La era WikiLeaks

De lo que no se puede hablar, lo mejor es callar.

  Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus

Para asegurar datos digitales secretos hay que ponerlos en un archivo cifrado, en un disco duro formateado y dañado, encerrado en una caja fuerte enterrada bajo varios metros de hormigón, custodiado todo por guardias insobornables. O sea, no hay manera porque todo eso se puede resolver: violar la contraseña, el disco se puede reparar y aun formateado se puede recuperar la información, la caja fuerte se puede abrir. Y... ¿hay guardias insobornables?

  Es solo cuestión de tiempo que todo se devele. Antes los archivos del Departamento de Estado estaban solo en toneladas de papel en miles de metros cúbicos. Ahora basta una llave USB, arrastrar un icono de un volumen a otro, anexarlo en un correo electrónico y zuas a las primeras planas.

  El documento confidencial es una especie en extinción. Y mientras más sensible e importante, más expuesto a una infidencia. Vivimos en una pecera.

  Cualquier celular tiene micrófono y cámara. Están en todas partes. Algunos se pueden activar remotamente y delatar una conversación secreta, porque ya no hay conversaciones secretas. Hay impúberes que divulgan y comercian sus ajetreos sexuales. Nada lo impide. Antes la pornografía con infantes era privativa de adultos incalificables. Ya no. Solo será secreto lo que carezca de interés.

  Fernando Savater dijo que la televisión lo reveló todo. Falso. Aclaro que Internet estaba empezando cuando Savater dijo eso. Ahora sí todo se puede saber. La industria de propiedad intelectual (discos, cine, programación) está empecinada en reprimir la “piratería”. Pero no puede poner a miles de millones de personas presas por copiar unas canciones. ¿Quién no ha copiado algo sin pagar? ¿Tú?

  De modo que iremos sabiendo todo. La fórmula de la Coca-Cola o el código fuente de Windows, ponle. Y por fin sabremos quién gritó “¡te queremos, Pedro!”.

  Aprenderemos a vivir sin secretos. Siempre hubo el requiebro furtivo, la confidencia entre amigos, el informe recóndito, el hallazgo enorme de un laboratorio, cosas que unos humanos hacen para ocultarlas a otros humanos. Ya no. Todos tus secretos se podrán saber. Cuestión de tiempo.

  Hay una fantasía magnífica de Luis Britto García en que un corrupto llama a otro: “Se supo todo”. El corrupto alerta a otros y estos a todos, que huyen del país. Pues bien, gracias a Julian Assange et al. se supo todo. O casi, porque aún falta. Cuestión de tiempo.

  Nunca se vio esto. Franquear secretos podía llevar al paredón, no a la ajorca electrónica que lleva Assange por seguir copulando luego de roto el condón. Un chisme balurdo así. Ni Assange puede guardar secretos.

  Sé cómo se vive sin secretos, pero es un secreto.

  El señor Presidente de Copei respondió el 22 (p. 25) a mi artículo pasado: Me conmovió su ignorancia hasta de su propia doctrina. Caritativo, le aclaro: La encíclica Rerum Novarum (1891) es posterior al Manifiesto Comunista (1848). Jacques Maritain nació en 1882 y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano es de 1789; o sea, señor copeyano, Maritain llegó un poco tarde para la firma. Y es presidente de la cosa esa.

roberto.hernandez.montoya@gmail.com




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Roberto Hernández Montoya

Licenciado en Letras y presunto humorista. Actual presidente del CELARG y moderador del programa "Los Robertos" denominado "Comos Ustedes Pueden Ver" por sus moderadores, el cual se transmite por RNV y VTV.

 roberto.hernandez.montoya@gmail.com      @rhm1947

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