Hay cosas que suceden en esa especie de país de nunca jamás en el que medra la oposición, que por más vueltas que le des, ineludiblemente uno termina pensando que están en otra dimensión. Algunos creen que son desmemoriados, no compa, concedérselo no explica su virulencia, audacia y criminalidad. El complejo de superioridad sí; dan por ciertas sus propias tramoyas y son sacerdotes irreductibles de Goebbels.
En ese mundo alucinante hay varias especies y cada una con su realismo mágico a cuestas. Todos coinciden en uno: sacar a Chávez a la brava, porque otra semejanza que los hermana es que ninguno tiene fines nobles, ni jugando. Los políticos opositores, por ejemplo, se creen que de llegar al poder lo administrarán soberanamente. No es que sean idiotas, es que por obtener sus migajas pagarían para que los compren. Ta`barato…
Los empresa-u-rios opositores, todos caimanes del mismo pozo, dedican sus vidas a destrozárselas a dentelladas a los trabajadores. Si estos luchan y reclaman sus derechos, los despiden, amenazan e incluso los asesinan. Si los gobiernos tratan de impedir sus groseras ganancias, apelan al chantaje y de no ser susceptibles a eso, al golpe. Se sienten herederos de antiguos piratas con patente de corso pretendiendo estar por encima de las leyes de la república. Es así como queman la constitución, botan sus productos para presionar aumentos aduciendo costos inexistentes, financian y promueven guarimbas y atacan con furia las Misiones. Si todo falla, apelan al diálogo para exigir prebendas y condiciones, nunca para expiar culpas o redimirse.
Conforman una elite que piensa que el país se viene abajo sin ellos. Claro, cuando ocurren terremotos sociales, cuando los oprimidos se levantan, entonces crujen las superestructuras, se agrietan los falansterios de su Pandemonio y pregonan que todo se cae a pedazos. El imperio de la mentira se reciente ante la verdad popular. Por entre las grietas de sus fortalezas de odio, se cuela el verbo de cambio profundo, el nuevo sistema que acrisola al hombre y la mujer nuevos, cuyos hijos serán herederos de la Patria Socialista. Entonces ¿Cómo no se van a “batir contra el piso”? Sencillamente están en remojo sus barbas neoliberales, sus días de explotadores están contados.
Se han valido de todas las tretas escondidas en sus alforjas de bandidos. Esa otra especie opositora rastrera que los acompaña en su indignidad, la mediática, elogia y propaga sus desmanes para venderlos como virtudes, ansiosa de lamer las sobras de un hipotético reparto de iniquidades, para promover un estilo de vida artificial, etéreo y alienante.
Desde el pequeño burgués amaestrado hasta el estafador de más rancio abolengo, se presuponen ejemplos a emular pero en realidad son trashumantes de anti valores, mañas y vericuetos inmorales. Suelen cobrar sus pérdidas con sangre popular, se acostumbraron a comerciar sus arbitrariedades incluso en las instituciones de la justicia, acudían a oficinas ministeriales como a un tour por lupanares, cuando no eran los manejadores directos de sus propios corifeos trocados en zamuros cuidadores del erario.
Irónicamente, toda la jauría presiente para sí, algo que uno de sus artificiosos gurúes, Francis Fukuyama, vaticinó para la humanidad: El fin de la historia. La realidad afilada como la espada del Padre Libertador, es que el final del neoliberalismo está cerca. De allí su furia, de allí la espiral de violencia con la cual amenazan al Planeta.
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