El chavismo descontento se debate entre la lealtad al llamado de Chávez de apoyar a Nicolás Maduro, el retiro silencioso a sus cuarteles de invierno, pasar a formar parte de la MUD, presionar para que se corrijan los errores de la política económica, o romper filas para formar un nuevo sujeto sociopolítico que impulse el RR en el primer trimestre de 2017. De cara a las elecciones regionales, la gestión gubernamental pesa mucho sobre cualquier candidato oficialista, cuyos seguidores acusan a Nicolás Maduro de haber dilapidado el capital político que Chávez le legó. Revocado el mandato presidencial, le tocaría al neooficialismo derivado enderezar el rumbo de la economía para tratar de preservar el mayor número de gobernaciones y alcaldías, y así presentarse en las presidenciales de 2018 con alguna opción de triunfo.
En la administración central están los seguidores incondicionales de Maduro, clientela política enchufada en los ministerios, institutos autónomos y demás entes del poder central. Pero en las gobernaciones y alcaldías se responsabiliza a la pésima gestión presidencial de la debacle electoral en las parlamentarias del 6-D y de la inminente derrota que sufrirán los candidatos chavistas en las elecciones regionales y municipales. La confrontación entre las tendencias gobierneras y críticas del chavismo se agrava a medida que cada uno ve al otro como un enemigo irreconciliable, cuyo único interés es la pugna por cuotas de poder. Y esta confrontación empeora la parálisis de un gobierno que no pudo sostener los avances logrados en la lucha contra el desempleo, la pobreza y la exclusión social.
La mayoría de los dirigentes del oficialismo son figuras recicladas, desgastadas y desprestigiadas que el país percibe como corresponsables de los graves problemas económicos, sociales y de inseguridad que afectan a la población. La nomenklatura oficialista se niega a la renovación del liderazgo chavista y acusa a los críticos de infiltrados, traidores y saltatalanquera. Los burócratas se aferran a los cargos siendo incapaces de ejercerlos en beneficio del interés nacional. Al contrario, medran de los incentivos perversos de una política económica plagada de errores que, de no corregirse, terminarán hundiendo al chavismo.
La procesión va por dentro, y de no reagruparse estas tendencias críticas dentro del GPP/Psuv, se profundizará la fragmentación y desintegración del chavismo como opción de poder. De allí que la esperanza de vida del chavismo crítico dependa de la capacidad para renovar sus liderazgos y desmarcarse de un gobierno que llevó al país con las reservas de petróleo más grandes del mundo al borde de una crisis humanitaria.
Estas contradicciones en el GPP/Psuv han dado origen a una nueva Oposición de Izquierda que está cada vez más lejos del gobierno de Nicolás Maduro, pero que no se plantea acumular fuerzas para ser un factor importante dentro de la MUD. Se trata de un nuevo sujeto sociopolítico que quiere brillar con luz propia, pero que corre el riesgo de quedarse a mitad de camino si solo le habla al chavismo descontento sin entender la creciente desilusión que también hay entre los seguidores de la MUD.
Es exactamente lo mismo que le pasa al liderazgo de la MUD, que no logra armar un proyecto nacional que también interprete y convoque al chavismo descontento. En las mesas de diálogo los partidos de la MUD hablan de defender el interés nacional, pero priorizan su interés particular y exigen primero la liberación de sus presos políticos para poder avanzar. No están a la altura del clamor nacional que pide a gritos resolver la terrible escasez de alimentos y medicinas que atormenta a los hogares venezolanos. Y así, ni los unos ni los otros podrán consolidar el enorme descontento social en una fuerza transformadora, capaz de crear la nueva correlación de fuerzas que saque al país de la crisis.