Fidel: “Es un loquito que se apasiona con Mein Kampf”

Sin duda alguna, nadie como el imperialismo capitalista ha llevado al extremo una teoría de la degeneración y, al mismo tiempo, una degeneración de la teoría. Las mentiras se lanzan al aire como si fuesen aves de rapiña deformando o tergiversando las verdades. La tortuga es demasiado lenta como símbolo de la propaganda de laboratorio. El halcón se encarga de matar a las culebras por la cabeza. Goebbels se quedó enano ante los mediáticos en tiempo de revolución cibernética.

 Todos los que deforman los hechos o las realidades, para garantizarle un espacio de éxito a las mentiras, terminan siendo ahogados por la fonética de su propio lenguaje. Si el nazismo necesitó de una “noche de los cristales rotos”, el imperialismo, en su fase última conocida como la globalización capitalista, requiere de “toda una fase de grandes mentiras”.

 “No existe ningún rasgo de libertad de expresión en Cuba, la dictadura comunista es total y mantiene mudo a todo un pueblo sumido en el miedo y el terror”. Esa es la idea que nos venden los poderosos medios de la comunicación del capitalismo. ¡Cosa paradójica o, mejor dicho, contradictoria! Mientras aseguran y requete-aseguran que no existe libertad de expresión, al mismo tiempo, pasan programas de televisión donde entrevistan a cubanos y cubanas en el propio territorio de Cuba pero, igualmente, entrevistan a personas que abandonaron, no nos metamos con sus razones para hacerlo, la isla hace décadas. No encontraron en Cuba a nadie que se prestara para complacer el libreto preparado que llevó el canal de televisión que consiguió el permiso para hacer su trabajo periodístico en territorio cubano sin que nadie ni nada los molestara. Todos los entrevistados, sin dejar de aceptar, incluso, que en Cuba aún existen desigualdades sociales y muchísimas necesidades por resolver, expresaron su conformidad con la revolución. Por supuesto, que todos los entrevistados que se encuentran fuera de Cuba, condenaron a la revolución.

 Ya ese género de programas periodísticos, especialmente televisados, no sorprende a nadie. El mismo esquema, el mismo estilo, la misma cantaleta, las mismas intenciones, aunque no pocas veces se ven en la necesidad, sobretodo cuando el programa es grabado en Cuba, de reconocer los logros o méritos de la revolución pero siempre un poco o mucho por debajo de lo que destacan como males. Egipto, por ejemplo, es un país capitalista del llamado Tercer Mundo, con mayores recursos económicos que Cuba, con un gobierno tenido por el imperialismo como democrático, lo cual no vamos a discutir pero, ¡ojo con esto que sigue!, tiene una parte grande de El Cairo (llamada “ciudad de la basura”), donde viven miles de miles de personas cuyo sustento depende exclusivamente de la basura que bota el resto de la población de la capital egipcia, la cual recogen y trasladan a su “ciudad” para buscar lo que les sirve y lo restante queda regado en las calles y hasta en las miserables viviendas en que habitan. Es horrible y terrible ver ese denigrante espectáculo del hambre y de las necesidades materiales de una población desprotegida por su Estado.  Si eso existiera en Cuba, ya la revolución hubiese rodado como ruedan los boxeadores por el cuadrilátero cuando reciben un golpe que los pone fuera de combate. ¿Dónde están esos medios de comunicación del capitalismo que defienden los derechos humanos de la población, el derecho a una buena alimentación, el derecho a una buena salud, el derecho a no vivir confundidos con la basura y con toda clase de alimañas que portan enfermedades en sus entrañas? ¿Dónde están? Preguntemos a los amos del capital y a todos sus ideólogos: ¿qué sucedería en muchos países del Africa, por ejemplo, si cada ciudadano o cada familia tuviese una libreta de racionamiento o abastecimiento de comida y el Estado le cumpliera con la demanda de su población? ¿Cuántos niños o personas adultas dejarían de morir por hambre o desnutrición? Respondan.

 Del programa televisado y grabado una parte en Cuba, en verdad, sólo dos cosas merecen respuesta, porque son dos mentiras tan grotescas, tan absurdas y tan increíbles, que no las cree ni siquiera la persona que las narró, aunque ésta merezca se le respete su derecho a la libertad de expresión. Dijo un entrevistado, que vive en Venezuela, que en una oportunidad le pidió a Fidel que hablaran, pero éste estaba extasiado y apasionado leyendo un libro. “¿Qué libro es ese?”, preguntó el entrevistado. “Mi Lucha” (Mein Kampf de Hitler), respondió Fidel. El entrevistado se sorprendió tanto que no pudo creerlo y se decepcionó de Fidel, cuando éste le dijo que había que ser como Hitler. Ese mojón no cabe ni siquiera en todo el territorio de la isla pero tampoco en el de Alemania.

