El millón de miliciano debe alcanzarse. No hay otra vuelta. Las guerras del presente y del futuro no son ni serán convencionales, sino asimétricas, atípicas, invisibles en su accionar, aparentmente sin ejércitos, soterradas debajo de la alfombra del discurso del oficial orden internacional. Todo empieza con que resultes inadecuado para el concierto de intereses económicos y transnacionales de la plutocracia mundial (EE.UU. y U.E.); luego sigue con la inculpación de que eres terrorista (Gadafi), narcotraficante (Maduro) o fabricante de armas de destrucción masiva (Hussein), quebrantador del progreso; después, con la tramoya de unos fáciles falsos positivos y la forja de una mayoritaria condena en organizaciones del orden internacional (ONU, OEA), pagadas por los mismos interesados (EE.UU. y la U.E.); y finaliza con la generación de una guerra y ejército invisibles (llamados de Cuarta Generación) para asesinatos selectivos, atentados, utilización de factorías político internas del país asediado para fines golpistas, desestabilización, entre otras maravillas, todo soportado en millonarios financiamientos a través de fundaciones-cortinas que velan por la "moral" y "ética" mundiales (USAID, NED, etc.). Ergo, la Milicia Bolivariana, con su millón de efectivos en filas, por su naturaleza de componente cívico-militar, presenta las mejores posibilidades estratégicas de acción para lo asimétrico, a diferencia de las fuerzas armadas nacionales, sumidas aún en el paradigma de lo convencional y frontal.
Con la milicia la guerra sería total, integral, con el pueblo mismo como mina logística, táctica y estratégica para el combate. El enemigo "invisible", por ejemplo, no lo será tanto si hay una inteligencia cívico-militar operativa en los cónclaves urbanos y rurales capaz de detectar formaciones seudosistémicas, como colectivos paramilitaristas o congregaciones políticas golpistas o contrarrevolucionarias; o movimientos o tráficos sospechosos; o indicios y pintas reales y virtuales (redes sociales). Con un millón de milicianos habría dos de ojos vigilantes desde cada grieta urbana o rural (poderosa y necesaria inteligencia cívico-militar). Esto para el caso de la fase de la guerra puramente conspirativa, desestabilizadora, solapada, aparentemente virtual; porque para el caso de la confrontación directa (¡la invasión, pues!) habría que decir que con un millón de milicianos habría un millón de grietas disparando desde la urbe o campo, con el agregado de contar con dos millones de pies estratégicamente plantados sobre un terreno vernáculamente conocido. Dígase en términos más efusivos: habría un millón de milicianos vomitando plomo desde grietas asimétricas. Súmese que el miliciano también podría asumir puestos frontales de combate, más convencionales, al lado de los efectivos de los otros componentes de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB).
En caso de la guerra que seguiría a una invasión, este conglomerado de saber castrense popular tributaría a los comandos de las FANB para acometer la defensa integral de la nación, vale decir guerra integral en tiempos de confrontaciones sin ejércitos visibles y regulares.
La contextura de país de Venezuela irremediablemente obliga a una condición nacional armada, y no hay que engañarse en esto con discursos floridos y progresistas, a veces hasta pendeja y poéticamente utópicos. Así lo obliga su situación geoestratégica y el aluvión de recursos naturales; así lo define su historia tremebundamente libertaria. En fin: así lo obliga, de facto, la confabulación interna y externa contra el país por causa de sus valores ideológicos y territoriales.