Los medios de comunicación colombianos debieran adoptar una posición más objetiva en sus informaciones con respecto a Venezuela, con el fin de contribuir no sólo a su propia credibilidad sino, también, a las futuras relaciones colombo-venezolanas. Venezuela no es Irak, hasta donde nos llevó el presidente Uribe con su apoyo a la criminal invasión estadounidense. Venezuela es nuestro vecino, es nuestro hermano de sangre, sin hipérbole patriotera; es nuestro socio comercial más importante, después de E.U. Hay que proteger esas relaciones, sin echarle leña al fuego.
Por ejemplo, tanto la noticia de primera plana como en su editorial de hoy (09-01-07), El tiempo parece cargado para tigre. Limitar la posesión de Chávez a un informe bursátil, es un sesgo malintencionado de la corresponsal en Caracas que, probablemente se limita a ello por órdenes expresas de los editores. El Tiempo, en Colombia, quiere ser más papista que el Papa. Estoy mirando el Universal de Caracas, para quien Chávez no es propiamente santo de devoción, y es, de lejos, más objetivo.
Cualquier estudiante de primer semestre de economía aprende que los mercados bursátiles son volátiles per se; es una connotación propia de las expectativas que asisten a cualquier inversionista. Los mercados suben y bajan constantemente: por anuncios políticos como el de Chávez de renacionalizar las empresas privatizadas en la primavera neoliberal o, por burbujas que crean los propios inversores para pescar en río revuelto, o simplemente por la ley de gravedad: todo lo que sube baja. Marx lo expreso en la metáfora más hermosa y poética que yo haya visto: “Todo lo sólido se disuelve en el aire”.
Crear la algarabía que pretende El Tiempo por la socialización del siglo XXI que anuncia Chávez, no se compadece con la campana neumática que aplicó cuando esas mismas empresas comenzaron a ser privatizadas a precios de gallina vieja, como ocurrió con la CANTV en el 2001, y como viene ocurriendo entre nosotros bajo el mutismo, o mejor, con el auspicio informativo de los grandes medios de comunicación.
En su editorial, El Tiempo también pela el cobre. Comparar el proceso socialista de Chávez -siglo XXI- con el proceso comunista de la URSS, siglo XX, es ignorar que en el comunismo de Stalín no había democracia ni respeto a los derechos humanos, y que, de contera, se metió con la religión, la única subjetividad inextirpable en el ser humano que se inventa seres supremos para diferenciarse de los animales, unas veces, o para explicarse su incapacidad de administrar equitativamente ESTE mundo. Yo, en estos casos siempre recuerdo una vieja caricatura de Quino en la que unos terrícolas sacan pecho frente a unos marcianos, haciendo alarde de su inteligencia y supremacía sobre los animales, a lo que los marcianos les responden: “es que lo que nosotros queremos saber es por qué ustedes no son más inteligentes que ustedes”.
Chávez es un fenómeno: nos guste o no; es una auténtica especia homo sapiens americana que se expresa como americano y no como inglés; dice lo que siente, cuando lo siente y como lo siente; compara a Bush con el diablo, y no está lejos, y le dice a Insulsa, “insulso Secretario de la OEA”, quien solapadamente lo acusa de censor mientras desfilan bajo sus gordas gafas el crimen ecológico de Colombia en la frontera con Ecuador y las intervenciones descaradas de Estados Unidos en los asuntos internos de los países latinoamericanos.
Chávez es un fenómeno imparable. A estas alturas, ya es historia: como líder o mártir continental: si lo primero, será sucesor natural de Castro; si lo segundo, será sucesor natural del Che Guevara. Donde quiera que Estados Unidos ponga el pie, va a encontrar una piedra en el zapato.
Es mejor que los medios de comunicaciones colombianos no intenten hacernos enemigos gratuitos de Chávez como nos hicieron en el siglo pasado, enemigos gratuitos de Castro.
Venezuela está más cerca. Y si queremos contrarrestar la revolución social de Chávez, lo que tenemos que hacer es una revolución social-capitalista aquí… si es que esa extraña alquimia existe.
Yo, por supuesto, no la veo “ni a la vuelta de la esquina”, como decían los abuelos de Jorge Robledo Ortiz que se murieron felices sin ver lo que nos esperaba a sus nietos.
alvaromasmela@yahoo.es