¿Emergentes o independientes?

Los tiempos cambian rápidamente. En los años ’80 y ’90, la norma fue el ajuste y la reestructuración regresiva del orden capitalista en nuestra región con privatizaciones, desregulaciones, orientación privilegiada a la mercantilización, a la iniciativa privada y al libre movimiento de capitales internacionales, entre ellos el fenómeno del endeudamiento.

Con el nuevo siglo vinieron tiempos de cambio político, sustentados en una enorme resistencia popular. Desde los no al ALCA, a la deuda y la militarización, a los sí de un programa de soberanía popular e integración alternativa en la primera década del siglo XXI, que en algunos casos incluía el horizonte anticapitalista y por el socialismo. Nos remitimos a noviembre de 2005 cuando se consolida el rechazo al tratado de libre comercio promovido por Estados Unidos en las agendas de debates de presidentes de las Américas y se comenzaba el camino de descrédito final a la OEA. Fueron las bases para la conformación de la Unasur, en 2008 y la Celac, en febrero del 2010.

Por esos años se modificaron las constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009) con importantes innovaciones en sus capítulos sobre el orden económico. Vale mencionar para esos tiempos históricos y en simultáneo, en 2007 estallaba la crisis de las hipotecas en Estados Unidos, y como parte del fenómeno, en 2008 se desplomaron grandes bancos de inversión y otras empresas de seguros asociadas al sistema financiero. Así se generalizó una crisis mundial del capitalismo con recesión en 2009, sin solución aún y que motiva a la búsqueda de rentabilidad de capitales demandando recursos naturales y fuerza de trabajo barata, situación que define a los países emergentes.

Bajo esa situación de crisis mundial se dieron las condiciones para el reclamo de una Nueva Arquitectura Financiera (NAF). Iniciativa que se desarrolló en dos sentidos. Por un lado, intentando modificar desde adentro el sistema surgido en 1944, lo que resultó imposible, con Estados Unidos y sus socios de la tríada conformada con Europa y Japón, indispuestos a menguar su hegemonía. Por otro, promoviendo una serie de iniciativas en la región, como el Banco del Sur, un fondo común de inversiones y de uso de reservas internacionales, la utilización de monedas locales para el intercambio e incluso la potencialidad de convergencia económica, todo en un marco de integración no subordinada y articulación productiva de Sudamérica.

Por ello, en diciembre del 2007, siete presidentes de la región sudamericana suscribían el acuerdo por el Banco del Sur y anunciaban que en tres meses estaría funcionando. Junto a la entidad financiera regional se apuntaba a un Fondo de inversiones, constituido por las importantes y crecientes reservas internacionales. El imaginario popular animaba estas propuestas con expectativas para consolidar fuentes de financiamiento para un modelo productivo y de desarrollo alternativo, que permita limitar la dependencia de inversiones externas o de los préstamos tradicionales del mercado financiero mundial para promover el programa de la soberanía alimentaria, energética o financiera.

Ese programa suponía el estímulo a la agricultura familiar y comunitaria contra la dominación de las transnacionales de la alimentación y la biotecnología, el derecho a la energía en armonía y defensa de los bienes comunes para una industrialización no dependiente; con promoción de investigaciones de ciencia y técnica asociando saberes específicos profesionales surgidos de la universidad pública con saberes populares. Se trataba de una propuesta a contramano del monocultivo y los transgénicos, la megaminería a cielo abierto y el régimen de armaduría industrial con dependencia del ingreso de insumos y maquinarias, condición de potenciación de la dependencia del ingreso de capitales foráneos, lo que define el carácter de emergentes para los países receptores de capital de riesgo o de préstamo.

Aquella imagen tiene el límite del orden capitalista y por eso, la realidad de esos anuncios de nueva institucionalidad financiera no se materializó. Aún son parte de las expectativas esperanzadas de un cambio económico que consolide los cambios políticos y avance en la perspectiva de otras relaciones económicas y sociales. Mientras, los países emergentes, los Brics, anuncian nuevos bancos y fondos de contingencia, a imagen y semejanza de los hegemónicos, muy discutidos por su papel en la consolidación de la inequidad y la transnacionalización. El objetivo se orienta a la promoción de la emergencia, cuando lo que se necesita es otro rumbo para la independencia.

Enviado a través de paulinonius@gmail.com

Doctor en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Presidente de la Fisyp.


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Julio C. Gambina

Investigador. Economista

 jcgambina@gmail.com

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