Una censura necesaria

Por temperamento y vocación odio la censura. Me identifico con la
consigna ‘prohibido prohibir’ que apareció como grafiti durante el
mayo francés. En materia de lenguaje, por ejemplo, me niego a aceptar
que una palabra sea vetada como grosería. Las grosería no está en la
palabra, sino en quien la pronuncia, de acuerdo a sus intenciones.

Tras este introito que espero confirme mi rechazo a la pacatería,
expreso total inconformidad con el libertinaje que impera en los
medios audiovisuales de alcance masivo, en particular cine y
televisión, empleados como plataformas publicitarias para promover
drogas tales como marihuana, cocaína, heroína y las que se consumen
como pastillas o inyectadas.

Se trata en realidad de un problema complejo pues, en Venezuela,
tanto las salas de cine como la televisión por cable o por satélite,
que permite el acceso a cien o más canales de televisión de diversas
nacionalidades, no tiene supervisión de contenido.

La penetración de tales canales sin que haya filtros por parte de
Conatel u otros organismos del Estado es ya, de por si, un descuido
injustificable, pero Conatel, por lo visto, no tiene compón. A
cualquier hora, de día o de noche, se transmite pornografía explícita
al alcance de los niños. La violencia juega garrote y la exaltación
del consumismo, la discriminación sexual, racial y religiosa ocurren a
diario. El modelo a imitar es algún policía WASP (blanco, anglosajón,
protestante), al estilo de Steven Segal, quien no contento con
perseguir supuestos bandidos en sus películas, actúa como ‘vigilante’
o policía voluntario en las horas libres.

Se dirá que si los Estados Unidos es un estado policiaco, donde
eliminaron ‘habeas corpus’, debido proceso, derecho a la privacidad y
otros logros obtenidos a lo largo de 200 años de duras luchas, el
problema es de ellos. Pero no es así. Cuando los gringos empiezan a
usar tatuajes o zarcillos, al poco tiempo la moda llega a nuestras
discotecas o quizás se inicie en las cárceles criollas.

Lo que no emulamos, pues no existen incentivos para ello, son los
avances científicos cuyas patentes pagamos a brinco rabioso. Cierto es
que tenemos algunos ‘hackers’ pero todavía no estamos en las grandes
ligas en materia de computación. Eso sí, compramos más Black Berrys
que nadie y hasta las trabajadoras domésticas tienen sus ‘pin’ y
figuran en ‘Facebook’.

Para ir al grano, creo que nuestras autoridades deberían promover
ante la UNESCO y demás organismos competentes la prohibición o bloqueo
de toda película o serie de televisión donde el tema del consumo de
drogas sea tratado con ligereza y hasta con simpatía, soslayando su
carácter de tragedia social.

Señalaré una vez más que Venezuela abdicó a la soberanía en materia
de espacio radioeléctrico al permitir el contrabando de los canales no
supervisados ni sometidos a normas criollas. Eso es lo primero que
debemos cambiar para impedir que el ejemplo del consumo de drogas
cunda y se extienda a mansalva.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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