El planeta está siendo saqueado por las voraces transnacionales, a quienes sólo les importa seguir enterrando las palas de sus excavadoras para convertirlo todo en dinero y dejarnos un paisaje desolador: contaminación, miseria, guerras, dolor y extinción de la vida.
200 millones de seres humanos están desempleados en el mundo.
El mundo produce comida suficiente para alimentar a sus casi siete mil millones de habitantes, pero cada día mil millones de hombres, mujeres y niños se van a la cama con hambre, según la Federación Internacional de la Cruz Roja (FICR).
La posibilidad de seguir viviendo en este planeta cada día se reduce, las reservas de agua se contaminan, como el mismo aire que respiramos, la propiedad privada de un planeta que es de todas y todos lo convierte a diario en escombros por el insaciable y constante saqueo de sus “propietarios” para convertirlo todo en dinero. Los ríos mueren, las especies se acaban, el aire se envenena, las ciudades se saturan de más y más gente que no tiene como vivir. Los que aún pueden hacerlo se hacen cómplices para preservar sus cuotas de sobrevivencia, por ahora.
El último informe del Banco Mundial calcula que casi 1.200 millones de personas viven actualmente con una renta máxima de un dólar diario, lo que supone que cerca de la cuarta parte de la humanidad se encuentra en una situación de extrema pobreza, sin poder cubrir siquiera sus necesidades nutritivas. El mismo informe estima que, si pobreza es "tener hambre, carecer de cobijo y ropa, estar enfermo y no ser atendido, y ser iletrado y no recibir formación", el 46 por ciento de la población mundial padecería estas condiciones ya que 2.800 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios.
Solo un 3% de la población tiene más del 80% de la riqueza.
Si no cambiamos el sistema, este sistema capitalista nos dejará en el precipicio de la autodestrucción de nuestra vida y del planeta, así de sencillo.
Las guerras continúan siendo la máquina infernal para que los poderosos se apropien de lo que queda de reservas de energía, de agua, de metales y de alimento.
¿Podemos salvarnos?
Los gobiernos no se enfrentan a este destino de forma radical. Convivir con quien nos destruye ¿es la solución? ¿Cuánto tiempo nos queda?
La raza humana debe despertar y hacer algo, unirse para salvarse, detener este camino terrible que nos matará a todas y todos en pocos decenios.
La indignación debe ser un instrumento para la liberación y la salvación de la vida. Ya hemos visto como tiemblan los estados cuando tomamos las calles, pues entonces ¡comencemos a tomar el poder y las riendas de nuestros destinos como raza, como planeta, como vida!.