Mérida, Palomares y sus ríos

Quienes estudiamos letras en la Universidad de Los Andes de Mérida entre 1980 y 1990 (Tarek William Saab, mi persona, Octavio González, Gregory Zambrano, Eleazar Molina, Ramón Medero, Hermes Vargas, ente otros), animados por el pensamiento combatiente de la izquierda venezolana y cubana, pero en general latinoamericana y mundial, no imaginamos nunca que tendríamos la posibilidad de vivir este país nuestro del siglo XXI, con las dimensiones del complejo proceso político-social, y cultural, devenido del alto pensamiento ideológico nacionalista del Comandante rebelde Hugo Rafael Chávez Frías, a partir de aquel 4 de febrero de 1992; y mucho antes, desde el Caracazo de febrero de 1989 y desde un poco más atrás, cuando ocurre la masacre de Cantaura, en el valle oriental aledaño a Chamariapa, aplastando allí a decenas de dirigentes guerrilleros con aviones Canberra y Bronco de las fuerza aérea, con metrallas y tiros de gracia.

Por esos hechos, la Asamblea Nacional promulgó en octubre de 2011 la Ley para Sancionar los Crímenes, Desapariciones, Torturas y Otras Violaciones de los Derechos Humanos por Razones Políticas en el Periodo 1958-1998. Nunca jamás nuestro Estado reprimirá al país como ocurrió durante la Cuarta República, ni serán la muerte y la violencia las armas de la democracia. No habrá otra matanza como la que implementó en Cantaura el Batallón de Cazadores del Ejército "Coronel, Vicente Campo Elías N° 63", a través de su comandante Ismael Antonio Guzmán, para castrar los sueños de una juventud política que demandaba inclusión y justicia social para Venezuela. Por eso nuestra memoria honra al Frente Revolucionario América Silva, masacrado cobardemente la madrugada del lunes del 4 de octubre de 1982 en los Changurriales de Cantaura, mientras una señora del pueblo les hacia café y amasaba el maíz para hacer las arepas del desayuno en un fogón de leña.

La palabra dolor carcomía la esperanza de un pueblo sufrido por la pobreza y la ignorancia de sus políticos boyantes de riqueza petrolera, del "ta´barato mayamero", de la rancherización sistemática y del analfabetismo oscurantista, mientras la dignidad de sus hombres preclaros y de su juventud valiente aguardaba sin saberlo por la figura emblemática de un líder que se le pareciera a Marcos Pérez Jiménez.

El poeta hermano Gustavo Pereira refiere la tragedia de aquellos tiempos al inicio del segundo párrafo del prólogo al poemario "Los ríos de la ira" de Tarek William Saab, publicado por la Espada Rota en noviembre de 1987, cuando retrata esa época desde esta visceral y puntual observancia: "..menguada hora y país que nos hincan y nos duelen hasta el hueso, torcidos como alambres en medio del sufrimiento de millones de seres desamparados, domesticados, atolondrados, envilecidos; en esta vida colectiva transformada en odre vacío de contenidos esenciales o superiores, limitada a lo digestivo y lo alienante por quienes hicieron y hacen de la política abyecto negocio y de los negocios verdaderos mandobles y arcabuces opresores; en este aquí y ahora con demasiada tristeza y desolación…"

Tal era ese el clamor que hasta Reynaldo Armas compuso un joropo demandando un generalato para Miraflores. Vaya ironía tiene el destino. Músicos jóvenes como ese, poetas, intelectuales, líderes de barrio y políticos de oficio que se decían de pensamiento liberador y combativo, progresista y de reclamo social para el bienestar de la patria, constituyen hoy la más rancia expresión del vasallaje, de los vendepatria, de pitiyanquismo invasionista y de los adláteres lepolderos y mariacorineros y caprileros impulsores de guarimbas, sicariatos, terror sicológico, amedrentamiento y saboteo permanentes.

En la Mérida de los ochenta encontramos nosotros los jóvenes, altos nombres de la poesía venezolana que no sólo fueron nuestros profesores, sino nuestros modelos cívicos, nuestros modelos a seguir en lo profesional, nuestras voces a seguir en la literatura venezolana por cuanto les quedaba mucho que dar, mucho que mostrar dentro de su grande inteligencia creadora.