 Que Fidel haya leído o estudiado el libro “Mi Lucha”, no debe dejar duda de ningún género. Como político, como estudioso de la ciencia social, como exponente de ideología, como dirigente de una revolución, como pregonero del socialismo, tiene el deber de leer y de analizar todas esas corrientes del pensamiento social que se desenvuelven en este mundo buscando supremacía de poder político o dominio en la sociedad. Si no lo hiciere, estaría dando un mal ejemplo. Pero decir que Fidel se apasionó con el ideal del nazismo y que quiso ser como Hitler resulta, para cualquier entendedor con pocas palabras, un mojón o hito extremadamente frágil y vulnerable para demarcar fronteras. En ningún texto escrito y referido a la vida, obra y pensamiento de Fidel, incluso en los de sus peores enemigos, se encuentra un señalamiento ni siquiera mínimo o supuesto que coincida con lo dicho por el entrevistado. De tal manera, que no es necesario y no es decente, para combatir a un adversario, levantarle calumnias que no son creíbles en ningún idioma. Pero aun suponiendo que en su juventud Fidel haya leído el libro Mein Kampf, tendríamos que reconocerle el salto cualitativo de haber pasado al marxismo y, además, ser –hasta ahora- el mejor marxista de todos los marxistas de la segunda mitad del siglo XX en América y el mundo.

 Lo otro que dijo el entrevistado fue que Fidel siempre ha sido un loquito. Eso es igualmente un mojón no creíble, porque los grandes personajes en la historia humana, especialmente los que juegan el papel de la personalidad en su tiempo, tienen que ser “locos” completos y no loquitos, porque los realmente “cuerdos”, esos que sirven con una lealtad vehemente a los intereses de los que expolian a los pueblos, terminan siendo un invento de la historia misma, como lo dijo Helvetius. ¿Qué sería actualmente de la literatura o de la lengua castellana si Quijote, con su nombre de pila Alonso Quijano el Bueno, hubiese sido siempre el cuerdo Quijotiz y no el gran loco aventurero que veía gigantes de largas manos en las manadas de terneros o en los molinos de viento? ¿Qué gran cuerdo de los que mal gobiernan el mundo actual sería capaz de cambiar su vida por un día de lluvia para que su pueblo no muera de sol o, por lo menos, portar la justicia que albergaba en su corazón el Sancho que gobernó una ínsula de mentira y renunció para seguir al lado de su loco preferido?

 El extraordinario poeta León Felipe decía que todos los redentores del mundo han sido locos como todo el convertido en Dios antes es tenido como payaso por quienes se burlan de la imaginación y la fantasía de unas masas desesperadas por hambre y sed. Para comprender o entender bien la “locura” de Fidel, como la de toda gran figura humana que juega el papel de la personalidad en la historia, debe saber interpretarse correctamente el siguiente párrafo que copio textualmente del camarada León Trotsky: “… A los conservadores la revolución les parece un estado de demencia colectiva, sólo porque exalta hasta la culminación la <locura normal> de las contradicciones sociales. Hay muchos que se niegan a reconocer su retrato si se les presenta en atrevida caricatura. Todo el proceso social moderno nutre, intensifica, agudiza hasta lo intolerable las contradicciones, y así va gestándose poco a poco esa situación en que la gran mayoría <se vuelve loca>. En tales trances suele ser la mayoría demente la que pone la camisa de fuerza a la minoría que no ha perdido la cordura. Es así como avanza la historia…”. Si el pueblo cubano se “volvió loco” para hacer su revolución, preguntemos: ¿había alguna razón para que Fidel fuese el único cuerdo mezclado con esa enorme masa de “locos”? Si Fidel no hubiese sido el “loco” mayor o el “loco” más capaz jugando el papel de la individualidad en la historia cubana de la segunda mitad del siglo XX, hubiera quedado atrapado en la camisa de fuerza que esa inmensa masa de “locos” y “locas” colocaron a los que mal gobernaban Cuba y poder así hacer la revolución que triunfo en 1959. Sépase, que gracias a las locuras de verdad de Robespierre cuando quiso crear un nuevo Dios pudo la burguesía consolidarse en el poder e imponer el capitalismo no sólo en Francia sino, igualmente, expandirlo victorioso por Europa y resto del mundo. Eso le costó no sólo que el pueblo lo abandonara sino, igualmente, que la burguesía lo guillotinara despejando de obstáculos el camino que con sólo su presencia se lo dificultaba para conquistar sus propósitos. Ahora, los capitalistas no quieren que surjan “locos” en las filas que se plantean el socialismo como la única alternativa idónea para sacar al mundo de marasmos y laberintos donde sólo unos pocos se hacen ricos y los muchos se hacen pobres.

¿Cuántos, cuántos en este mundo, siendo cuerdos sin ningún toque de locura quisiéramos, ¡ojo: sólo quisiéramos!, tener o disfrutar tan sólo un 10% del conocimiento o del nivel de cultura que tiene un “loquito” como Fidel?



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Freddy Yépez


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