Estamos en presencia de varios delitos sin delincuentes. Algo muy raro, pero es la realidad que se vive en nuestra patria. Parece el reino de la impunidad. Hoy los que están al margen de la ley, de la legalidad, de la norma transitan con asombrosa tranquilidad por todo el país y fuera de él. Y por si fuera poco ocupan altos cargos en la estructura del Estado.
Se escudan en fueros e inmunidad para saltar la ley. Cometen delitos atroces pero no hay sanción de ningún tipo. Carecen de ética y moral. Y hasta se atreven a desafiar a la sociedad.
Esos personajes (si es que así se les puede calificar) no son políticos en el mejor sentido de la palabra, no son subversivos, tampoco disidentes, son, simplemente terroristas, delincuentes amparados no se sabe por quién o quiénes.
Desconocen la Constitución de la República (que ya es bastante decir), ignoran los poderes del Estado, respaldan actos terroristas como las llamadas guarimbas, apoyan a figuras que llaman a la violencia y al asesinato, encubren a estafadores a quienes eufemísticamente llaman “perseguidos políticos”.
Y lo más notable del delito cometido es que sirven a intereses extranjeros contra la patria, son apátridas que solicitan que el imperialismo invada la nación.
Durante años se enriquecieron ilícitamente, causan daño al pueblo con la escasez y acaparamiento de alimentos, lo que trae como consecuencia la inflación inducida.
En definitiva, están al margen de la ley, son delincuentes y planean sus fechorías dentro de un Palacio que les sirve de guarida. Pero la justicia los ignora. Están en desacato pero actúan contra la sociedad.
Todos estos delincuentes tienen una gama de respaldos: opositores y hasta algunos que se autocalifican de “revolucionarios”, quienes les hacen el juego al colocarse de su lado sin denunciar el fraude, la gran estafa cometida contra el pueblo y sus instituciones.
¿Hasta cuándo?
