Ver los programas de Globovisión equivale a presenciar el último capítulo de una telenovela dramática. Sus comentaristas tiempo ha dejaron de ser informadores para trocarse en personajes de la teleculebra cotidiana, que adoptan con fruición sus roles estelares.
Usted observa al llamado “ciudadano” posando como pensador profundo que medita la próxima vaciedad que expresará ante la mirada admirativa de sus adláteres, quienes asumen que las babosadas del “Matacuras” son cátedras de filosofía política. El personaje, coqueto pero insignificante, se especializa en silencios insinuantes, preñados de misterios ominosos. Su fuerte estriba en hacer aspavientos sin decir nada inteligible.
En el siguiente espacio el des-animador es un señor incapaz de sonreír, con el añadido de lucir como quien está pujando, tanto que, cuando anuncia el pase a comerciales deja la impresión de haberse largado al baño a toda prisa. Lo acompaña un periodista que cada día se despide con una sentencia cabalística. “Nos veremos mañana…. si las circunstancias lo permiten…” o sea, si no lo han detenido o ejecutado las brigadas oficialistas durante la noche.
Los locutores del noticiero estelar son expertos en opinar mediante gestos y miradas desaprobadoras cuando aparecen los videos de anuncios presidenciales o comunicados de eventos oficialistas.
Finalmente llegamos al segmento rochelero de la novela con tres cómicos que desatan una algarabía hablando todos a la vez sin atinar a decir algo gracioso o interesante, salvo cuando el chismoso del combo se refiere a las reinas de belleza.
Se dirá que un canal con tal perfil difícilmente representa un peligro para el gobierno, lo cual es cierto, salvo porque cada día seleccionan noticias falsas o tendenciosas que transmitirán a todas horas y en diversos tonos.
Sus reporteros cubren las morgues como fuente principal pues los muertos cotidianos son el plato de entrada para enfatizar la violencia. Los éxitos policiales no existen o no figuran en el programa pues la droga capturada no produce escenas dramáticas.
Cuando se alza un “pran” ahí están las reporteras estrella, denunciando la brutalidad policial por boca de los familiares de los amotinados, que, para estos efectos, son ciudadanos ejemplares y dignos de respeto.
Tales despliegues de periodismo falaz deben ser enfrentados con la ley en la mano, imponiendo una multa ante cada falta, hasta que dejen de tergiversar noticias.
Dos millones de dólares no son nada si se los compara con la zozobra que causan en la colectividad.
Que los paguen y dejen de inventar vainas.
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