Ramón Palomares, José Berroeta, Lubio Cardozo, Adelys León Guevara, Carlos César Rodríguez, Ángel Eduardo Acevedo, Alberto Rodríguez Carucci, entre otros, hacían de la ciudad y de la Facultad de Humanidades su trinchera creativa, su lugar de estudio, su estancia vital para mirar al país y para esperar al otro país que hoy, por fin, tenemos, asediado como entonces por los enemigos del pueblo, apaleado como entonces por los promotores del atraso, y maldecido como entonces por los enemigos públicos y anónimos, del destino nacional, de la historia independentista nacional y del progreso y bienestar social incluyente para todos los venezolanos.

El Instituto de Investigaciones Sociales y Económicas de la Universidad de Los Andes muestra 14.516.735 de habitantes en Venezuela en 1981 y 18.105.265 para 1990, según censos correspondientes. A estos indicadores se les debe calcular entre 50% y 80% de pobreza crítica para cuando Hugo Chávez decide gestionar durante esa década un movimiento político de tipo cívico-militar capaz de desmembrar al Puntofijismo imperante, capaz también de sacar del escenario político a la principal fuerza económica dominante, el partido Acción Democrática, que se cobraba y se daba el vuelto con los dineros del erario público de la nación.

Si bien en la actualidad este partido se disfraza de MUD, de Primero Justicia, etc., no tiene ya aquella plataforma partidista que los comprometía hasta la muerte ("adecos hasta la muerte"), no porque los pobres votantes y los votantes pobres iban a tener una muerte digna ni una vejez feliz, sino porque la muerte sería a costa del hambre, la exclusión, la mendicidad de las pensiones, la intemperie y el hacinamiento por falta de viviendas dignas, la desnutrición, las pandemias y epidemias, la sed y la falta de centros de atención primaria a la salud, y de acceso gratuito a las medicinas. De hecho, el alto índice de escasez de alimentos y medicinas en Venezuela durante 2014 y 2015 deviene de ese esquema rancio del pasado para que el pueblo se canse, se obstine, se violente y desbarate los logros sociales de las grandes Misiones impulsadas por Hugo Chávez a través de su proceso socialista revolucionario.

Durante toda esa década nos aferramos a Simón Bolívar, a Andrés Bello, a Miranda, a José Martí, a Fidel Castro. Se decía de la Guerra Fría y se nos avecinaba la Perestroika. Nos alimentaba el sentir de compromiso con Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, pero se nos venía encima el desconcierto, la pujante maquinaria del Puntofijismo, que enterraba sus uñas hasta el fondo para exprimir el país hasta llevar el precio del barril de petróleo a nueve dólares, forzando así una "apertura petrolera" que no era tal, sino "entrega petrolera" a las trasnacionales, de manera sumisa, boba incluso, ante un pueblo igualmente idiotizado por ese Estado corrupto, represivo, dominante.

Nosotros respiramos mucho gas lacrimógeno en Mérida durante esa década. Recibimos muchos perdigonazos. Nos jodieron bastante. Por eso es doblemente simbólico y reconfortante que este jueves 26 de junio de 2015 pasado, el joven poeta Tarek William Saab haya regresado a Mérida para hablar de los Derechos Humanos en Venezuela, ayer, hoy y siempre, desde su alta embestidura de Defensor del Pueblo venezolano.

Nuestra presencia en Mérida se dio fundamentalmente, por el reconocimiento que tuvieron a bien hacerle la Dirección de Cultura del estado Mérida y Feria Internacional del Libro Universitario de la ULA , al gran poeta trujillano, al andino más universal de nuestras letras vivas, al pajarito más hermoso de esas cumbres emblemáticas, al Viejo Lobo, Poeta (así con mayúsculas) RAMÓN PALOAMRES. Quiso también el Fundecem reeditar un cuaderno de poesía que Palomares editó en esos años con el título de "Mérida, elogio de sus ríos", para dar cuenta de su natura, del rumor de sus aguas sobre las piedras frías cantándole a la ciudad, al páramo, a las brumas y a los tantos silencios que adornaban a Mérida hace tres décadas.

Por artimaña opositora, por mala maña puntofijista, por cizaña guarimbera la Mérida de hoy luce sucia, rallada, un poco triste porque su alcalde adeco hace lo propio para que así sea, para que se mal ponga al gobernador chavista, para herirnos el alma con lo que no debe tocarse ni con el pétalo de una rosa. Sin embargo, nuestro gobierno le da un ejemplo magnánimo a ese alcalde tan mezquino y tan miserable, al abrir la primera estación del nuevo Sistema Teleférico Mukumbarí, denominada Barinitas, para dar paso a finales de 2015 a otras cuatro estaciones: La Montaña, La Aguada, Loma Redonda y Pico Espejo.

