El hombre, entonces, después de ver a Milei y a Lacalle Pou, se fue a Washington a por Joe Biden, el presidente saliente de los EE. UU. Realiza una gira por los cuatro países duros en contra de Venezuela, a saber, Argentina, Uruguay, Panamá y República Dominicana, estos dos últimos aún pendientes por visitar para los días 8 y 9 del mes corriente, poco antes de su juramentación. Claro, mientras llegaba la hora de irse hasta Panamá, según su agenda buscadora de apoyo internacional, cazó un encuentro con el anciano de la Casa Blanca, actualmente tirando los corotos por la ventana antes de entregar el mando, suspendiendo ejecuciones de criminales condenados a muerte, exonerando a su hijo de los delitos, entregando condecoraciones a civiles excepcionales, entre otras baratijas.
Su plan original es que, de algún modo desconocido, con alguna idea surgida sobre la marcha, sus aliados lo coloquen sobre una isla, llanura o contexto donde puede tomar juramento con un acompañamiento que más o menos lo legitime ante el mundo, qué importa que no en Venezuela (total, Juan Guaidó no necesitó tanto para ser presidente). Especialmente con alguna idea que surja de República Dominica, esa isla estratégica en el mar, con tan bella base militar gringa en San Isidro, a dos horas y media de la costa de venezolana, y con tan atractivo perfil histórico de injerencia en Venezuela. Pero dicho plan impreciso, aunque plan al fin, podría con Biden retomar algún rumbo inesperado (¡es el presidente de los EE. UU.!), nunca se sabe, quién sabe si con la habilitación de algún buque de guerra que lo deje camino a La Guaira, Guyana o donde sea, próximo a Venezuela. Como se dijo, nunca se sabe con ese viejito loco en fase terminal, hasta más loco que él mismo, Edmundo González, presidente electo de Venezuela. Quizás hasta habilite un caza de esos F-22 Raptor, en un tiempo los mejores de mundo antes de que Rusia se inventara su Sukhoi S-70 de 6ª generación. En fin, lo que ese país recomiende, orden sería, y ojalá proponga, por ejemplo, que su toma de posesión se realice en el mar Caribe sobre la cubierta del portaaviones USS George Washington. ¡Impone más el temor que el respeto, y la fuerza más que la razón!
Para el caso que no surja nada extraordinario que cambie el esquema de su gira (como, en efecto, parece haber ocurrido, pues la reunión con Biden duró media hora apenas), él proseguiría con su busca de apoyo y de esperanzas con los demás países, ya se verá... Muy probablemente acepte el ofrecimiento de acompañamiento de los expresidentes latinoamericanos Vicente Fox, Andrés Pastrana y Jorge Quiroga, hasta ahora resteados y no rajados con su causa democrática. En todo caso, estarían siempre trabajando, él afuera y su vicepresidenta María Corina Machado adentro, preparándole el ambiente con millones de asistentes para su coronación. Mas repítase, nunca hay que descartar al locuaz Biden: él, Edmundo González, podría entrar a la fuerza a Venezuela acompañado con todos esos expresidentes bajo la seguridad y defensa de los EE. UU. ¡¿Quién contra él?!
Por ahí lo acusan de traidor, de retrógrado, de acabado, de marioneta, de improvisado, de asomado, de sacado de ultratumba… ¡Tantas cosas! Él ya ni lee. Pero hubo un escrito que lo perturbó y lo puso a pensar en su senectud y futuro político, de cara al fin de sus días. El escribidor lo enfiló en una serie de caducidades y simbologías de la inutilidad, retratándolo como una materia muerta. Biden ya no es nada y él se reúne con su expirante título de presidente de los EE. UU.; Juan Guaidó es un fantasma y él repite los pasos de su nadería existencial; su título de presidente electo está basado en una fraudulencia que todos saben y callan en solidaria complicidad; hasta se burló el desalmado de las naves gringas derrotadas por los rusos en Ucrania y de los poderosos portaaviones humillados por las lanchas iranoyemeníes en el Mar Rojo. Se burló, en conclusión, de su mundo de cosas conocidas y afectas, de su realidad, de sus códigos, como si él fuese signo y señal de una época que muere. Lo último que leyó le dejó un inexplicado sabor de angustia en su estremecido ego: «Por favor, dejen a Edmundo González tranquilo, “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”».