En varias ocasiones he dicho que lo mejor que le puede pasar al país político es que Uribe se presente a una segunda reelección y salga derrotado.
Parece cruel, pero lo mejor que le puede pasar a un enfermo terminal, como es el caso de la democracia colombiana, es que se muera cuanto antes. La agonía resulta más cruel, como nos está pasando en esta larga noche uribista en la que todos velamos, y más, los aspirantes a sucederle en el trono que hacen como esos afortunados herederos que lloran en público y ruegan en privado que Dios permita lo más pronto el eterno descanso del paciente, y de ellos también.
La mayoría de quienes se oponen a la reelección de Uribe no lo hacen en primera instancia en defensa de las instituciones democráticas sino porque el tipo les cae mal personalmente. El sólo hecho de que políticamente Colombia no tenga una importante opción de izquierda, prueba que somos mayoritariamente de centro-derecha, desde Carlos Gaviria hasta Juan Manuel Santos, obviamente con su diversidad de matices.
Creo que en los últimos meses la principal fuerza de oposición a Uribe es la compuesta por gente a la que el tipo les cae mal personalmente, empezando por la gran familia DMG que sigue creyendo, y con razón, que el gobierno quebró la empresa de David Murcia sólo para quitarle de encima un gran competidor al banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo.
Creo que en ese mismo campo del desafecto personal suman también muchos paramilitares afectos a los capos extraditados quienes, de otra forma, hubieran seguido apoyando incondicionalmente a Uribe.
Y podría asegurarse que en el alma de muchos militares activos y en retiro aletea también su propia encrucijada de apoyar o no a Uribe, un tipo que ha desgalonado de tajo a muchos oficiales y suboficiales quemados como fusibles para impedir cortos en circuitos más sensibles de su administración, empezando por la propia Casa de Nariño, desde la cual despacha.
El eventual Uribe candidato a la segunda reelección no es el mismo Uribe del 2002 y 2006 que, independientemente de cómo lo haya logrado, arrasó en primera vuelta con sus opositores.
Así que, antes que seguir desgastándonos en disquisiciones jurídicas sobre la reelección, debemos prepararnos para enfrentar a Uribe en las urnas y mandarlo al lugar adecuado.
Y aquí la sorpresa: no creo que Uribe llegue hasta la candidatura. No porque sus secuaces políticos y amanuenses jurídicos no le allanen el camino, sino porque él sabe que no tiene ya el apoyo electoral suficiente para quedarse en Palacio, usurpando nuevamente el solio.
Uribe sólo pretende ganar un pulso político a través del referendo en las instancias que él domina (el Congreso y la Corte Constitucional), y demostrarles a sus opositores que sigue teniendo un gran poder político, basado obviamente en la corrupción, pero al fin y al cabo poder.
Una vez refrendada esta fuerza, Uribe renunciará a ser candidato, no porque no quiera, sino porque no podría bañar al país nuevamente en sangre para asegurarse la Presidencia, sin tener que rendir cuentas a una comunidad internacional que le mira con aguda desconfianza.
Así, invicto, se irá a la galería de ex presidentes colombianos a seguirnos gobernando tras bambalinas como lo hacen todos, desde Bolívar hasta Gaviria, Samper y Pastrana, para mencionar a los tres últimos antecesores de Uribe que, con excepción suya, más han contribuido a hundir al país en este fango político y social que embadurna la democracia y el futuro de Colombia.
Sólo derrotando a Uribe en las urnas podríamos empezar la catarsis de volver a ser dignos.