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Hoy viernes (19-7-24), a las 9 de la mañana, salgo escotero a recorrer el centro de la ciudad de Mérida. Quiero darme un baño de sol, en estos días en los que la temperatura sobrepasa los 30 grados centígrados, algo nunca visto en este pueblo. Tomo la buseta del Sector F, la cojo precisamente frente a La Floresta, que en llegado yo a la parada llega ella. El transporte es maravilloso en esta ciudad, nadie espera más de diez minutos. La cojo en una antigua venta de periódicos (que ya no existe), porque el mundo ha ido cambiando, tanto que ni uno mismo ya se reconoce. Al entrar en la unidad, como lleva vidrios ahumados, me cuesta distinguir cómo va de pasajeros, y tambaleándome me voy al fondo, a la Cocina, el sitio ideal de los solitarios. Este es el transporte del pueblo, y allí vemos toda la gama de nuestros trotamundos: amas de casa, alegres amanecidos, músicos, niños que llevan a los colegios, estudiantes que llegan apiñados y bullangueros, bomberos con sus arneses al hombro, plomeros con sus herramientas, vendedores, abogados, secretarias, mecánicos; algunos con bultos, otros de carpetas bajo el brazo, cada cual con sus infaltables celulares, la mayoría adustos, imbuidos en sus pensamientos, en sus alegrías, tristezas o pasiones encaletadas. La unidad cruje, vuela, frena, gira y se empina en una pendiente que se prolonga hasta centro mismo de la ciudad. Va tronando pura música de despecho de los pueblos andinos: "…Escríbele a tu esposo que el plazo que le diste ha terminado… Dile, amor querido, que te dé el divorcio… Ya es hora de que nuestros sueños se cumplan, anda, ve dile que su plazo ha terminado, déjalo, te espero donde tú sabes…".
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Qué pensará los adustos pasajeros de la letra de esas canciones, a veces en son de merengue campesino. Veo a una muchacha hermosa muy bien acicalada, con chaleco crema, falda corta, fijamente concentrada en su celular, enviando y recibiendo mensajes. ¿Será que hay actos de graduación en la ciudad, de bachilleres o licenciados, que esta moza va tan bien arreglada, como si fuera a recibir un título? Ella, a alguien, sin duda, seguramente le dará una sorpresa, así como va, tan exquisitamente bien trajeada. Por todos lados apenas la vida empieza… y por todos lados también se termina. Cada cual lleva varias vidas, una es la memoria, otra es la ilusión o las fantasías y la más dura la realidad, con lo que contamos. Sin embargo, qué sublime son las divinidades rejuvenecidas, en permanente estado de ebullición, que mueven el mundo y lo ponen de veras a parir, a eso que se dice: "O corres o te encaramas".
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Me apeo en el Edificio Alba, y me acerco a una venta de máquinas de coser, donde dijo mi esposa que se encontraría. Son las 9:30 de la mañana. Veo que no está, que no ha llegado o que ya se fue. Entonces cojo hacia la Plaza Bolívar. La ciudad está muy movida y alegre. Faltan sólo nueve días para las elecciones presidenciales, y se percibe una cruda calma chicha, todo sereno, apacible. Hay en la Plaza unos bancos bajo un umbroso lugar cerca de la entrada a la Gobernación, estratégicamente ubicados, en los que uno puede entretenerse viendo a la gente pasar, con todos sus aparatajes de divinos agites, con sus pintas, sus parejas, sus animosas cargas de muchachos, otros ayudándose con bastones o llevando mascotas, vendedores de chucherías o sahumerios, cada cual esperando quizá vivir eternamente. Busco uno de esos bancos, pero son muy codiciados, todos está ocupados. Sentarse allí, qué espectáculo, qué teatro de la vida, que viaje o asalto al interior del mundo de los demás.
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Sigo subiendo y frente a la catedral veo dos chiringuitos, uno vendiendo tequeños (cinco por un dólar) y en el otro, una señora ofreciendo rapa’os de cola o parchita, "o mezclados, exquisitos" (a 20, 40 y 50 bolívares). En la esquina de la CANTV, encuentro al famoso yerbatero Carlos Julio Rodríguez Santos, con todo su arsenal de plantas medicinales. Al verme, me saluda con cariño y de inmediato me obsequia un ramillete de yerbas, con las debidas recetas para preparar bebedizos: unos buenos para la circulación, otros para la tensión arterial, para mejorar la audición, la vista, depurar los riñones, limpiar pulmones, para afinar la memoria, limpiar el hígado, intestinos y páncreas. Allí está la mejorana, el romero, la albahaca morada, la ruda, la ortiga, el orégano, la cola de caballo, la sábila, sidrón, … y sobre todo los consejos curativos de Carlos. Él me da una composición incluso para tener excelente audición, utilizando un poco de ruda... Se niega rotundamente Carlos, a aceptarme pago alguno, y me preocupa su salud porque le ha salido un bulto en el cuello que él mismo se ha estado curando, y me dice que le brotó poco después de vacunarse contra el Covid, porque eso, añade, le afectó la tiroides. ¿Y con qué te lo estás tratando?, abre la boca y me muestra un pedazo de cúrcuma que va masticando...
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Dejo a Carlos y me meto en la Casa Bosset para saludar al Chino. El Chino me da café y rememoramos unas locas aventuras cuando quisimos montar una televisora de señal abierta, que hubiera sido la única en todo el estado Mérida. El Chino se espanta de aquella audacia nuestra hecha por unos grandísimos pelabolas como nosotros: Ever, Héctor, Vicman, Roy, Amable... Hablamos de política y sobre algunas exposiciones que él tendrá que atender de nuestros santos artesanos, y en la cual quiero que anote a mi mujer. Me dirijo a saludar a Humberto en IMMECA, la Imprenta, y en el camino me consigo con Monsalve quien me refiere una larga historia sobre una demanda contra una constructora que estafó a un gentío, que ha corrido por tribunales y despachos de abogados, hasta llega a la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo de Justicia. En llegando a IMMECA me dicen que Humberto acaba de salir, que debe estar por ahí cerquita. Yo continuó recorriendo calles, mirando a la gente, recordando tantos sitios que han sido parte esencial de mi vida, que han dejado jirones de gloria y dólar desde hace cuarenta años.