Se cumplieron veinte años de la demolición del Muro de Berlín, símbolo que fue de la separación de dos formas de concebir al mundo. De un lado, la democracia del consumo; del otro, la democracia del trabajo. Ambas, por sí solas, incapaces de ofrecer justicia y libertad para la humanidad. El socialismo “realmente existente” no logró concretar la creación del hombre nuevo, libre de los atavismos de la explotación del sistema de clases, en tanto que devino en una asfixiante burocracia que, en los hechos, canceló el afán de libertad y justicia del postulado socialista. De su parte, el capitalismo “recalcitrantemente existente” triunfó en su afán de engrosar las filas del hedonismo consumista y, con ello, la acumulación de la riqueza en las empresas oferentes de mercancías del confort y la enajenación, pero que hoy se corroe en la crisis producto de su desenfreno.
Quedan otros muros por derribar, comenzando por el de la ignominia: ese muro afrentoso que marca la frontera de México y, por extensión, de Nuestra América con los Estados Unidos. Barrera porosa que pretende impedir el flujo de mexicanos y centroamericanos en busca del trabajo que se les niega en su origen, pero que no afecta al perverso flujo de capitales e intromisiones yanquis a nuestros territorios. Si la tal barrera fuese integral e impidiese la injerencia del gobierno de los Estados Unidos en nuestros asuntos, muy probablemente lograría el objetivo de evitar la migración indocumentada: aquí habría desarrollo y empleo. Un muro que hiciera evidente el off side de las bases militares gringas en América Latina, que no son otra cosa que el ariete armado de la dominación imperial, complemento de la que se registra en materia política, económica y cultural y que, de manera patética, maniobra en Honduras para impulsar y sostener el gorilato, sin demérito del entramado dizque diplomático diseñado para lograr que, en su paso inexorable, sea el tiempo el que resuelva a favor de sus intereses imperiales.
Nada tienen que hacer las tropas yanquis en Colombia, por lo menos nada bueno. Nadie en su sano juicio se traga la rueda de molino del combate al narcoterrorismo; primero porque el narcotráfico solamente se puede eliminar si se elimina la demanda de drogas, en la que los gringos son campeones; y segundo, porque lo del terrorismo es sólo el sambenito con que se quiere combatir a la insurgencia social. La realidad no es otra que la de amagar al proyecto bolivariano encabezado por la Venezuela de Hugo Chávez y su versión autóctona, auténtica y soberana del socialismo humanista que, indefectiblemente, atenta contra los intereses oligárquicos amamantados por el imperio. Fiel a su tradición imperial, el régimen belicista yanqui se apresta para poner a pelear a los hermanos; el régimen uribista en Colombia derriba el muro de la mínima dignidad para entregarse al juego de la guerra en la región. El sueño soberano de la integración latinoamericana y caribeña deviene en pesadilla para los afanes de dominación de quienes se creen dueños de nuestro destino. No importa el nombre, el partido o el color de la piel del ocupante de la Casa Blanca, Estados Unidos sólo responde por sus intereses y los de sus empresas; lo demás no es sino ilusión de mercadotecnia política.
En México hay que derribar varios otros muros, principalmente el que cierra el paso a la posibilidad de progresar. Es el muro de un sistema político y un modelo económico que no ofrecen una posibilidad real de justicia y bienestar. Ya no es sólo la voz de López Obrador la que clama en el desierto por la refundación de la república; son muchos los que, en todo el espectro ideológico, manifiestan la convicción de la caducidad del régimen vigente. Hasta los grandes empresarios, aquellos con visión de país y de futuro, advierten que el modelo no da para más y, en cambio, amenaza con un estallido social que arrase con todo, incluidos sus privilegios. Acá en el llano, desde hace mucho que estamos hasta la madre del estado de cosas imperante y estamos en la lucha por transformarlo de raíz. Los aumentos de impuestos y el artero golpe a Luz y Fuerza del Centro constituyen atentados contra la razón y, así parece, ya colmaron el vaso que comienza a derramar. Escribo esto en martes para, mañana miércoles, sumarme al paro nacional en apoyo a los electricistas y, en general, para hacer masa crítica transformadora.
Todos quisiéramos una transición tersa, en la que la razón privara sobre la lucha callejera. Habría que preguntarle a Calderón si el ejército en las calles es muestra del privilegio de la razón sobre la fuerza; si estaría dispuesto, en aras de la civilidad, a hacerse a un lado y renunciar para dar cabida a un gobierno interino de transición que, por compromiso unánime, convocase a la reconstrucción nacional. Todo indica que la tersura no será lo que predomine en el proceso de cambio.
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