José Vicente Rangel ha puesto el dedo en la llaga al insistir en la urgencia del diálogo político entre gobierno y oposición y al plantear la necesidad de tender puentes, lo cual no implica que ningún sector renuncie a sus puntos de vista ni a sus convicciones ideológicas.
Existe una realidad concreta, tal y como la dibuja Rangel. “El chavismo es mayoría y la oposición es una fuerza importante. Un 54,86 por ciento rojo rojito es contundente, y un 45, 13 por ciento de la oposición también lo es”. Y esa realidad obliga en consecuencia a preguntarnos si dos bloques con tal nivel de polarización, con fuerzas que cuentan con un apreciable respaldo popular van a persistir en tensar la cuerda, en apostar a la confrontación perenne sin dar una oportunidad a ensayar iniciativas que permitan darle respuesta a problemas que por igual agobian al ciudadano.
El dilema, tal y como lo asevera Rangel, es claro. O apelamos a la política con P mayúscula o seguimos tensando la cuerda para “asumir como destino matarnos, tarde o temprano los unos a los otros”. Es cuestión de elección. Y es válido recordar lo que alguien dijo en una oportunidad con respecto al sangriento proceso político que vivió Guatemala. “No es lo mismo dialogar antes de cien mil muertos que después de cien mil muertos”.
También coincido con Rangel en que la absoluta mayoría del pueblo venezolano no apuesta a la confrontación irracional y, por el contrario espera que cesen el sectarismo de lado y lado y la promoción del odio. De otra manera es imposible que nos concentremos en solucionar graves problemas que requieren del concurso de todos y todas. Por ejemplo, la inseguridad. Ese es un asunto que nos agobia por igual, y que nos está derrotando porque la sociedad en su conjunto, comenzando por los distintos niveles de gobierno, no ha sabido actuar de manera integrada y con herramientas contundentes.
Ahora bien, el diálogo debe tener propósitos, que no estén asociados, como lo dice José Vicente, a pactos para echar atrás cambios que han favorecido a las mayorías e incluso a sectores sociales que han votado tradicionalmente contra el presidente Hugo Chávez. El principal objetivo sería, en mi óptica, restablecer la comunicación, que parece poco pero es mucho, porque contribuye a alejar agendas no pacíficas, e incluso a que algunas iniciativas del gobierno para enfrentar los diversos problemas del país puedan contar con respaldo más allá de las propias fuerzas políticas y sociales que sirven de piso político al Presidente.
Sabemos que el diálogo tiene sus detractores en ambos sectores pero a la vez una silenciosa mayoría lo reclama. La agenda, incluso, es lo de menos. La ruta que los venezolanos y las venezolanas hemos escogido es la democrática. Le corresponde al Presidente dar un paso en la dirección de que gobierno y oposición se sienten a dialogar, sin otra condición que no sea el respeto y reconocimiento mutuos. Un gesto en ese sentido no lo debilitaría, como creen algunos. Por el contrario, le permitiría restablecer la comunicación con importantes sectores que no lo acompañan, y acercarse en concreto a la clase media.
Incluso, creo que el presidente Chávez debe dialogar también con sectores y partidos que lo apoyan, los cuales tienen numerosos planteamientos , críticas y propuestas , y carecen de espacios adecuados para exponerlos . Si creemos en el diálogo entre adversarios sería un sin sentido ignorar el reclamo de los aliados .
Y a la oposición le corresponde también poner de su parte, y reconocer, por ejemplo, que el Presidente es depositario de la fe y esperanza de millones de venezolanos que lo han acompañado, y que tienen motivos tan respetables para apoyarlo como los que esgrimen quienes se le oponen.
Hablemos, que algo queda.