Probablemente se cambien los nombres de las estaciones del teleférico, nos refiere el gobernador Alexis Ramírez, pero esta inversión de más de seiscientos millones de dólares constituye una siembra histórica en la ciudad de Mérida, del más alto espíritu revolucionario y de compromiso de nuestro Comandante Eterno, con la ciudad que el 23 de mayo de 1813 diera muestras de afecto y apoyo a las luchas del Padre de la Patria Simón Bolívar, en su largo peregrinar por el sueño de la libertad, como lo describiera en su hora la fina pluma de don Tulio Febres Cordero: "caballero de la Torre de Plata y la Celeste espada, es Bolívar que llega".

Por eso hay que rescatar la municipalidad y asumir las tarea urgente de recuperar la belleza de la ciudad, aunque para ello sea necesaria una ley, un decreto presidencial o cualquier otro instrumento legal, para lo cual el poeta Dr. Tarek Wiliam Saab puede aportar lo suyo. No permitamos que la obtusa y obstinada pretensión de un burgomaestre menosprecie el mirar de Ramón Palomares en las mañanas, el rumor dulce de sus ríos nostálgicos, los rostros colorados de sus niños, de sus damas, de sus ancianos ni que se apague esa rebeldía tan sonora en otros tiempos, de los dirigentes estudiantiles revolucionarios de la ULA, de la cual formamos parte con el corazón, con las palabras y con los puños.

Gracias al panel de poetas e investigadores colombianos que acudieron a ese rico Seminario de Poesía en homenaje a Palomares entre el 22 y 26 de junio de 2015 para abrir horizontes de pensamientos a los estudiantes, a los visitantes y a los residentes de Mérida y pueblos cercanos, porque grandes figuras de Colombia como Elmo Valencia, Álvaro Miranda, Andrés Uribe Botero, entre otros, acompañaron la tertulia de Daniel González y Edmundo Aray en torno a Sardio, El Techo de la Ballena y el Nadaísmo, así como bendijeron el nuevo libro del apreciado poeta Miguel Márquez titulado "Campana en el fondo del río" y esa "Antología Mínima" de Tarek William Saab que ya no será excusa para solicitarle nos escriba un nuevo libro de poesía, pellizcándole a la noche unas horas para escribir los poemas al lado de su esposa solidaria y amable, señora Carla Di Martino, más allá del fragor de las altas responsabilidades profesionales, pues en menor o mayor medida, todos los creadores apartamos en nuestras vidas esas tareas de trabajo, para hacer la poesía del mundo, de la vida, de los sueños.

La infaltable amistad del poeta merideño Enrique Hernández D´Jesús y su cámara viajera, su humor de mago, su gracia rebelde, su voz de alegre complicidad nos ayudó a brindarle al Maestro, al escuqueño de oro, al gallo de oro de nuestra poesía nacional Ramón Palomares, el brindis espiritual y moral de su cumpleaños número 80, que desde el 7 de mayo pasado venía gestándose desde la isla de Margarita, donde lo recibimos tres semanas con los brazos abiertos, hasta su casa de brumas, de Sietecitos colgados en las colinas, de pajaritos que beben mansos recostados de las piedras y de colibríes que vuelan con las alas del amor para "picar" en los labios a la doctora María Eugenia Chávez Parra, su esposa y compañera eterna, como se aprecia en los versos más encantadores del Maestro Poeta en su poema Colibrí: "Atrapa al colibrí/ Atrápalo/ no dejes que se escape/ El sol lo ayuda/ la maleza lo esconde/ el agua lo oculta/ Míralo caer en la flor del granado/ se ha convertido en mariposas/ se ha dormido en el denso rocío…".

Leticia Eugenia y Gonzalo Ramón, sus hijos, vieron la casa llena con tantas visitas y tantas risas, al lado de su padre grande, de su padre nuestro también; junto al poeta Carlos Pérez (colega profesor de la ULA y médico personal de Palomares), junto al poeta arquitecto y pintor Jesús de Luzam y su esposa Mary Owen, quien para mi sorpresa es hija de un fundador en la Mesa de Guanipa, de nuestra ciudad natal El Tigre, el topógrafo Axel Owen. Por toda su amable hospitalidad, por toda su grande entrega, les brindamos a todos igual tributo de amor y de respeto, de agradecimiento y de amistad. Un abrazo, viejo lobo, lo más del corazón.



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José del Carmen Pérez


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