1814,1914 y 2014

Los comienzos de 1814 se presentaban llenos de nubarrones para las armas republicanas. El futuro presagiaba el peor desenlace para las fuerzas conducidas por Bolívar, Ribas, Mariño, Arismendi, entre otros. La razón de tan fatídicos augurios se debía a que ya para entonces se había desatado en el territorio venezolano la tan temida rebelión popular, la rebelión de las mal llamadas castas, la rebelión de los despreciados y explotados por los amos blancos, la gente del pueblo, constituida por esclavos, negros libres, mulatos, zambos e indios, que en medio del conflicto entre realistas y republicanos optó por hacer su propia guerra, la guerra por la igualdad, por la libertad y la justicia social, que era lo mismo decir, la guerra contra los blancos propietarios, los llamados mantuanos.

Y fue esa gente insurrecta la que cogió camino detrás de José Tomás Boves, el hombre que mejor representaba sus aspiraciones socioeconómicas. No lo seguían por que enarbolaba éste las banderas realistas, pues para tales hombres nada importaba un rey que residía del otro lado del océano y a quien no habían visto ni en retrato; lo seguían porque a su lado vivían por vez primera la tan ansiada experiencia de la libertad, y porque también podían hacerse justicia con sus propias manos, asaltando e incendiando las haciendas de los amos blancos, asesinando a sus dueños, así como violando y robando mujeres mantuanas. Leamos a continuación lo que a este respecto dice el jefe militar realista José Tomás Morales en carta dirigida a Pablo Morillo: “Boves tuvo la fortuna de penetrar los sentimientos de los llaneros, gente belicosa que es necesario saberla manejar. Comía y dormía con ellos. Tenía un no sé qué que le atraía su simpatía. Los dominaba con imperio. Llegó a mandar 19.000 hombres de los que podía presenta en una acción 12.000 (…) Boves fomentó la insurrección con el bando de Guayabal del primero de noviembre por el cual disponía el degüello de los blancos y el reparto de sus propiedades” (31 de julio de 1816).

Estos eran los hombres que integraban las tropas de la “Bovera” y que a comienzos de 1814, después de salir de la población de Calabozo conducidos por el terrible asturiano, marchaban con destino a Caracas, en cuyo trayecto iban provocando toda clase de destrozos en haciendas, pueblos y ciudades. El 8 de enero, en carta a Santiago Mariño, se refería Simón Bolívar al Taita de los llaneros insurrectos en los términos siguientes: “Boves, por la adhesión que los pueblos del Bajo Llano profesan a la tiranía, con la funesta derrota del coronel Aldao, ha podido aumentar su tropa hasta 3.000 o 4.000 hombres. Este es hoy día un enemigo terrible, obligándonos a dividir las fuerzas la multitud de facciones que están esparcidas en lo interior de la provincia”. No escaba al Libertador la difícil situación por la que pasaban las tropas defensoras de la república. Para ese momento el proyecto independentista no tenía aceptación popular, las mayorías nacionales no comprendían para nada esa idea de la patria y menos aun una patria gobernada por los Amos del Valle. Aquí radicaba la debilidad estructural del proyecto republicano del Libertador. Ya en el Manifiesto de Cartagena de fines de 1812 dejaba ver Bolívar las angustias y frustraciones que en su persona provocaba este desarraigo popular de la causa libertadora. En 1813, con ocasión del Decreto de Guerra a Muerte insiste en este problema. Y ahora en 1814, vivirá en toda su crudeza la guerra social que tal desarraigo provocaba en Venezuela. Lo que se avecinaba era el horror extremo. La guerra a muerte alcanzará niveles paroísticos. La sangre de venezolanos correrá a torrentes por los campos y ciudades. En carta de Bolívar escrita en Caracas durante el mes de mayo da cuenta de esta espantosa situación. Aquí dice: “terribles días estamos atravesando; la sangre corre a torrentes; han desaparecido los tres siglos de cultura, de ilustración y de industria; por todas partes aparecen ruinas de la naturaleza o de la guerra; parece que todos los males se han desencadenado sobre nuestros desgraciados pueblos”. Morirán en el transcurso de este año 1814 unos 200.000 venezolanos. Aquello fue una verdadera carnicería, tanto como para que un conocido historiador se atreviera a decir que “en Venezuela se derramó más sangre en aquel año que en toda la revolución Francesa. Ningún pueblo ha conocido una lucha de clase de esa magnitud”. (Juan Uslar Pietri. 1972: 101).

