La familia del Dr. Rafael Caldera declinó discretamente las honras fúnebres protocolares que le correspondían como ex Presidente de la República. Acertada decisión para que el difunto se marchara en paz sin los gritos de la controversia y los empujones de la discordia. Así Caldera se desvanecía como Luis Herrera, protegido de la crítica por la neblina del olvido, olvidado y perdonado el asesino engominado.
¿HABLÓ?
El gesto era hipócrita, porque sus familiares y amigos pretendían demostrar a los escuálidos que su difunto no tenía “la culpa de todo” por haber sobreseído a los militares del levantamiento del 4 de Febrero 1992, entre ellos a Chávez, y que no había traicionado a los ricos que servía. Y los buitres de la derecha, ávidos de sombra, sedientos de dolor y sin escrúpulos con sus muertos, le inventaron al ex Presidente una declaración post-mortem con el título “Caldera criticó la gestión de Chávez antes de fallecer” (Noticias 24). Según esa nota de prensa, Caldera consideró (“antes de fallecer”) que era “necesario retomar la lucha para sacar a la República del triste estado en que la ha sumido una autocracia ineficiente” (y que era) “preciso detener el retroceso político que sufrimos y poner remedio a la disgregación social”. Frases que, de ser suyas, se refieren al gobierno de Carlos Andrés Pérez y no a la Revolución. Porque Rafael Caldera era soberbio, arrogante, jesuítico, cizañero, perverso, avieso, malicioso, astuto y frío, pero no imbécil. Lo mismo ocurre con la frase: “En América Latina se ha usado y abusado el término ‘revolución’ hasta el punto que los pueblos se van tornando escépticos ante su reiterada invocación”, que sólo tenía sentido antes de la Bolivariana que trajo el fin del escepticismo y de la indiferencia.
CUERPO PRESENTE
No sin antes recomendar el excelente y moderado artículo de José Sant Roz, “La verdadera historia de Rafael Caldera, un hombre muy triste y falso” (Aporrea, 19/Abril/07) debo contar que el siempre alumno jesuita (nacido en 1916) formó parte de la “Generación del 28”, la pequeña “élite” política (de derecha o de izquierda) que se formó e apareció a finales de la dictadura de Juan Vicente Gómez (1857-1935) como fundadora de los partidos políticos de masa en Venezuela.
Caldera nació pobre en Yaracuy. Según Sant Roz “…viene siendo hermano de Rafael Heredia Peña (llamado Chicho Heredia, hijo legítimo de doctor Manuel Heredia Alas con doña Amalia Peña); también hermano de Trino Melián (quien fuera Secretario General del Partido Comunista) y de Trina Melián (madre de Rafael Simón Jiménez), pero es recogido y criado por los ricos, a la defensa política de los cuales consagra su talento y sus esperanzas de ascender en sociedad. Aprovecha el anticomunismo y el miedo al pueblo que atenaza a la alta sociedad después de la muerte de Gómez, copia estilos del fascismo italiano y la Falange Española (destruye imprentas y apalea periodistas) y, después de una década de amores no correspondidos con la dictadura pérezjimenista, Caldera representa a la derecha en el pacto anticomunista celebrado en su quinta “Punto Fijo”, donde se diseñó la democracia con elecciones pero sin pueblo que duró 40 tristes y falsos años.
ALMA AUSENTE
Antes de ser Presidente y cometer sus propios delitos, Caldera cohonestó o encubrió los de Betancourt y Leoni. Como buen inquisidor supo, además, comprometer la gratitud de algunos de sus rivales políticos: sacaba de la UCV, escondidos en su carro, a los líderes universitarios adecos buscados por la Seguridad Nacional y, siendo Presidente, dio a la Digepol órdenes, expresas y específicas de no asesinar a Moisés Moleiro (sólo a Moisés Moleiro) cuando lo capturaron en aquellos días en que se ejecutaba a quienes rechazaban la política de “Pacificación”. Hay quien sostiene que Moisés fue perdonado gracias a que su padre, el gran músico Moisés Moleiro, le había dado clases particulares a la jovencita Alicia Pietri (luego “de” Caldera) con una paciencia pedagógica sólo comparable a la sordera musical de la niña.
El sobreseimiento de los militares involucrados en el levantamiento del 4 de Febrero 1992, corresponde a esa práctica hábil de tejer obligaciones. Una práctica que fracasó con Hugo Chávez, porque un verdadero revolucionario responde a la clemencia del enemigo demostrándole, apenas puede hacerlo, que cometió un error.
¿QUÉ PASA QUE NO PASA?
Cuenta la familia que en los últimos años Caldera, refiriéndose a la Revolución Bolivariana, solía decir: "no se preocupen que esto va a pasar”… Pero mientras pasa, en el velorio del engominado siniestro se juntó una gusanera, buena muestra de la fauna cadavérica de la oposición. Ignacio Arcaya, César Pérez Vivas, Mercedes Pulido, Eduardo Fernández, Carlos Canache Mata, Hermánn Escarrá, Laureano Márquez, Luis Ugalde, Gerardo Blyde y Octavio Lepage.
Decía Rilke “El tirano muere con una sonrisa porque sabe que la tiranía perdura” y, en efecto, allí estaba en el velorio Vladimir Villegas, untuoso gusano de ceremonias en su papel de “Espectro de la Navidad”. Imagino que en el rostro del cadáver de Caldera se habrá insinuado una sonrisa de satisfacción al ver cuan hondo ha calado en algunas almas la podredumbre del Imperio y de la Democracia Representativa.
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