Un vocero o un profeta para la Mesa de Diálogo

El optimismo del Gobierno y la frustración de algunos aliados periféricos de la oposición no son reflejo fiel de la Mesa de Diálogo. Al menos no deberían serlo. La iniciativa –ya está harto dicho- no es una varita mágica, ni siquiera un fin, sino un medio de materializar los derechos constitucionales de las partes y evitar que éstos sean ejercidos con violencia, pero sobre todo, la Mesa es lo que decidan de mutuo acuerdo las dos partes y no una de ellas.

Algunos pragmáticos de la oposición sostienen que en la mesa de diálogo “no pasó nada”, olvidando –o simulando olvidar- que en política nada es estático. Si las propuestas más emblemáticas de la MUD y las del Gobierno, no fueron aprobadas o fueron aprobadas parcialmente, la lógica obliga a suponer que no fueron  desechadas sino -todo lo contrario- valoradas, priorizadas y/o postergadas, con la anuencia de sus representantes, por lo tanto son producto de la dinámica y no de la inacción política de la Mesa. Tal vez, por el contrario, la nave del diálogo no avanza a mayor velocidad porque fue diseñada para una carga menor que la que soporta en este momento.

Sin embargo, la crítica de los detractores no está dirigida a sus aliados dialogantes, posiblemente porque ser muy corrosiva (además no es sano entre bomberos pisarse la manguera). Les parece más cómodo y fácil atacar a la Mesa, que no está representada por nadie, que está desprovista de identidad jurídica, de filiación política e ideológica, -y, como ya hemos visto- nadie quiere defender. Pero, además, debemos añadir que la valoración unilateral de los avances o demoras del diálogo ha creado más contradicciones que coincidencias, y ello es debido fundamentalmente a que la Mesa carece de un vocero oficial, calificado y con suficiente credibilidad, para dar la cara por el Gobierno y por la oposición, mientras la opinión pública sigue desconcertada, incrédula, buscando puntos de referencia entre entre dos versiones totalmente confusas. El precio a pagar por esa contradicción está a la vista: las partes se representan a sí mismas y a una parte del país que puede ser muy grande, pero no es toda, que se debate entre otras dos dudas: si las dos fuerzas se están enfrentando solo para tomar el poder o por sacar al país de la crisis.

Recuperar la credibilidad de la Mesa de Diálogo, por lo demás, no depende solo de las propuestas, sino también de la forma en que deben ser cumplidas, tema sobre el cual no ha sido consultado el pueblo para que haga suya la salida a la crisis. El malogrado acuerdo de paz en Colombia es el mejor ejemplo de que al pueblo no le basta con que una causa sea justa. Hay que convencer al pueblo de que la implementación no será violenta ni traumática, porque será él, precisamente, el peor castigado si todo fracasa. Y por cierto, tampoco es justo echarle la culpa al país porque culpables –unos más que otros- somos todos.

 

raulpineda47@gmail.com



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