¿Cómo derrocar a un Gobierno que no sea cubano?

Los imperialistas son expertos en derrocar gobiernos por una u otra vía, por las armas o por elecciones, por hambre o por abundancia; en fin: son maestros y arquitectos en eso de deponer gobiernos para colocar otros que mejor se amolden a sus intereses y su tiempo. Sin embargo, es necesario reseñar algo que el camarada Trotsky descifra con mucha claridad y objetividad. Se refiere a  lo siguiente: “La fuerza del capital financiero no reside en su capacidad de establecer cualquier clase de Gobierno en cualquier momento de acuerdo a sus deseos; no posee esta facultad. Su fuerza reside en que todo Gobierno no proletario se ve obligado a servir al capital financiero; o mejor dicho, en que el capital financiero cuenta con la posibilidad de sustituir a cada sistema de Gobierno que decae, por otro que se adecue mejor a las cambiantes condiciones”.

                El imperialismo es capaz de todo lo malo, de todo lo perverso, de todo lo promiscuo, de todo lo inhumano cuando se propone crear las condiciones necesarias para el derrocamiento de un Gobierno. Esa política ha sido siempre su norte en su diplomacia. Hay un aspecto peculiar en la política intervencionista imperialista en los asuntos internos cuando se plantea que un pueblo se rebele contra su Gobierno y lo derrumbe. Es la política del hambre, del estómago vacío, es como dejar sin agua al pez. Es verdad que un pueblo puede tener el nivel más alto de conciencia revolucionaria pero si lo someten al hambre permanente, se subleva precisamente impulsado por su conciencia revolucionaria. También es verdad que un pueblo con el estómago siempre lleno pero la cabeza completamente vacía de ideas puede ser manipulado para que se rebele contra el Gobierno de su país. Cuando la teoría se combina con la práctica, en el caso de una Revolución, significa que el estómago y el cerebro están unidos, se la llevan bien relacionados aunque no sean exquisiteces lo que se consuma todos los días ni se tenga el más alto nivel de la conciencia científica y revolucionaria. Por separados un estómago hambriento conduce a la desesperación como una elevada conciencia revolucionaria sabe controlarse para no caer en el caos. Pero un estómago con hambre unido a una elevada conciencia revolucionaria huele siempre a Revolución.

                Los especialistas en sociología y sicología, fervorosos amantes del régimen de Gobierno imperialista, suelen hacer profundos estudios tanto del estómago colectivo (pueblo) como de la conciencia colectiva (pueblo) para determinar las posibles inclinaciones introduciendo elementos de descomposición social en una nación para buscar el derrocamiento de un determinado Gobierno. Los ideólogos imperialistas son “científicos” al servicio, precisamente, de lo antihumano.

                Es verdad que una Dirección Política en tiempo de “paz”  juega el papel del Estado Mayor en tiempo de guerra. La inteligencia para los análisis sobre las situaciones (tanto internacional como nacional) y para las derivaciones concretas (para ser aplicadas como línea política) juega un rol fundamental no sólo en la lucha de clases propiamente dicha por la conquista del poder sino, igualmente, en el proceso transicional del capitalismo al socialismo y de allí en adelante para hacer irreversible el socialismo propiamente dicho. La insurrección, en cambio, requiere de audacia, más audacia, siempre audacia, es decir, sin Danton no se produce ningún triunfo insurreccional aunque exista un Lenin que la piense, la explique y prediga todo. Y si alguien, para rebatir lo que digo, señalara que Danton existió para la Revolución Burguesa Francesa de 1789  pero no existió para la Bolchevique en aquel octubre de 1917, entonces, tendríamos que preguntarnos ¿cómo triunfó la Revolución en Rusia? Facilito  se le puede responder con otra pregunta: ¿Acaso Trotsky no fue un Danton comunista y no burgués como el francés?

