Cuando la guerra sea degustada por el ser humano

En estos días vino de visita una camarada joven que, observé de reojo, porta una Biblia que lee y consulta con frecuencia. Ni un solo comentario le hice al respecto. Si es su voluntad tener la Biblia como su libro de consulta, no soy absolutamente nadie para criticárselo o reprochárselo. Es mil veces preferible una buena persona portando una Biblia que un nazista especulando con oportunismo los conceptos del socialismo, tal como lo hicieron ese terrible asesino italiano llamado Mussolini y ese genocida bochornoso alemán conocido como Hitler.

La joven, al día siguiente, sacó de su morral una página escrita de lado y lado de su puño y letra y me la entregó para que la leyera. Un hermosísimo escrito, muy poético y una verdadera parodia crítica a la guerra. La esencia del escrito culpa a la mente de ser la inventora de la guerra y al modificar a la mente, la guerra deja de tener su vigencia. Tampoco nada le dije al respecto. La dejé con su criterio intacto sin hacerle ningún señalamiento que la contradijera. Era su primera visita y nada justificaba que se le molestara ni se le amargara con conceptos del marxismo. Sin embargo, me recordé de haber escrito, en oportunidad anterior, sobre ese tema porque, precisamente, Churchill llegó a decir que la guerra era un invento de la mente humana, sin tomar en consideración que mucho antes que la naturaleza hiciera al ser humano, los animales resolvían sus contradicciones y ambiciones territoriales y de comida por medio de la violencia irracional.

Después de haber leído el escrito que trajo la camarada y, también, habérselo escuchado de su propia voz, pensé por un momento, y luego me convencí definitivamente de ello, que la ideología, cualquiera que ella sea, es un arma de doble filo. Ninguna ideología, hasta ahora, ha alcanzado el nivel de revolucionaria, científica y dialéctica como el marxismo. Sin desmeritar a muchas otras, podemos decir que ninguna pone sus pies en ese escalafón social donde el marxismo sí dota al ser humano de una verdadera concepción científica de la historia y, además, resguarda a los analistas de ser víctimas de desvaríos en laberintos oscuros por falta de conocimientos verdaderos y de experiencias magistrales. “La ideología marxista es concreta, es decir, que comprende todos los factores decisivos e importantes de una cuestión determinada, no sólo en sus relaciones recíprocas, sino también en su desarrollo. Precisamente, es con este análisis concreto como comienza la política” (Trotsky).

Es aceptable y hasta respetable que los Churchill o muchos ideólogos burgueses digan y juren que no reconocen ni un ápice de la dialéctica, pero todo marxista debe creer o saber que la dialéctica sí reconoce a los Churchill y a los ideólogos burgueses como a todos los demás seres humanos. Negar la dialéctica conduce, inevitablemente, a desviar “... la atención del conocimiento real al ficticio, de la lucha por una vida mejor a las falsas esperanzas de recompensa en un más allá” ( Trotsky).

A los pocos días, continuando pensando en el escrito que trajo la joven camarada y que lo mantiene como algo de principio para su concepción sobre la guerra, se me ocurrió una idea que pongo en potestad del lector la posibilidad de ser un elemento de reflexión en torno a la peor de todas las crueldades de la historia: la guerra, pero sin la cual, mientras exista lucha de clases, no podrá concebirse la marcha de la misma historia humana. No lo dijeron los marxistas, lo dijo el ilustrísimo escritor Víctor Hugo en “Los miserables”.

Hay personas, muchísimas personas en este mundo, que creen que un movimiento o partido político tiene, primero, que cambiar la mentalidad de las clases sociales o del pueblo para poder transformar la sociedad, es decir, para cambiar radicalmente la estructura de un modo de producción y de vida social. Pensar así es tan semejante como esperar, con la paciencia del morrocoy o de la pereza, que Dios baje del Cielo un día a la Tierra y produzca una metamorfosis en toda la población y dictaminando qué es el bien y qué es el mal, decida, por milagro o arte de magia, imponer absolutamente el primero sobre el segundo. Y así: fuera la guerra, se acabó para siempre la guerra, porque no habrá nuevamente una mente que la invente. Y, posiblemente, nunca más vuelvan los Churchill y los ideólogos burgueses, pero lamentablemente vivimos en un mundo donde siguen existiendo los Churchill y los ideólogos burgueses. Demás está decir que son las condiciones materiales las que determinan la mente humana, que es el ser social quien conforma la conciencia social. Eso está súper demostrado y buscarle subterfugio es nadar contra la corriente ahogándose aunque muchas sean las patadas pidiendo auxilio para salvarse.

