Si yo tuviera la popularidad que tiene Uribe habría sometido a referendo el convenio suscrito en forma cuasi clandestina con Estados Unidos mediante el cual se le entrega al Imperio más criminal de la historia las siete bases militares en territorio colombiano.
Si yo tuviera el control del Congreso que tiene Uribe, especialmente el dominio sobre aquellos congresistas proclives a la corrupción y expertos en chantaje, habría sometido a su discusión ese convenio, entre otras cosas, para cumplir con normas constitucionales oportunamente advertidas por la Corte Suprema de Justicia.
Pero mejor que no lo hizo porque ese convenio o acuerdo, como quiera llamársele, no aguanta un papirotazo legal.
¿Por qué no lo hizo? Fácil de responder. Uribe ya no tiene la imagen popular que los medios dicen que tiene y que las encuestadoras hacen ingentes esfuerzos por corroborar en los círculos de su evidente ocaso.
Hay un creciente post- uribismo que ha empezado a manifestarse hasta en la misma voz chillona, cansina, iracunda y desafiante del presidente Uribe a la Corte en un consejo comunal, porque no se ha dejado imponer una floja terna de fiscal de bolsillo que con urgencia necesita para sacarle el bulto a la Corte Penal Internacional que acecha su prontuario criminal de manera apabullante.
Este prematuro post- uribismo no deja a Uribe acudir a su efímero Estado de Opinión del que sacó pecho recientemente porque sabe bien, como buen saltimbanqui político que es, que abajo le espera un porrazo en el frío pavimento.
Por eso no creo en la reelección de Uribe, aunque la corte avale el referendo y aunque el mismo referendo alcance el umbral que necesita para ser reforma constitucional que le permita al Presidente aspirar a una segunda e inmediata reelección.
Haciendo abstracción de todas las irregularidades de forma y de fondo que empiedran el azaroso camino del referendo hasta la Corte Constitucional, y considerando que también la Corte sucumba a la arremetida y que por alguna última pirueta se baje el umbral que permita alcanzar la votación popular requerida para allanarle el camino a Uribe a su candidatura presidencial, no pasará en una nueva confrontación electoral en las urnas porque su post- ya no cuenta con monolíticas fuerzas políticas que en su primera y segunda candidatura le brindaron apoyo incondicional: el conservatismo, Cambio Radical y el mismo partido de la U, que es más santista que uribista. Y Santos (Juan Manuel) sabe de marrullas políticas tanto o más que Uribe.
Uribe, obviamente, ya no puede contar con el apoyo de partidos extintos entre su primero y segundo mandato como Alas Equipo Colombia, Colombia Democrática o Convergencia Ciudadana, cuyos líderes se disputan hoy las mejores celdas de los presidios.
Tampoco cuenta con el amplio aparato militar de otros tiempos, dado que en su arrogancia ha barrido la calle con numerosos oficiales sacrificados en aras de su propia impunidad. Y, por supuesto, tampoco tiene ya el frente paramilitar que le limpió a sangre y fuego el camino de opositores hacia sus anteriores mandatos presidenciales. El post- Uribe resta muchos “socios” de DMG quebrados por Uribe a petición de Sarmiento Angulo que no soportó más la competencia “desleal” de un aparecido como David Murcia; también suman –o mejor restan- los desempleados que siguen aumentando y, sobre todo, los empresarios privados que tienen en vilo sus empresas en gracia y por desgracia de las malas relaciones que este gobierno ha cosechado con Venezuela y Ecuador.
Los empresarios, como todo el mundo intuye, apoyan cualquier gobierno, independientemente de su legitimidad o color político, con tal que no obstaculice sus negocios y que sus actos no signifiquen pérdidas financieras. Por esto último es que vemos a los gremios como la Andi, tan uribista en la primera y segunda magistratura, diciendo que no es bueno un tercer mandato de Uribe.
Por eso, y por mucho más, Uribe no va más, y todo lo que espera es el momento en que pueda decirlo de manera que el pueblo crea que se trata de un desprendimiento de su alma democrática, camino al pabellón de la historia reservado a los próceres.
Ahora sí creo, y por lo visto en su arremetida contra la Corte Suprema de Justicia a la que acusa de conspirar en conciliábulos bogotanos y violadora de la Constitución (los pájaros tirándole a las escopetas), que Uribe está en una encrucijada en cuerpo y alma.
Qué bueno fuera que llegara en su delirante ansia de poder hasta la tercera candidatura para que Colombia pudiera tener la gloria de mandarlo al lugar adecuado de la historia, como eufemísticamente dijo una vez Diana Turbay, la arrogante hija del ex presidente Turbay Ayala, insinuando que el columnista Daniel Samper, debía irse a la mierda.
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