Sin duda, fueron realmente tormentosos para los venezolanos esos meses aurorales de 1814. Y trágicos serán los meses y años venideros, pues hasta junio de 1821, la guerra, con todo su signo funesto, será la actividad predominante en el territorio nacional. En tales condiciones a nadie se le ocurría augurar un feliz año nuevo para ningún compatriota. Estos buenos deseos tendrán que esperar mucho tiempo para ser pronunciado por algún compatriota.

Un siglo después, año 1914, un ambiente no menos terrorífico se enseñoreaba sobre los pueblos y ciudades de nuestro país. Esta vez el pánico era causado por el gobierno tiránico presidido por el hombre de la Mulera, el general Juan Vicente Gómez. Y si bien, el “benemérito” tenía cinco años rigiendo los destinos de la república, pues el golpe de Estado que lo encumbró a la silla de Miraflores ocurrió en diciembre de 1908, será a partir de 1914 cuando su gobierno adquiera un tinte particularmente tenebroso. Todo se explica porque el general Gómez aspiraba continuar ejerciendo la Primera Magistratura por mucho tiempo más, a pesar de que el período presidencial para el cual había sido electo, en junio de 1910, culminaba a mediados de 1914, de acuerdo con lo pautado por la Constitución venezolana aprobada en 1909. Necesitaba entonces, para concretar sus pretensiones continuistas, un pretexto que justificara la declaración de emergencia nacional, en cuya circunstancia la regla constitucional podía fácilmente ser echada a un lado. A favor suyo estaba la fracasada conspiración de 1913, organizada contra su gobierno por Román Delgado Chalbaud, hombre de confianza del bigotudo de la Mulera. A este respecto ocurrió que Román pensó que había llegado su hora de convertirse en el hombre más importante de Venezuela, pero en los planes del Bagre él no aparecía por ningún lado. Entonces fue cuando Román urdió la intentona, develada a tiempo por los esbirros de Gómez, en mayo de 1913, y a las mazmorras de la Rotunda fue a parar el osado Román, lugar donde estaría hasta 1927, cuando por indulto presidencial pudo salir de la tenebrosa ergástula gomecista.

Este hecho, más la parodia inventada por el régimen acerca de una supuesta invasión de Cipriano Castro a Venezuela por los lados de las costas falconianas, a fines del año 1913, dieron a Gómez pretextos suficientes para declararse en campaña militar con el fin de derrotar la supuesta rebelión, una rebelión de la cual no aparecía ningún general ni tampoco ningunas tropas. Sin embargo, Gómez se movió con su ejército por distintos lugares de Venezuela sin presentar nunca alguna batalla contra nadie. Para fines del año 1913 toma la ruta el general Gómez de regreso Caracas, adonde ingresa el día primero de enero de 1914. Aterrorizados los habitantes de la ciudad ven como unos seis mil efectivos del ejército toman las diferentes calles de la capital armados con máuser de repetición. Antes de esto, las noticias sobre los allanamientos, presos, torturados y asesinados corrían por doquier, generando el correspondiente desasosiego entre los pobladores de ciudades, pueblos y caseríos del país.