                Bueno, vayamos al caso esencial de este artículo. Por muchos factores que no vamos a explicar en este artículo se derrumbaron revoluciones como la rusa (después conocida como Unión Soviética por la suma de naciones que se le integraron) luego de siete décadas teniendo el poder político en sus manos; la de Nicaragua después de tener en sus manos durante una década el poder político; la de Yugoslavia luego de varias décadas en el poder; las de Albania,  Rumania,  Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Alemania del Este, es decir, lo que se conocía como Campo Socialista del Este. La China cambió de ruta y ahora es más capitalista que Europa. En América queda una que no ha podido ser derrocada o derrumbada por ningún medio aunque la hayan obligado, por necesidades apremiantes, a aplicar políticas económicas que no son propiamente de carácter socialista, la de Cuba. Pero si contra alguna Revolución ha conspirado tanto, ha actuado tanto, ha planificado tantos sabotajes e intervenciones, ha recurrido a los actos más inhumanos  el imperialismo para derrocarla ha sido, sin duda alguna, la Cubana.

                La Revolución Cubana se había gritado o iniciado antes de 1959 cuando el Asalto al Cuartel Moncada, viajó de México a Cuba en el Granma, subió y bajó de la Sierra Maestra, se extendió a casi toda la isla, se hizo pueblo y triunfó por las armas en aquel venturoso enero de 1959. Mucho pueblo pero mucho era la Revolución y ésta estaba en cada palabra que pronunciaba su máximo líder, el camarada Fidel. Muy cerca del monstruo, del imperialismo más poderoso del mundo (el estadounidense), se produjo la Revolución.

Los políticos, los ideólogos, los sociólogos y los sicólogos especialistas del imperialismo en determinar la relación entre Gobierno y pueblo concluyeron que en Cuba prácticamente toda la sociedad estaba con la Revolución, la apoyaba y estaba dispuesta a luchar y morir por ella. Fue entonces cuando -desesperadamente- buscaron una fórmula para aplicarla en procura de derrocar al Gobierno revolucionario. De esa manera llegaron a la siguiente conclusión: sólo afectando el estómago de la mayoría de los cubanos y cubanas podían alcanzar su objetivo. El imperialismo, para aplicarlo, lo escribió antes de la siguiente forma: emplear “… rápidamente todos los medios que debiliten su vida económica con una línea de acción tan habilidosa y discreta como sea posible para promover el desencanto y el desaliento que derivarían de la insatisfacción y las dificultades económicas; negarle dinero y suministros para que disminuyan los salarios reales y los recursos financieros a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”. Precisamente a esa cartilla contrarrevolucionaria y antihumana la Revolución le respondió con otra cartilla: la famosa libreta de racionamiento. Fue heroica aunque sus adversarios la hayan criticado siempre.

Fue la libreta, aunque hasta risa causaba a los enemigos de la Revolución Cubana, el símbolo de una lucha política exitosa contra un imperialismo que quiso derrocar al Gobierno y hacer derrumbar el sueño de un pueblo sometiéndolo a la hambruna. Cosa paradójica: en Cuba, cercada de medidas antihumanas para que su pueblo no comiera y se sublevara por hambre, ninguna persona se acostaba a dormir con el estómago vacío mientras que en la nación capitalista más rica y poderosa del planeta, la del bloqueo económico contra la Isla (Estados Unidos), millones se frotaban la cabeza o el estómago impulsados por el hambre, muchos perecían por desnutrición, miles de miles ni siquiera consumían un pan con mantequilla y, además, miles de miles dormían a la intemperie. Todavía es así. ¿Quién de los imperialistas puede explicar humanamente esa tragedia?

Es creíble o está demostrado que los imperialistas han alcanzado un nivel de elaboración de ciencia y de tecnología capaz de producir horribles y terribles daños a la naturaleza y al ser humano. De por sí, el capitalismo no está en capacidad de producir los alimentos necesarios para que ninguna persona en el planeta viva el hambre. Esta, es un flagelo terrible y puede, sin duda alguna, crear un caos y éste las necesarias condiciones para el derrocamiento de un Gobierno. Esa es un arma en la política imperialista cuando se trata de derrocar a un gobierno revolucionario o, por lo menos, antiimperialista. Pero Cuba es el ejemplo de cómo un país cercado por medidas políticas y económicas que le niegan posibilidad de desarrollo y sin mayores recursos económicos, es capaz de vencer obstáculos y hacer que todo su pueblo se alimente, nadie muera de hambre y aun así, progrese en factores vitales de la vida social. Amén.

Varios pueblos de este mundo y varios gobiernos se parecen o piensan semejante al pueblo y Gobierno cubanos aunque tengan sus diferencias. Es difícil, dificilísimo por no decir imposible, que por hambre el imperialismo pueda derrocar sus gobiernos.



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Freddy Yépez


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