Una fecha muy especial, importante, que compendia toda una vida, con sus años, meses, días a cuesta, siempre trabajando, y robándoles horas a esa actividad para lograr, a la vez, los necesarios, imprescindibles momentos de armonía familiar, del gozo impagable que nos ofrecen nuestros seres queridos, los de antes, los de ahora, los que se fueron.
Y Óscar, mi amigo, por suerte siempre tuvo muy presente esa condición, su familia, sus amigos, su entorno cercano.
Conocí a Óscar hace ya muchos años, cuando un día en el puerto de La Guayra, estaba con mi mejor amiga, Belkis Alarcón su novia en ese entonces, agitando al viento un gran pañuelo a modo de saludo, para mí que me encontraba sobre la nave, regresando de una estadía de varios años en Italia.
Desde ese momento, fue una amistad imprescindible en mi vida. Al casarse con mi amiga querida, también me uní con esa pareja que representaba historias de mi pasado, y a la vez, una bella historia que estaba aún por ser escrita.
Y los años pasaron, y ellos confirmaron que la historia de mi amistad con Óscar, y claro, con Belkis su esposa, no tenía sino flores que eran siempre regadas con dedicación, entrega, presencia, abrazos de dolor, pero también muchos de alegrías, de metas cumplidas juntos, de logros deseados, buscados, recibidos en conjunto, en fin, de sueños compartidos y realizados. Los que no pudieron ser, no fueron, se quedaron en nuestros deseos, en nuestras esperanzas, para tal vez, un día. Pero si no fueron, será porque no debían ser.
Personalmente, mi crecimiento académico fue en gran parte junto a ellos, siempre a su lado, si bien ellos médicos dedicados, yo bióloga, a través de la investigación científica logramos, Óscar y Belkis, yo a su lado, escalar otras metas, otros encuentros, otros éxitos. Lo más bonito de ello, dentro del máximo respeto, colaboración generosa, disponibilidad continua.
Fue Óscar Noya mi tutor putativo en el doctorado orientándome hacia el área de malaria, siempre buscando resolver las graves dolencias de los pacientes contagiados. Por el camino del inmenso Arnoldo Gabaldón quien logró la hazaña que no debe nunca olvidarse, de lograr prácticamente erradicar la malaria en Venezuela tan temprano como en los años cincuenta.
Óscar fue el heredero del Laboratorio de Malaria creado por el doctor Gabaldón, allá, detrás del Instituto Nacional de Higiene, pequeño, nada vistoso, no despampanante como sí otros cerca, sino escondido, hasta humilde, muchas veces ignorado desde el punto de vista financiero, pero cada día, en todos estos años, abierto, dispuesto al pobre, a los enfermos, al necesitado.
Pero Óscar no sólo se quedó dentro de un laboratorio haciendo investigación y atendiendo pacientes, pues como decía siempre Arnoldo Gabaldón, hay que salir de la oficina con el aire acondicionado y buscar la realidad allá afuera, la de los campos, la de los caseríos, la de los llanos, la que magistralmente describe Miguel Otero Silva en "Casas Muertas".
Óscar Noya, junto a mi querida amiga Belkis, ahora Directora del Instituto de Medicina Tropical de la UCV, fundaron en 1996, el Postgrado Nacional de Parasitología para formar a jóvenes en nuestras enfermedades tropicales. Una aspiración de grandes Maestros del área como Feliz Pifano, Arnoldo Gabaldón, Witremundo Torealba, José Vicente Scorza, de los cuales fueron sus destacados alumnos.
El postgrado en parasitología, año tras año, cursos tras cursos, viajes de campo largos, cansones, peligrosos cuando se trataba de estar en las minas de oro, en el estado Bolívar, Las Claritas, el Dorado, y atender a los mineros obcecados en la búsqueda del preciado elemento, viviendo en espacios protegidos apenas por bolsas negras desplegadas, esas que se utilizan para la basura, con techo de láminas, sobre la tierra directamente, y acostados en los chinchorros temblando con los claros síntomas del paludismo.
Fue el doctor Óscar Noya, con un pequeñísimo equipo, quien los atendía, diagnosticaba, medicaba. Como sigue haciendo aún, a pesar de estar jubilado, en una jubilación ficticia, pues la entrega es continua, incesante, valerosa. Y además de atender a los pacientes, las muestras biológicas obtenidas son para la investigación, para seguir trasmitiendo a los nuevos médicos, todo el conocimiento logrado en tantos años de carrera, desde que se graduaron los dos, Óscar y Belkis, un lejano ya 1975 en la UCV, y regresando luego al país, al obtener ambos un doctorado en la Universidad de New Orleans en Tulane.
Toda esta intensa actividad sigue en pie, cada vez más intensa, más necesaria para el país. Pero no sólo, los doctores Noya, mis entrañables amigos, escriben y publican sus hallazgos científicos en reconocidas revistas internacionales, pues, sabemos los investigadores, que lo que no se publica, no existe.
Siento un inmenso agradecimiento a Óscar, pues en mis momentos muy difíciles, frente a pérdidas insuperables, muy dolorosas, como la de mi madre y mi esposo, Óscar siempre estuvo ahí, dándoles la mano, asistiéndolos a ellos, pero también a mí, junto a Belkis, quien con fuerza suprema recogía mis piernas cuando yo me deslizaba hacia el piso, no soportando tanto dolor junto.
Apreciados lectores, esos son mis amigos, Óscar y Belkis Noya, inseparables aún en esta historia que quiero ofrecerles hoy, con inmenso amor por sus vidas, por su entrega al país, a Venezuela, pues aún, siendo hijo de republicano español, del digno Xoan Noya, que llegó un día desde Galicia, este país donde Óscar nació, recoge agradecido todo su esfuerzo, su sudor, su inmensa dedicación, y hoy, quiero rendirle homenaje y reconocimiento en estas líneas.
Como acostumbramos a decir los italianos, e hijos de italianos, "cento de questi giorni" querido amigo. ¡Salud a tu vida!