A lo largo de todos esos meses de rebeliones supuestas la represión, las torturas y los asesinatos fueron el pan de todos los días para los venezolanos. Cientos de compatriotas huyeron del país, mientras que otros tantos Ingresaron a las cárceles bajo la acusación de enemigos de la Causa. En general un ambiente de terror se apoderó del país y en tales condiciones nadie se opuso a la reforma constitucional auspiciada por el general Gómez con el fin de darle carácter legal al golpe de Estado perpetrado por él y sus secuaces. Así fue como finalmente, el 3 de mayo de 1915 los miembros de un Congreso de incondicionales gomecistas designa de nuevo al benemérito general para otro período presidencial.

Desde entonces, disminuidos en número y potencia los viejos caudillos militares provenientes del siglo XIX, con un ejército modernizado bajo su absoluto control, débiles aún las fuerzas opositoras de reciente origen, con el gobierno en manos de familiares e incondicionales suyos, el régimen dirigido por Gómez adquirió su faz más tenebrosa. Ya no hubo comedimiento para adoptar una forma de ejercicio gubernamental despótica. Los venezolanos tuvieron entonces que acostumbrarse a convivir con el terror, temerosos de sus propios vecinos, de una infidencia maliciosa, del ministro, del jefe civil, del capataz, de la Sagrada, de Juancho, de Tarazona, etc. Fueron tiempos muy duros los que vivieron desde ese fatídico año 1914 hasta diciembre de 1935 cuando finalmente la muerte del tirano por causas naturales los liberó de su régimen. Pero antes, mucho dolor y muchas muertes sufrieron las familias en nuestro país. A excepción de unos pocos privilegiados allegados al régimen, el resto de los venezolanos fueron víctimas del déspota y de sus esbirros, por lo que la mayoría de estos deseaba que llegara a su fin aquel tormentoso gobierno. De manera que la muerte de Gómez fue la mejor noticia recibida por ellos en muchísimos años, pero para que tal hecho ocurriera tuvieron que soportar dolores y sufrimiento a granel, sobre todo desde aquel infausto mes de enero de 1914.

¡Cuántas cosas han pasado desde entonces hasta hoy, enero de 2014! Sin duda que muchísimo ha cambiado el país, sobre todo desde esa bienaventurada fecha, diciembre de 1998, cuando arribó a Miraflores el comandante Hugo Chávez Frías, el bisnieto de la negra Inés y bisnieto también de Maisanta, el hijo del maestro Hugo y de la maestra Flor, el discípulo de Jacinto Pérez Arcay. A su gestión gubernamental, continuada en estos momentos por el presidente Nicolás Maduro, le debemos los venezolanos de ahora, las extraordinarias circunstancias económicas y políticas predominantes en nuestro país en estos días aurorales de 2014. Es por eso en verdad que los venezolanos de estos tiempos vivimos circunstancias afortunadas. Los mejores días en siglos son los que conoce nuestro país en estos momentos, desde que en nuestro territorio se instauró el sistema republicano. Y lo que se augura para los meses venideros es cada vez más promisorio. Las noticias son muy buenas en todos los sentidos. Tenemos un gobierno popular consolidado, con un respaldo inobjetable de la gran mayoría de los venezolanos, según lo vimos en las recientes elecciones de diciembre pasado; con un proyecto gubernamental, el Programa de la Patria, aprobado y respaldado por la ley y el pueblo, que se traducirá en obras materiales para beneficio del país en los años por venir; con un equipo gubernamental constituido por los mejores hombres y mujeres del país, jóvenes trabajadores sin par, gente con solvencia moral inobjetable, preparados intelectualmente en sus respectivos campos; y contamos además con un pueblo con madurez política, conocedor a fondo del proceso sociopolítico en juego en nuestro país. De manera que en estas circunstancias si es pertinente y oportuno, a diferencia de antes, desearles a los venezolanos un feliz año nuevo, pues sabemos que tal deseo no es mera retórica, no es frase hipócrita, ni locución sin fundamento. Es deseo que se cumplirá, pues existen condiciones materiales y espirituales en nuestro país para su concreción. Así entonces, compatriotas, que deseémonos un feliz y próspero año nuevo 2014 con la seguridad de que esta vez así será.

 



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Sigfrido Lanz Delgado


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