Bueno, la idea es la siguiente: el día en que el maestro entre al aula y no se considere superior a los alumnos, en que no crea que sus palabras y sus conceptos son las únicas verdades que deben aprenderse de memoria los alumnos, entonces, se abrirán las grandes probabilidades de enseñar y asimilar un pensamiento crítico y creador, un conocimiento verdadero de las realidades objetivas que se producen independiente de las voluntades de los seres humanos. En otros términos: el día en que el maestro entre al aula y se considere igualmente alumno y a éste también como maestro, el conocimiento –como la verdad concreta- correrá mucho más rápido sin dar chance a la mentira de asomar su nariz donde sólo habrá espacio para la luz del conocimiento y sólo oscuridad para dormir y recuperar energías físicas y mentales. Ese día comenzará una metamorfosis en la mente porque, precisamente, se inicia con quien tiene la misión de educar a los demás. Desde ese momento no se le negará acceso al conocimiento a ningún ser humano.

La Biblia nos aporta una concepción del mundo como producto de la buena voluntad de un Dios que quiso, en su comienzo, hacer al hombre y la mujer gozando de vida eterna amándose los unos a los otros como a sí mismos, no pecando, no explotando, no levantando injuria contra nadie, no deseando la mujer del prójimo; es decir, una humanidad perfecta desde el nacimiento para toda la vida, porque nadie llegaría a conocer la muerte que, por cierto, es lo más inevitable de la existencia en la naturaleza y en el género humano. Con el respeto que se merece la Biblia, ésta no nos enseña ni a ver ni entender las causas verdaderas de las múltiples realidades que tiene que vivir la humanidad. Cierto es que la lucha de los pobres contra los mercaderes puede o debe ser interpretada como lucha de clases, pero en la Biblia nada se nos dice con cuáles instrumentos (Estado, por ejemplo) podemos conquistar la emancipación total –que es mucho más que liberación- de los pobres. Tal vez, la joven camarada que me visitó con su Biblia en mano y su hermoso y poético escrito de crítica a la guerra inventada por la mente humana, no le preste la debida atención a que la cultura se alimenta con la savia de la economía y se necesitan excedentes materiales para que crezca, se complique y se afine, al decir de Trotsky. Ya en ese concepto no puede concebirse la guerra como un invento de la mente humana, sino una consecuencia, principalmente, de factores materiales.

Quizá, la joven camarada igualmente no esté muy preocupada, que para liberar la mente de todas las trabas o de las supersticiones de la esclavitud espiritual y hacerla creadora es imprescindible la libertad, someter la naturaleza a la técnica y ésta a la planificación para hacer que la naturaleza dote al ser humano de todo lo que necesite para satisfacer sus necesidades materiales. Y eso de que la mente es la que inventó la guerra es una superstición para engañar y resignar a los explotados y oprimidos a los designios de los explotadores y opresores.

Si la guerra fuese un invento de la mente también lo serían la pobreza y el sufrimiento que viven los muchos sólo en la mente de los pocos como también la riqueza y el privilegio de que gozan los pocos sólo en la mente de los muchos. Ninguna de las causas que generan los grandes y pequeños males que padece la mayoría de la humanidad serían reales, objetivas sino inventos de la mente humana. Entonces, la marcha de la historia dependería, exclusivamente, de las buenas voluntades de la mente de los seres humanos, donde la ideología y no la economía sería el factor que siempre o en última instancia determinaría el curso de todos los acontecimientos sociales. La casualidad, por ejemplo, no intervendría absolutamente para nada en los hechos históricos y la historia sería mística para siempre y aceptada esa irregularidad como un principio rector de la voluntad de los seres humanos. En fin, si la guerra fuese un invento de la mente humana sería la superestructura quien determinara el norte y el sur, el este y el oeste de la estructura de los modos de producción; la teoría determinaría la práctica y la conciencia social lo haría en relación con el ser social; el idealismo sería la filosofía del proletariado y el materialismo un párrafo confuso que ningún estudioso de la historia tomaría en consideración; la psicología dictaría los designios de la lucha de clases, porque ésta igualmente sería un invento de la mente humana.

El día cuando realmente la guerra sea sólo un invento de la mente de los niños y de las niñas en sus juegos recreativos y creativos será, de manera irrefutable, un mundo rico en armas construidas de golosinas sin que ninguna tenga la facultad de quitarle la vida a nadie. Y para la humanidad adulta habrá quedado resuelto científica y para siempre el problema de la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza y ya no habrá letargo para que las nuevas generaciones enriquezcan con prontitud sus conocimientos. Mientras tanto, respetando las creencias de los demás, quienes opinen (de mala fe como Churchill o de buena fe como la joven que vino de visita) que la guerra es un invento de la mente humana terminan o pueden terminar, si no cambian de idea, creyendo que con un planificado sistema de educación de la sociedad se logra civilizar el capitalismo y transformarlo en colectivismo. Gracias a Dios que el capitalismo europeo no pudo, siquiera, afeitarle la cabellera y la barba a Marx para utilizar esa navaja e intentar mutilar toda la anatomía, fisiología y psicología del marxismo del marxismo.



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Freddy Yépez


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