Basta de las cantinfladas de Rosales

Sólo el excelente humor del que goza el pueblo zuliano hace posible que en esas tierras pueda existir un personaje tan pintoresco como Manuel Rosales.

Rosales, figura digna y representativa de la fauna política venezolana, ha logrado hacerse famoso en el territorio nacional por sus frases cantinfléricas, que le han hecho merecedor del remoquete “filósofo del Zulia”. Y es que la actitud asumida por Rosales ante las cámaras de televisión, con drama en su rostro y un aire de libre pensador, lo han llevado a pronunciar frases que, en vuelta de poco tiempo, pasarán a formar parte del refranero popular venezolano.

Este seudo político que llegó a estar ocho años en la gobernación de un estado, superó con creces el récord guinnes de frases estúpidas, el cual ostentaba otro criollo, el gocho Carlos Andrés Pérez, autor material e intelectual de “autosuicidio”, “ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”, “manos a la obra”.

Pero Rosales rompió los paradigmas. Su otrora maestro adeco quedó en pañales con frases como “si me matan y me muero”, “los cantos de ballenas”, “la isla rodeada de agua por todas partes” y, la frase que lo catapultó hacia la gloria: “no se le pueden pedir peras al horno”.

Lo más paradójico de esta situación, es que a Rosales lo llamaban “el maestro”, porque según, era profesor en una escuela en su natal Santa Bárbara del Zulia.

Quienes fueron sus alumnos han tenido la inmensa necesidad de emularlo, diciendo burradas, para ver si así pueden ser dueños de fincas y unas vaquitas, como lo es el “maestro” Rosales.

¿Será que ser bruto rinde tan altos dividendos? o tal vez se trata de un envidiable e insólito caso de pago de retroactivo para “el maestro” del Ministerio de Educación, que le permitió invertir en unas tierritas.

O será que la patente de sus vacuas frases le han generado grandes ingresos por derecho de autor? Como el caso del “por qué no te callas” que dio pie para que unos pocos hicieran dinero editando videos, grabando franelas y gorras.

No obstante, Manuel Rosales toma muy en serio su papel de bruto y a cada momento se desvive por demostrarlo. Ya no le importa el dinero, pues al parecer le sobra para criar a sus ocho hijos, su mujer y unos cuantos familiares. No. Lo de Rosales es ya una cuestión de status.

No es fácil llegar a la gloria... a acaparar grandes titulares en los medios de comunicación, a estar “de moda”, siendo hijo de nadie y diciendo estupideces.

Porque debemos recordar que si hay otros casos, pero en ellos, el apellido ha prevalecido. Por ejemplo Claudio, el hijo mongólico de la familia Nazoa; o Miguel Enrique, de la dinastía intelectual Otero, aunque él llegó tarde a la repartición de neuronas.

Ellos, Claudio y Miguel Enrique, por citar dos a la mano, pueden darse el lujo de llevar apellidos ostentosos y aprovecharse de sus defectos personales para conseguir cuñas como las de “cooomannn hueeeevooosss” en el primero de los citados.

En cambio Rosales no, él es de un origen tan humilde y sin abolengo que tuvo que forjarse su fama por sí solo. Sin ayuda de grandes apellidos y ser él quien deje el legado.

Manuel es tan pintoresco que comenzó siendo prefecto de Maracaibo, luego alcalde de la ciudad y gobernador. Ahora va para atrás, ahora aspira a ser alcalde de nuevo y tal vez prefecto en la próxima vez.

Además su fama ya no le permite comprar sus trajes en el CC Chinita, o en Costa Verde. Ahora compra en el Sambil o en Nueva York y Washingtong DC, donde se la pasa atendiendo instrucciones de la Casa Blanca.

Sin embargo, toda moda pasa, todo artista tiene su ocaso y a todo filósofo le llega su 23N.

Como decíamos en el principio de esta reflexión, sólo el excelente humor del pueblo zuliano ha permitido que un parásito como Rosales tenga poder efímero.

Aunque para estos casos serios de gobierno, la conciencia prevalece por encima de cualquier chistesito de mal gusto...por eso, sólo el pueblo salva al pueblo.

luisveramarquez@cantv.net


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