La pérfida oposición al mercado de Chacao


 Me es muy difícil contestar reposadamente al insulto, y en este caso tengo que hacerlo. Si se tratara sólo de mí, y dado lo poco flemático de mi carácter, devolvería la agresión verbal con una andanada de igual o de mayor calibre. Pero tengo que asumir que es el Instituto del Patrimonio Cultural el agredido por el arquitecto Oscar Tenreiro, y yo, como su presidente, debo responder.

 

Para dejar las cosas claras (eso que llaman contextualizar), es bueno comenzar por decir que el arquitecto Tenreiro sabía muy bien a quién se dirigía cuando lanzó sus ofensas. Durante muchos años estuvimos vinculados por nuestro trabajo docente en la Universidad Central. Y esta relación no se limitó al abreviado saludo que se hace con la vista fija en las lucecitas del ascensor. Compartimos muchas cosas durante esos años: el interés por la arquitectura, la docencia y la política, mi marxismo y su cristianismo siempre supieron encontrar coincidencias inteligentes.

 

Con Chávez esto cesó. Un día dijo, en desacertada metáfora, que él estaba en la acera de enfrente de la revolución bolivariana. Y no hay amistad que valga. Tanto así que ahora, el arquitecto Tenreiro, en un artículo que acaba de publicar con la pretensión de ensalzar las virtudes del nuevo mercado de Chacao, se refiere a mí (aunque sin mencionarme), con profundo desprecio, endosándome una larga lista de adjetivos: funcionarillo, personaje menor, inepto, amargado, obstruccionista, intrigante y estúpido. No es poca cosa.

 

Toda esta agresión la construye sobre la conjetura de que yo monté una operación de saboteo a la construcción de ese nuevo mercado, colocando como elemento fundamental de tal pérfida acción, una risible declaratoria de patrimonio nacional, sacada de la manga para defender unos tarantines de techos de lata.

 

Conozco de sobra las pasiones del arquitecto Tenreiro. Ellas van más allá de la arquitectura, le hacen suponer con demasiada frecuencia que es poseedor ancho y eterno de la verdad. No me olvido de su requerimiento compulsivo, cuando fui ingeniero municipal de Caracas, de que yo debía autorizar sólo los edificios de buena arquitectura, aún cuando ellos violaran las ordenanzas, y rechazar los de mala arquitectura aún estando dentro de las normas. Mi respuesta no le agradó, seguramente pensó que yo era un estúpido cuando le pregunté no por el cartabón estético a utilizar sino por los sustentos éticos y jurídicos que pudiera orientar a un funcionario público en tan personalísima gestión.

 

Con esa misma apabullante subjetividad asume hoy que mi envidia por los que hacen arquitectura fue la que me llevó a tratar de bloquear esa construcción. Supone él que los que escogimos el camino de la revolución lo hicimos por incapacidades ante tareas más gloriosas. Le debe sonar como un pobre alegato defensivo que a mí lo que siempre me interesó de la arquitectura fue la manera como ella le sirve a la gente. Tal vez por esto último pienso que la arquitectura del mercado de Chacao, mandó al diablo la tradicional horizontalidad que, como continuidad de la calle, penetra los mercados populares, para fragmentarlo en la verticalidad que establece la renta del suelo. Pero eso son especulaciones también personalísimas.

 

La verdad de todo esto es que al Instituto le tiene sin cuidado la ejecución o no de esa obra, ni siquiera se ha opuesto a la demolición de la vieja estructura existente, pues lo que nosotros declaramos patrimonio nacional fue la actividad que en ese lugar se ha venido realizando, es decir, declaramos patrimonio no un inmueble sino una tradición, y así consta en el libro del patrimonio cultural del municipio Chacao que publicamos, óigase bien, hace MÁS DE TRES AÑOS, como parte de un esfuerzo por registrar y dar a conocer todo lo que las comunidades, en cualquier caserío de nuestros campos y en cualquier barrio de nuestras ciudades, consideran significativo de sus expresiones culturales. Tal esfuerzo ha producido ochenta y cuatro mil registros de bienes culturales en todo el país que están siendo publicados por municipios, ciento sesenta libros hasta ahora. Una épica tarea de registro y un enorme y hermoso esfuerzo editorial.

 

Sólo un enfermizo antichavismo sustentado en el desprecio profundo por los que están con este gobierno, puede hacer suponer que este gigantesco proyecto nacional tiene el malévolo objetivo de evitar la construcción de no sé qué edificio que algún arquitecto pueda considerar el ombligo de la ciudad. Nuestra actuación en este caso ha estado dirigida a notificarle a la alcaldía que no puede impedir el funcionamiento del viejo mercado, que ha estado allí durante más de sesenta años, mientras sus concesionarios, o parte de ellos, estén dispuestos a darle continuidad a la tradición. Si fuera al contrario y todos desearan trasladarse al nuevo edificio (no sé por qué no lo hacen teniendo tanta virtudes), no hay ningún problema, se acabó el asunto de la declaratoria.

 

Imagino que estas cosas de la participación colectiva le deben parecer al arquitecto Tenreiro un odioso populismo que sólo sirve para captar ingenuos e ignorantes al tiempo de obstaculizar el accionar de los que tienen dominio del arte. Pero no veo por qué, esos que tienen tal dominio, no puedan hacer su labor respetando un lugar, unas maneras y una tipología que tienen valor histórico. Eso es lo que en definitiva defienden las declaratorias patrimoniales que emite el IPC. Tal vez pueda ayudar a que el arquitecto Tenreiro no considere tan odioso ese populismo chavista, de declarar cualquier basura como patrimonio nacional, el anunciarle que él mismo ha sido incluido en el libro del municipio Libertador que acabamos de publicar en cinco tomos.



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José Manuel Rodríguez


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