Desde tiempos inmemoriales, tanto caducos monarcas como neomantuanos de pacotilla han vivido en una especie de limbo teatral. De hecho, su risible comportamiento entusiasmó a comediantes y grandes dramaturgos en la antigua Grecia. De sus muecas y gestos al hablar o actuar creó Menandro una característica tipología humana para recrear grandes obras (tragedias, comedias, melodramas, tragicomedias, sainetes, zarzuelas –aunque la gente de linaje y pedigrí confunde entremés con fiesta de Halloweed (?). Con los años, la literatura culta y de postín produjo poemas narrativos, crónicas noveladas y relatos periodísticos, cuyos protagonistas han sido casi siempre extraños individuos de precaria moral o fanfarrones de arrogancia petulante. El arte escénico mostró a su vez, en cine, video y TV, a fantoches de encrespada alcurnia pues esa gentuza de linaje y pedigrí –por su propensión al ridículo– despierta una inevitable burla.
La clase alta –cuya inmoralidad raya en la bajeza– siempre ha necesitado vivir en parafernalias palaciegas, escenario cuchi propicio para que cualquier personajillo de sangre azul haga el papel de bufón descarriado. Porque para la alta sociedad el bufón risible es un manjar imprescindible, una especie de monigote viviente que les sirve para drenar las arrecheras cortesanas...
Es que para la gran sociedad el monigote resulta alucinante –no importa que el bufón se convierta en Hitlerito e incite al crimen y a la destrucción…
Para existir requieren de costosa y recargada escenografía, acorde con su “categoría”, pues la mayoría sufre el síndrome del vacío interior (en el fondo padecen un genético complejo de inferioridad que por ADN le atribuyen a su condición minoritaria) y se creen reyes, príncipes, duques, condes. Por eso, para drenar esta complejidad psíquica, a veces recurren al vestuario manierista y al decorado rococó (el decoro no encaja en la ética de estas estéticas)… Esto explica que buena parte de los aristócratas oligarcas monten su sainete en espacios múdicos cuya escenografía les facilita desdoblarse –así, cada cual diseña su máscara. Es la comedia de los antifaces, donde los títeres ceden el teatrino para que se luzcan las marionetas. Todo un espectáculo…
Lo más raro y extravagante de tan burdo montaje es que en el proscenio –bien oculto en su disfraz de ventrílocuo fronterizo– está el director de la zarzuela que mueve los hilos titerescos a control remoto. ¿Adivinan de qué fantoche hablo? Pues sí, aunque no lo crean… Porque el verdadero ídolo de la oposición aristocrática es otro monigote (en los archivos de la tragedia mundial le han asignado el número 82) pero ostenta el apodo de expresidente narcoparaco… (no queríamos desenmascarlo tan rápido para mantener el suspenso). Sin embargo, como lo evidente no se adivina, informemos de una vez que el susodicho narcoparaco 82 tampoco es el autor del libreto que aquí repiten los títeres de Washington…
Lo cierto del sainete es que Uribe (narcoparaco 82) es el ídolo de la alta sociedad opositora, de los dirigentes de la parlanchina MUD que en su pésima actuación teatresca llaman cotorra a su perorata y mienten lúdicamente… Por eso, la plebe opositora no entiende que míster narcoparaco 82 (mejor conocido como Uribe Vélez primo de Pablo Escobar Gaviria) sea tan frecuentemente visitado en su trono personal –no olvidemos que este reyezuelo santurrón sigue alucinando a sus vasallos en el laboratorio narcoparaco que los yanquis instalaron en el palacio de Narquiño…
Por cierto que a este personajillo número 82 de la rancia ultraderecha mundial se le cayó la máscara, pues su primo Pablo Escobar Gaviria ya le había asignado el papel de gerente internacional de la cocaína, negocio que hoy administra el sionismo yanqui para financiar la contrarrevolución en América Latina.
Pero, como la verdad no admite farsas ni malas imitaciones, es necesario repetir que el melodrama de la MUD no lo escribió Uribe 82. Lo cierto es que Obama, el monigote de la casa blanca, le envió un email al gran bufón del pentágono -narco Uribe 82- quien, como experto ventrílocuo, se lo trasmitió a Terroroski para convertirlo en su monigote personal, porque Caprichín no sólo repite al caletre el libreto uribista, sino que poco a poco “emula” los gestos alucinados y las muecas de su jefe narcofantoche…
¿Cómo se llama la obra?
No sé, responden los del trío PeJótico: Obama la titula "Neroncito quema a Roma". Nosotros, los encargados de la tramoya manejamos la utilería y la tramoya. De momento seguimos las instrucciones al pie de la letra, porque el director del circo MUD -Uribe 82- mueve los hilos a control remoto y el bufón flaquito sigue en soliloquio, drenando su berrinche…
Escritor surmerideño.