nunca conocieron
la conseja gramsciana que dice:“la burguesía no tiene patria,
sólo bolsillos”. En el mundo Globalizado de hoy las burguesías
de todos los países se han hecho apéndice del gran capital transnacional.
Ellas son insertadas al sistema internacional y se vuelven dominantes
hacia adentro y dominadas desde afuera.
Esa misma burguesía iraní que utiliza hábilmente a la clase media
transculturalizada y occidentalizada como “Caballo de Troya” para
sus fines anti-nacionales, pretende destruir al Estado nacional iraní
para apoderarse de su enorme renta petrolera, privatizando su poderosa
industria petrolera, entregándola al único postor: el imperialismo
norteamericano. Son éstos y no otros los fines verdaderos del cáncer
burgués que padece el pueblo iraní y sus semejantes en el mundo.
“Cualquier parecido a nuestras realidades latinoamericana (Venezuela,
Bolivia y Ecuador) no es simple coincidencia”.
Hoy no cabe dudas de
que en Irán el imperialismo y sus agentes internos experimentaron el
mismo plan desestabilizador hábilmente concebido y probado con algunos
éxitos y fracasos (-con más fracasos que existos-) en muchas partes
del mundo. Las funestas “revoluciones de colores” se intentaron
repetir en ese país con ciertas adaptaciones muy particulares (tomando
el color verde muy representativo del islam). Esta vez los estudiantes
iraníes pertenecientes a la clase media radicada en la capital (Teherán),
especialmente influidos por la cultura occidental, hicieron su debut.
Innumerables revelaciones
demuestran nuestra afirmación.
Paul Craig Roberts, de Global Research, nos
revela en su artículo lo siguiente:“el neoconservador Kenneth
Timmerman escribió el día antes de la elección que
“se habla de una ‘revolución verde’
en Teherán.” ¿Cómo iba a saberlo Timmerman a menos que haya habido
un plan orquestado? ¿Por qué iba a haber una
‘revolución verde’ preparada antes de la elección, especialmente
si Mousavi y sus partidarios tenían tanta confianza en su victoria
como afirman? Parece ser una evidencia clara de que EE.UU. está
involucrado en las protestas por la elección (...) la
“Fundación Nacional para la Democracia”
(NED) ha gastado millones de dólares promoviendo revoluciones
‘de color’… Parte de ese dinero parece haber llegado a manos de
grupos favorables a Mousavi, que tienen vínculos con organizaciones
no gubernamentales fuera de Irán, financiadas por la NED.” El
día 29 de junio de 2008, Seymour Hersh informó en New Yorker que:
“A fines del año pasado, el Congreso aceptó un pedido del presidente
Bush de financiar una importante escalada de las operaciones clandestinas
contra Irán, según fuentes actuales y antiguas militares, de inteligencia
y del Congreso”. Por otro lado, el Telegraph (otro medio de comunicación
norteamericano) había informado el 16 de mayo de 2007, que el belicista
neoconservador del gobierno de Bush, John Bolton, reveló a ese mismo
medio que: “un ataque militar de EE.UU. sería
“una última opción después de que hayan fracasado las sanciones
económicas y los intentos de fomentar una revolución popular”.
La mentira siempre desmentida necesita de cómplices. La verdad siempre
ocultada, aparece.
Decia Marx que “la
historia de la humanidad es la lucha de clases”. Irán vuelve nuevamente
a hacer andar las ruedas de su historia. La lucha de clases se intensifica
en ese país. Los campesinos, trabajadores y obreros, los desempleados
y el pueblo humilde en general han visto representados sus intereses
en la figura de Mahmoud Ahmadineyad, mientras que la clase media occidentalizada
y la burguesía iraní son representados en la figura de Hosein Mosavi,
el candidato de occidente. El aplastante triunfo de Ahmadineyad con
más del 63% de ventaja sobre el candidato opositor Musaví fue la victoria
popular de las mayorías.
Según el sociólogo
norteamericano James Petras, en su artículo titulado: Las elecciones
iraníes: el timo del robo electoral,
y publicado el día 21-06-2009,
dice:“Ahmadineyad obtuvo buenos resultados en las provincias petroleras
y de la industria petroquímica, lo que podría ser un reflejo de la
oposición de los trabajadores de esta industria al programa reformista,
que incluye la privatización de empresas públicas. Del mismo modo,
el presidente tuvo buenos resultados en las provincias fronterizas con
su énfasis en el reforzamiento de la seguridad nacional ante las amenazas
estadounidenses e israelíes, a la vista de una escalada de ataques
terroristas patrocinados por Estados Unidos a partir de Pakistán, y
de incursiones israelíes desde el Kurdistán iraquí, que han matado
a docenas de ciudadanos iraníes (...) La gran mayoría de votantes
de Ahmadineyad probablemente pensaron que los intereses de seguridad
nacional, la integridad del país y el sistema de seguridad social,
con todos sus defectos y excesos, estarían mejor defendidos y mejorarían
con éste, que con unos tecnócratas de clase alta apoyados por una
juventud privilegiada pro occidental, que anteponen los estilos de vida
individuales a los valores comunitarios y la solidaridad. Para muchos
iraníes, el rearme militar del régimen es visto como lo que impide
un ataque estadounidense o israelí.”
La revolución iraní
está obligada por las circunstancia a definirse cada vez más en favor
de las clases más desasistidas y la clase trabajadora de su pueblo.
Esto implicaría al gobierno de Ahmadineyad en la tarea inaplazable
de profundizar en los planteamientos nacionalistas y progresistas de
la revolución iraní; profundizar en la igualdad y en la justicia social,
rompiendo definitivamente con la absurda antinomia que mezcla a “burguesía”
con “nacionalismo”.
El gobierno progresista
y nacionalista de Ahmadineyad atraviesa por una encrucijada que lo obliga
a definiciones más radicales. La crisis mundial del capitalismo también
influye para ello. O se ajusta el timón político y económico de Irán
rumbo a la construcción de un socialismo propio que asuma las particularidades
de su sociedad y cultura, o sucumbe la revolución iraní a los bastardos
intereses de su propio engendro: cáncer burgués y sus nuevos amos
imperialistas.
Mientras las operaciones encubiertas del MOSSAD y la CIA continuan, la desestabilización imperial contra Irán queda postergada por un corto tiempo.