Hay días en que uno sólo observa corrupción, ineficacia, decisiones mal tomadas, declaraciones fuera de lugar, etc., y se desanima. Uno no pierde la perspectiva de que la mayoría de la gente que lucha por este proceso lo hace porque cree en él y cree en Venezuela, no por conseguirse un 'puestico' o sacar tajada de algún guiso, pero aún así, escuchar a personas cercanas que creen (en algunos casos creían) en la Revolución hablar de manera pesimista y derrotista por todos esos errores internos, descorazona y desanima a cualquiera.
Y entonces ocurre algo de lo que no me siento orgulloso y que sé que no está bien, pero qué quieren que les diga: soy humano. Uno enciende el televisor, sintoniza Globovisión y después de sólo diez minutos de información sesgada, manipulación, falta de escrúpulos, banda sonora histerizante y movimientos epilépticos de cámara, uno mágicamente olvida todo lo malo de este gobierno. Uno se da cuenta que ahora mismo, con una oposición mayoritariamente mediatizada e irracional, el único proyecto de país que merece la pena apoyar es este proceso. ¡Ojo! No a como dé lugar: apoyarlo desde la crítica, desde el debate, no repitiendo fórmulas mágicas de fidelidad ciega. Apoyarlo para cambiar lo malo, sin perder lo bueno.
Y como sé que apoyar a algo porque la otra alternativa es peor es una actitud mediocre, voy cambiando de canales, y cuando veo a las comunidades entusiasmadas por la voz y voto que adquirieron en estos años, cuando veo a personas humildes con un lenguaje y conciencia social y política casi imposible de encontrar en otras latitudes de Latinoamérica, cuando escucho en la calle a la gente hablando de Gramsci y no de Miss Venezuela, me doy cuenta de que recuperé del todo la Fe, y me voy a dormir feliz.
Feliz, pero consciente de que mañana hay que levantarse temprano y trabajar por la Venezuela que todos queremos. Todavía falta mucho por hacer.
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